“Entre el pasado y el presente del Sahara hay derechos humanos”
En una mañana de sábado madrileña un rayo de sol otoñal acaba de entrar por el ventanal del salón, yéndose hacia la biblioteca donde conviven “Lo bello y lo sublime” de Kant con “La guía de los perplejos” de Maimónides y los dos volúmenes de la Historia del Pensamiento Islámico de Miguel Cruz Hernández. Este intelectual español, catedrático de Filosofía y Psicología en las Universidades de Salamanca y Madrid y eminente arabista mundial tiene una cabeza prodigiosa a sus noventa años, una sensibilidad exquisita, una afectuosidad inmensa y la sencillez de un sabio. En este amigo de Avicena, Averroes y Maimónides se halla también una de las personalidades docentes más prestigiosas de la cultura española y al mismo tiempo un hombre que ha guardado una inquebrantable dignidad en su paso por la política. Fue llamado “el alcalde rojo” de Franco y llevó el agua a Pizarrales. Algo difícil que su palabra explica con la huella de su magisterio.
-¿Cómo es posible que un profesor de Filosofía, un arabista doctorado por la obra de Avicena y sobre todo, una persona que tenía un pasado certeramente republicano, fuera nombrado Alcalde de Salamanca por Franco en los albores de los años cincuenta?.
-Yo creo que ahí hubo un punto de error por ambas partes. En primer lugar, creo que el gobernador civil, José Luis Taboada, consideró oportuno cambiar al alcalde. Fue entonces cuando pensó en mí por lo que yo escribía en la última página de la Hoja del Lunes que dirigía Enrique de Sena. Eso, quizás, despistó al gobernador civil, porque hice un curriculum vitae negativo, clarísimamente negativo, desde uno de mis bisabuelos, republicano de la I República y a mi padre que fue depurado después de la guerra y trasladado de Granada a Cartagena. Por otro lado yo había estado en el ejército republicano, y además, por decirlo en términos futbolísticos, forofo de la FUE y afiliado a las Juventudes Socialistas Unificadas. Así que tuve que decir que me sentía muy honrado pero que esa era la realidad. En un principio pensé que eso les haría olvidarse de mí pero luego, por las razones que fueran, y tras el paso por Salamanca de Manuel Fraga, entonces flamante Delegado Nacional de Asociaciones del Movimiento, – ahora es un gran amigo mío- debieron de cambiar de opinión. Esas fueron las circunstancias.
- Pero su carrera política no se detuvo…
- Mi contacto con la política de entonces dependía de una cosa administrativa y otra cosa ideológica. La administrativa era que Joaquín Ruiz-Giménez me propuso como subdirector general del Instituto Hispanoárabe de Cultura. En la parte ideológica, era lector de “Escorial”, donde escribían Tovar, Laín y Ridruejo, los de la utopía joseantoniana, para distinguirla del falangismo simple Era lo único potable que existía, pero naturalmente reconociendo que se trataba de una utopía pues ellos limpiaban los textos de José Antonio de las boutades fascistas que allí salían. Laín y Tovar, por ejemplo, no iban a pensar que Rousseau era una persona reprobable y por supuesto no podían comulgar con la dialéctica de los puños y las pistolas. En cierto modo trataban de un futuro que nunca existió, por eso digo lo de utópico.
- Llegó usted en 1974 a dirigir la Dirección General de Cultura Popular y el Instituto Nacional del Libro.
- Yo había determinado, por necesidades familiares, no tener ninguna actividad política, aunque me la ofrecieran, pero me llamaron para presidir el Instituto Nacional del Libro, y por amistad con el ministro León Herrera, acepté. Recuerdo que antes de tomar posesión llamé a Enrique de Sena, que era un periodista excepcional que dirigía “El Adelanto” y le dije, mira, no está en la calle pero pasa esto y a él di las primeras declaraciones. Por otra parte, Ricardo de la Cierva que, era director General, pegó un portazo y se fue, ni siquiera esperó unos días. Yo pensaba que iba a estar allí seis meses, pues estaba seguro que habría crisis de gobierno porque aquel gobierno de Arias era muy flojo y Franco ya flaqueaba, pero tras su muerte, me quedé. Por tanto, viví en esos tres años con dos jefes de Estado, Franco y el Rey; dos presidentes de Gobierno, Arias y Suárez y tres ministros de Información y Turismo, León Herrera, Martín Gamero, que estuvo seis meses y lo pasé muy mal y Reguera Guajardo, que debió de ser un nombramiento para el Consejo pues quien de verdad ejercía como ministro era Sabino Fernández Campo que entonces era subsecretario, hasta que lo llamó el Rey.
