En un verbo, hemos pasado de la civilización de la palabra a la civilización de otro lenguaje y sin preguntar ahora qué clase de civilización deja de ser más humana resulta que un cartel sigue siendo un grito en la pared. Esta vieja definición se debe a alguien que pasaba por allí, cerca del Moulin-Rouge, mientras Tolusse-Lautrec dibujaba unas piernas en el escenario con apagando su melancolía en alcohol, como el pianista de Billy Joel. Se explica en la Facultad de Bellas Artes que el emblema fue antes que el cartel y claro, cómo no, fueron los griegos los que utilizaron una cabra para anunciar una lechería y el dibujo de Baco para recordar a los filósofos que tras el ágora había una taberna. Llegó la xilografía que para entonces supuso otra revolución como la de ahora y salió el que se considera primer cartel ilustrado e impreso – nada es por casualidad- que anunciaba “El Gran Perdón de Nuestra Señora de París”. No es mala expresión, la del grito en la pared, por cuanto si el medio es el mensaje y con la crisis del ladrillo no haya pared donde pegar uno -responsable la empresa anunciadora-, todo sea que el cartel de la Semana Santa de este año confirma este argumento. La obra de Ana Zaragozá con la imagen de La Soledad y una delgada línea de rojo sobre negro dramatiza regando una orquídea esperanzadora y emociona pues posee significante y significado. O sea, es un lenguaje, un grito.
No es un detalle al uso recordar que cada cual vea lo que quiera en un mensaje colectivo. La gramática de los sentimientos en ninguna página cuenta cómo tiene que comportarse la expresión pues de cada uno depende de lo que imprima su propia emoción, su inestimable conciencia y no hay notas que valgan para adecuar lo que uno tiene o no que sentir. Por tanto, permítaseme, que sin haber pasado esta semana por el gabinete en crisis de mi propio Freud, me refiera al impresionante cartel donde uno vislumbra el terrorismo machista, la violencia y crueldad sobre la mujer, ese eufemismo denominado violencia de género, la dureza de una realidad que asola sólo en este año, dos meses sin cerrar, once asesinatos de víctimas frente a la nada y la soledad absoluta que recoge precisamente el motivo de su creación. Así que tenemos el significante y el significado, las relaciones sintagmáticas y las paradigmáticas para recordar la génesis del lenguaje y nos encontramos, antes que nada con la fuerza de una dualidad que el cartel de Ana Zaragoza motiva: el signo y el símbolo. Veamos otro significante para el mismo significado: el de la rebelión de las mujeres frente al machismo de las cofradías y en el entreacto el papel del Obispo, a quienes la vergüenza y la estulticia no permiten aceptar una realidad indeleble como es el reconocimiento de la cofradía de las mujeres de La Soledad. Y queda en La Soledad misma una expresión en la oración ante la ausencia: “Oh tú, primera y extrañísima creación de su Amor” que Dámaso Alonso evocó.
Cumple esta hermosa obra la función social al que se refería un día Renau cuando diferenciaba entre cuadro y cartel según la reacción psicológica del público. Lo hermético de una espléndida imagen clama en el espíritu por devoción en unas gentes o meditación en otras, y trasciende un eco interior desde las señas de identidad como un grito en una pared.