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martes, 20 de noviembre de 2007

20 de noviembre de 2007


De la memoria histórica



Una de las grandes paradojas del cinismo que nos asola trata del modo en que nos miramos ante el espejo mientras la cuchilla de afeitar se desliza entre los poros de la piel. Si no fuera porque de piel se trata se diría que olvidamos que el tiempo pasa sobre ella como queriendo defenderse del territorio que va ocupando el interior de cada uno. No hay más pasado perfecto que del que tratan los verbos –hay lenguas que evitan hablar de perfecto- y no la vida. Es aquí, en la vida donde transcurren el imperfecto y el indefinido como parte del tiempo que gravita en la conciencia humana. ¿Cambiarla?. Se puede disfrazar, pero nada evitará que salpique el significado que atesora. Pues bien (o mal): he ahí la paradoja construida en torno a la Ley de la Memoria Histórica sobre la que parece gravitar la repulsa de quienes no soportan ni la razón ni la conciencia misma.
El detalle de la venerable Iglesia Católica de criticar duramente la mencionada Ley para de forma timorata darse un golpe en el pecho mientras beatifica con pompa y circunstancia a cuatrocientos mártires del bando republicano de la guerra civil, evitando incluir en su lista a los damnificados por las tropas fascistas no hace sino enturbiar el agua del lavabo donde se sacude la cuchilla antes de seguir afeitando los pliegues del tiempo. Significado cinismo revuelve las tripas si no fuera por el menester que la Ley procura para que los muertos y olvidados de la guerra –y de la posguerra que duró cuarenta años, que nadie lo ignore- tenga ahora un lugar donde la memoria obtenga rango de razón de ser y no de infamia.
Andando por Salamanca. Suelen agitarse las bocas cuando el medallón de Franco en la Plaza Mayor aparece embadurnado de pintura, lo que supone evidentemente un flagrante atentado contra un monumento impecable cuya belleza no merece esa afrenta, mas cabe preguntarse: ¿podrían los berlineses pasar por AlexanderPlatz mientras la efigie de Hitler les observa con inescrutable horror? ¿los milaneses por Il Duomo tanto en cuanto les fustigara una estatua de Musolini frente a las agujas de la enciclopedia?. Uno piensa que suficiente memoria ha quedado grabada en las pupilas y en la carne de muchos españoles y salmantinos acostumbrados a tener que soportar en silencio y resignación semejante profusión de símbolos franquistas. Pero claro, ¿Cómo acabar afeitando el tiempo si, tal como refiere el personaje de “Las bicicletas son para el verano”, tras la guerra no llegó la paz, sino la victoria?. Patino lo supo expresar tan difícil como arduo lo pagó en una película memorable. Aún hoy.