- Es inimaginable la percepción de cuantas cosas pudieron pasar ante la mesa de trabajo de este hombre de la que nunca ha faltado un ejemplar de “La metafísica de Avicena”, su tesis doctoral, que le abría camino como uno de los más grandes arabistas de nuestra historia reciente junto a Asín Palacios. Y tampoco faltaba de aquel despacho frío del ministerio la obra que dio origen a su perspectiva filosófica: “Lo sublime y lo bello” de Kant. En aquel tiempo histórico, término este que se usa con frecuencia para indeterminados asuntos de pacotilla, uno piensa en el referente de este hombre sabio y prudente ante la mirada perpleja de los acontecimientos y la voluntad de querer cambiar las cosas desde la palabra. Se me ocurre, por ejemplo, pensar cómo Miguel Cruz razona ante el ministro León Herrera la idea del Premio Cervantes poco después de la muerte de Franco. Y cómo, casualmente, la orden ministerial lo aprueba en el día de San Miguel, el nombre del místico olvidado por la Iglesia, Miguel de Molinos; y el de Unamuno también, con quien coincide en tantas cosas incluso en su misteriosa poesía de la que habla con modestia. No olvida este profesor de voz humilde y aun hermosamente musical en su eco andaluz, aquellos días de tormenta sobre la legalización del Partido Comunista: abril, 1977. ¿Quién entregó aquel primer Premio Cervantes a Jorge Guillén?
- Yo se lo entregué. Se lo entrego yo porque no hay quien quiera hacerlo. Eso es lo más curioso. En primer lugar, intenté, por los conductos que yo tenía que fuera el Rey. Y si no, Suárez, pero da la casualidad que en aquellos días están todos nada menos que en el reconocimiento del Partido Comunista. Y claro, estaba Jorge Guillén. Tengo que confesar que aquello me acercó a lo que había sentido desde niño cuando mi madre me leía a poetas del 27, especialmente a Lorca, Salinas y Buendía.
- Y además del asunto del Cervantes, usted asistió muy de cerca, por su condición de arabista, a la crisis del Sahara que provocó en vísperas de la muerte de Franco el rey Hassan II con la llamada “marcha verde”.
-El ejército tenía muy buenos traductores. A mí me mandaron dos o tres libros que había publicado el gobierno de Marruecos, en francés. Uno de ellos era de un italiano en el que se manejaban datos históricos que vindicaban el Sahara porque se referían a la tesis de Sid Allad El Fassi que pedía todo, desde Toledo a Tombuctú... En mi opinión, creo que no hicieron gran caso a los informes que hicimos, pues veníamos a decir que los libros eran malos pero que eran muy buena propaganda para Marruecos.
- O sea, su formación como arabista le llevó a participar en aquellos días en asuntos muy delicados…
- Tuve acceso a las fotografías que había hecho el ejército español, que eran ilegales. Se sabía por todos que Marruecos contaba con el apoyo de Francia y de Estados Unidos. ¿Por qué?. Pues por una sencilla razón. El Polisario había mostrado tendencias argelinas clarísimas, lo que ya no es un secreto, temiéndose que Argelia, que era prosoviética, convirtiera el Sahara en una salida de los rusos al Atlántico. Recuerdo que por aquellos días, el jefe de las tropas españolas en el Sahara dijo entonces a Arias, “Bueno, nosotros en veinticuatro horas estamos en Rabat. ¿Y luego, qué hacemos?.” Y tenía razón, porque podría pasar de todo. Por eso creo que entre el pasado y el presente del Sahara no hay que olvidar los derechos humanos.
- Y con su experiencia, ¿Cómo asiste ante los acontecimientos actuales en el territorio saharaui?
