Vistas de página la semana pasada

jueves, 29 de noviembre de 2007


Juan Gelman,
Premio Cervantes 2007
La extranjera no sabe que su sangre es su casa, que todo pájaro suyo sólo ahí puede cantar y abrir alas de su verano y se abalanza, alcanza, lanza, alza como una sed de mundo que no se puede apagar. El pájaro encendido cuida los huecos de la pérdida como joyas perdidas sin remedio.Canta allí, loco de luz, no renuncia a mis monstruos, valiente.
JUAN GELMAN

En el poeta argentino Juan Gelman (1930), la traumática experiencia del exilio no viene a conformar sólo una parte importante de su producción, la comprendida entre 1975 y 1988, sino que además, y fundamentalmente, establece el desplazamiento hacia zonas de sentido en las que el lenguaje es también "el expulsado", el "vacío-pasión", "la marca de una ausencia que no cesa de no escribirse", en sus propios términos. De ahí que resulte tan relevante su encuentro con la poesía mística española, en la medida en que el místico es un exiliado de Dios (Citas y Comentarios, 1982), y con la poesía sefardí (Dibaxu, 1994),

"como si la soledad extrema del exilio me empujara a buscar raíces en la lengua,
las más profundas y exiliadas de la lengua".
María Ángeles Pérez López. Universidad de Salamanca.
La profesora María Angeles Pérez López, de la universidad salmantina, estudio y seleccionó la antología de Juan Gelman titulada Oficio Ardiente, que "ha sido atravesada por palabras que han obsesionado al poeta como amor, otoño, niñez, revolución, muerte, olvido y memoria".



Final incierto para El gran Gastby

ficción sobre ficción
A.L.

Regresé a Louisville con la esperanza de sacudirme algunos recuerdos que se fragmentaban en mi memoria como el rompecabezas de un niño que recibe por navidad. Repetía algunas palabras alrededor de las imágenes que pasaban por la calle mientras la gente esperaba en las marquesinas la llegada del bus. Quizás por eso mismo los pensamientos se suceden, porque como escuché, aprendemos a demostrar nuestra amistad a la gente durante su vida y no después de muertos. ¿Se habría merecido Gastby un final así? Habían pasado algunas semanas y uno no sabe si la norma es dejar a los muertos en paz en ese endiablado rompecabezas que ahora nos hace adultos, hasta que llega el día de doblar el vestíbulo del hotel y percibir de soslayo en la terraza, que una mujer de rojo reta al condenado frío, como queriendo evitar su propio miedo. No había la menor la menor duda: su parecido con Daisy era como el dos perlas salpicadas en su escote.

- Si quiere, podemos entrar dentro. La nieve no cesará, se lo aseguro.
- ¿Está usted convencido de ello?, - me dijo - haciendo que cogiese su copa.

Cuando nos sentamos y el camarero dejó sobre la mesa dos martinis tan fríos como las manos ateridas de aquella figura asustada observé que las miradas del tiempo se reproducen como una música repetida y que en esencia, los paraísos que vivimos reaparecen como las hojas de un almanaque.

- Mi marido me ha llamado lo peor que se le puede decir a alguien -me confesó - mientras bebía un largo sorbo y el agua helada resbalaba por su nariz. “¡Bastarda!”. “¡Eso es lo que eres! ¡Una bastarda!”. “¿Qué le parece” -añadió- .

Fue entonces, al escucharla, cuando me vino de nuevo, como un extraño relámpago marcado en fuego sobre la piel, la desazón de haber estado en la casa de Gastby por última vez. Mientras le ofrecí mi pañuelo para que secase el agua de la nieve o de sus propias lágrimas, sólo me atreví a contestarle: Todos hemos visto esa palabra alguna vez en nuestra vida.