Fernando Fernán Gómez:
el genio del genio

Aníbal Lozano
Guardaba el viejo camerino del Liceo de Salamanca el álbum de Antonio Hernández, el tramoyista, que lo convertía en museo intemporal del teatro. Un día el actor Valeriano Andrés, que interpretaba en Salamanca un Buero, reparó en el mágico lugar y en la imagen de una señora que en los primeros años del siglo XX actuaba en el Liceo ante un decorado que simulaba la fachada norte de la Iglesia de San Martín, junto a la Plaza Mayor. "Indudablemente, es ella, Carola. Carola Fernán Gómez" -sentenció el buen actor-. De aquélla extrajo Fernando Fernán Gómez, en primera toma, la sabiduría de una alocada profesión que puede convertirle a uno en tunante o en genio. Si él hizo de tunante en muchas películas, nadie discutirá que ha sido un genio en todo cuanto divulgó (Si no hay arte, aún de algo viven los artistas cuenta en "El viaje a ninguna parte".) Él ha sido un tipo del renacimiento en una época en que acariciar semejante actitud puede producir monstruos no sólo en la razón a la que Goya se refirió sino en la envidia convertida en estado permanente de la vida. Aún así, el genio FFG , "El malvado Calabuch" como torpemente lo recordaba la pasada noche una contertuliana en "Hora 25", (confundiendo la película "Calabuch" con "El malvado carabel", a la que quizás quería referirse sin pensarlo demasiado,) quedaba por encima de casi todo, incluso de su propia insolencia, a veces acusada. Insolencia de genio, en todo caso.
Guardaba el viejo camerino del Liceo de Salamanca el álbum de Antonio Hernández, el tramoyista, que lo convertía en museo intemporal del teatro. Un día el actor Valeriano Andrés, que interpretaba en Salamanca un Buero, reparó en el mágico lugar y en la imagen de una señora que en los primeros años del siglo XX actuaba en el Liceo ante un decorado que simulaba la fachada norte de la Iglesia de San Martín, junto a la Plaza Mayor. "Indudablemente, es ella, Carola. Carola Fernán Gómez" -sentenció el buen actor-. De aquélla extrajo Fernando Fernán Gómez, en primera toma, la sabiduría de una alocada profesión que puede convertirle a uno en tunante o en genio. Si él hizo de tunante en muchas películas, nadie discutirá que ha sido un genio en todo cuanto divulgó (Si no hay arte, aún de algo viven los artistas cuenta en "El viaje a ninguna parte".) Él ha sido un tipo del renacimiento en una época en que acariciar semejante actitud puede producir monstruos no sólo en la razón a la que Goya se refirió sino en la envidia convertida en estado permanente de la vida. Aún así, el genio FFG , "El malvado Calabuch" como torpemente lo recordaba la pasada noche una contertuliana en "Hora 25", (confundiendo la película "Calabuch" con "El malvado carabel", a la que quizás quería referirse sin pensarlo demasiado,) quedaba por encima de casi todo, incluso de su propia insolencia, a veces acusada. Insolencia de genio, en todo caso.
El festival de cine de Valladolid quiso recordar una vez la desconocida obra de Edgar Neville. Con tal motivo, a fin de que pudiera intervenir en su homenaje, se había hecho coincidir a Fernando Fernán Gómez con la presidencia del Jurado. Como quiera que la memoria del autor de "El baile" le retumbase, Fernán Gómez desapareció aquellos días del otoño y del Pisuerga hasta regresar estrictamente en el momento, día y hora, en que se celebraba una mesa en torno a su viejo amigo. Todos suspiramos por verle y, especialmente, los responsables de la Seminci mientras una mirada de incierta condescendencia partía de los labios de Conchita Montes, la eterna amante de Neville, que sabía la razón de aquella ausencia. Al llegarle el turno de intervención, Fernando Fernán Gómez sentenció: "Pues yo no voy a ser breve" y extrajo del bolsillo de su americana un montón de hermosísimas cuartillas sobre "El dandy en la taberna".
Lo que vino a continuación no cabe reseñarlo sino en el hecho de que el recuerdo de aquella lectura me acompañará siempre, como el comienzo de "El gran Gastby".