- Veo una situación muy difícil, porque el problema del Sahara es un problema para los saharauis, es un problema para España, es un problema internacional pero es un problema mayor para Marruecos. Perder el Sahara es fatal para Marruecos y fatal para la dinastía alauí, pero claro, los saharauis tienen unos derechos. Naturalmente, yo llevo defendiendo desde hace muchos años el derecho de los saharauis y el derecho de los palestinos.
-El enquistamiento palestino-israelí es histórico y no parece que tenga solución…
- Sí, hay una solución, pero es utópica. Y la solución es una confederación palestino-israelí. Que se convenzan los dos de que están allí y que sólo como confederados pueden convivir. Yo he estado en Jerusalén, en un lado y en otro, rezando en una parte con la quipá judía en el muro de las lamentaciones, porque los cristianos admitimos el Antiguo Testamento y en la otra en la mezquita con los árabes, porque no hay nada que impida a un católico practicante cantar una alabanza a Dios. Esa es la experiencia, que a un turista le hagan eso, un día venga aquí y el otro allí, con tantas fronteras y entrar por caminos diferentes en Jerusalén, eso explica las dificultades que hay. La complicación histórica es también una complicación actual y ahora añadida a la complicación geográfica. Creo, de todos modos, que esa es la única solución, ya digo, utópica, sí, pero habría que tenerla en cuenta.
- ¿Cómo ve usted la situación ante el integrismo islámico?
- Es un absurdo que sólo acaba en lo que acaba, en crímenes. El Islam tiene problemas. No hay una jerarquía y al no haber una jerarquía cada imán de mezquita dice lo que quiere. El integrismo islámico o desaparece como otros movimientos violentos en el mundo o si continúa es un gran peligro para el Islam y para el Occidente. Ni siquiera se puede decir lo que algunos afirman, que esto acabará en una guerra. Pero ¿qué guerra?.
- Sabe qué le digo, que no me gustaría acabar este encuentro con la utopía sino con el agradecimiento por su sencillez y si me permite, por la sabiduría del amigo de Averroes, Avicena y Maimónides.
- Avicena y Averroes aportaron traer la sabiduría de los griegos por medio de los árabes a Occidente, lo hicieron en Filosofía y lo hicieron en Medicina, pues los dos eran médicos al mismo tiempo que pensadores y los dos aportan el sentido de universalidad, pues piense que los dos son árabes y, pese al Islam, aceptan la eternidad del Cosmos. Y Maimónides da universalidad al pensamiento judío y lo hace, precisamente, escribiendo todas sus obras menos una, en árabe. Eso es un dato científico que a veces no se entiende bien, ahí está “La guía de los perplejos” que es una concepción del mundo y de la conducta moral, universal. Una de las cosas que más me emociona es ver mi publicación sobre Averroes en los quioscos.
- Se refiere a su libro “Así es Averroes”. Por cierto, profesor, ¿Sabe usted que ya hay autovía entre Salamanca y Zamora?
- Mire, el primer viaje que hice con mi primer coche, un seat 1400 fue a Zamora. Zamora es una perla del Románico.
-¿Cómo es posible que un profesor de Filosofía, un arabista doctorado por la obra de Avicena y sobre todo, una persona que tenía un pasado certeramente republicano, fuera nombrado Alcalde de Salamanca por Franco en los albores de los años cincuenta?.
-Yo creo que ahí hubo un punto de error por ambas partes. En primer lugar, creo que el gobernador civil, José Luis Taboada, consideró oportuno cambiar al alcalde. Fue entonces cuando pensó en mí por lo que yo escribía en la última página de la Hoja del Lunes que dirigía Enrique de Sena. Eso, quizás, despistó al gobernador civil, porque hice un curriculum vitae negativo, clarísimamente negativo, desde uno de mis bisabuelos, republicano de la I República y a mi padre que fue depurado después de la guerra y trasladado de Granada a Cartagena. Por otro lado yo había estado en el ejército republicano, y además, por decirlo en términos futbolísticos, forofo de la FUE y afiliado a las Juventudes Socialistas Unificadas. Así que tuve que decir que me sentía muy honrado pero que esa era la realidad. En un principio pensé que eso les haría olvidarse de mí pero luego, por las razones que fueran, y tras el paso por Salamanca de Manuel Fraga, entonces flamante Delegado Nacional de Asociaciones del Movimiento, – ahora es un gran amigo mío- debieron de cambiar de opinión. Esas fueron las circunstancias.
- Pero su carrera política no se detuvo…
- Mi contacto con la política de entonces dependía de una cosa administrativa y otra cosa ideológica. La administrativa era que Joaquín Ruiz-Giménez me propuso como subdirector general del Instituto Hispanoárabe de Cultura. En la parte ideológica, era lector de “Escorial”, donde escribían Tovar, Laín y Ridruejo, los de la utopía joseantoniana, para distinguirla del falangismo simple Era lo único potable que existía, pero naturalmente reconociendo que se trataba de una utopía pues ellos limpiaban los textos de José Antonio de las boutades fascistas que allí salían. Laín y Tovar, por ejemplo, no iban a pensar que Rousseau era una persona reprobable y por supuesto no podían comulgar con la dialéctica de los puños y las pistolas. En cierto modo trataban de un futuro que nunca existió, por eso digo lo de utópico.
- Llegó usted en 1974 a dirigir la Dirección General de Cultura Popular y el Instituto Nacional del Libro.
- Yo había determinado, por necesidades familiares, no tener ninguna actividad política, aunque me la ofrecieran, pero me llamaron para presidir el Instituto Nacional del Libro, y por amistad con el ministro León Herrera, acepté. Recuerdo que antes de tomar posesión llamé a Enrique de Sena, que era un periodista excepcional que dirigía “El Adelanto” y le dije, mira, no está en la calle pero pasa esto y a él di las primeras declaraciones. Por otra parte, Ricardo de la Cierva que, era director General, pegó un portazo y se fue, ni siquiera esperó unos días. Yo pensaba que iba a estar allí seis meses, pues estaba seguro que habría crisis de gobierno porque aquel gobierno de Arias era muy flojo y Franco ya flaqueaba, pero tras su muerte, me quedé. Por tanto, viví en esos tres años con dos jefes de Estado, Franco y el Rey; dos presidentes de Gobierno, Arias y Suárez y tres ministros de Información y Turismo, León Herrera, Martín Gamero, que estuvo seis meses y lo pasé muy mal y Reguera Guajardo, que debió de ser un nombramiento para el Consejo pues quien de verdad ejercía como ministro era Sabino Fernández Campo que entonces era subsecretario, hasta que lo llamó el Rey.
- Es inimaginable la percepción de cuantas cosas pudieron pasar ante la mesa de trabajo de este hombre de la que nunca ha faltado un ejemplar de “La metafísica de Avicena”, su tesis doctoral, que le abría camino como uno de los más grandes arabistas de nuestra historia reciente junto a Asín Palacios. Y tampoco faltaba de aquel despacho frío del ministerio la obra que dio origen a su perspectiva filosófica: “Lo sublime y lo bello” de Kant. En aquel tiempo histórico, término este que se usa con frecuencia para indeterminados asuntos de pacotilla, uno piensa en el referente de este hombre sabio y prudente ante la mirada perpleja de los acontecimientos y la voluntad de querer cambiar las cosas desde la palabra. Se me ocurre, por ejemplo, pensar cómo Miguel Cruz razona ante el ministro León Herrera la idea del Premio Cervantes poco después de la muerte de Franco. Y cómo, casualmente, la orden ministerial lo aprueba en el día de San Miguel, el nombre del místico olvidado por la Iglesia, Miguel de Molinos; y el de Unamuno también, con quien coincide en tantas cosas incluso en su misteriosa poesía de la que habla con modestia. No olvida este profesor de voz humilde y aun hermosamente musical en su eco andaluz, aquellos días de tormenta sobre la legalización del Partido Comunista: abril, 1977. ¿Quién entregó aquel primer Premio Cervantes a Jorge Guillén?
- Yo se lo entregué. Se lo entrego yo porque no hay quien quiera hacerlo. Eso es lo más curioso. En primer lugar, intenté, por los conductos que yo tenía que fuera el Rey. Y si no, Suárez, pero da la casualidad que en aquellos días están todos nada menos que en el reconocimiento del Partido Comunista. Y claro, estaba Jorge Guillén. Tengo que confesar que aquello me acercó a lo que había sentido desde niño cuando mi madre me leía a poetas del 27, especialmente a Lorca, Salinas y Buendía.
- Y además del asunto del Cervantes, usted asistió muy de cerca, por su condición de arabista, a la crisis del Sahara que provocó en vísperas de la muerte de Franco el rey Hassan II con la llamada “marcha verde”.
-El ejército tenía muy buenos traductores. A mí me mandaron dos o tres libros que había publicado el gobierno de Marruecos, en francés. Uno de ellos era de un italiano en el que se manejaban datos históricos que vindicaban el Sahara porque se referían a la tesis de Sid Allad El Fassi que pedía todo, desde Toledo a Tombuctú... En mi opinión, creo que no hicieron gran caso a los informes que hicimos, pues veníamos a decir que los libros eran malos pero que eran muy buena propaganda para Marruecos.
- O sea, su formación como arabista le llevó a participar en aquellos días en asuntos muy delicados…
- Tuve acceso a las fotografías que había hecho el ejército español, que eran ilegales. Se sabía por todos que Marruecos contaba con el apoyo de Francia y de Estados Unidos. ¿Por qué?. Pues por una sencilla razón. El Polisario había mostrado tendencias argelinas clarísimas, lo que ya no es un secreto, temiéndose que Argelia, que era prosoviética, convirtiera el Sahara en una salida de los rusos al Atlántico. Recuerdo que por aquellos días, el jefe de las tropas españolas en el Sahara dijo entonces a Arias, “Bueno, nosotros en veinticuatro horas estamos en Rabat. ¿Y luego, qué hacemos?.” Y tenía razón, porque podría pasar de todo. Por eso creo que entre el pasado y el presente del Sahara no hay que olvidar los derechos humanos.
- Y con su experiencia, ¿Cómo asiste ante los acontecimientos actuales en el territorio saharaui?
- Veo una situación muy difícil, porque el problema del Sahara es un problema para los saharauis, es un problema para España, es un problema internacional pero es un problema mayor para Marruecos. Perder el Sahara es fatal para Marruecos y fatal para la dinastía alauí, pero claro, los saharauis tienen unos derechos. Naturalmente, yo llevo defendiendo desde hace muchos años el derecho de los saharauis y el derecho de los palestinos.
-El enquistamiento palestino-israelí es histórico y no parece que tenga solución…
- Sí, hay una solución, pero es utópica. Y la solución es una confederación palestino-israelí. Que se convenzan los dos de que están allí y que sólo como confederados pueden convivir. Yo he estado en Jerusalén, en un lado y en otro, rezando en una parte con la quipá judía en el muro de las lamentaciones, porque los cristianos admitimos el Antiguo Testamento y en la otra en la mezquita con los árabes, porque no hay nada que impida a un católico practicante cantar una alabanza a Dios. Esa es la experiencia, que a un turista le hagan eso, un día venga aquí y el otro allí, con tantas fronteras y entrar por caminos diferentes en Jerusalén, eso explica las dificultades que hay. La complicación histórica es también una complicación actual y ahora añadida a la complicación geográfica. Creo, de todos modos, que esa es la única solución, ya digo, utópica, sí, pero habría que tenerla en cuenta.
- ¿Cómo ve usted la situación ante el integrismo islámico?
- Es un absurdo que sólo acaba en lo que acaba, en crímenes. El Islam tiene problemas. No hay una jerarquía y al no haber una jerarquía cada imán de mezquita dice lo que quiere. El integrismo islámico o desaparece como otros movimientos violentos en el mundo o si continúa es un gran peligro para el Islam y para el Occidente. Ni siquiera se puede decir lo que algunos afirman, que esto acabará en una guerra. Pero ¿qué guerra?.
- Sabe qué le digo, que no me gustaría acabar este encuentro con la utopía sino con el agradecimiento por su sencillez y si me permite, por la sabiduría del amigo de Averroes, Avicena y Maimónides.
- Avicena y Averroes aportaron traer la sabiduría de los griegos por medio de los árabes a Occidente, lo hicieron en Filosofía y lo hicieron en Medicina, pues los dos eran médicos al mismo tiempo que pensadores y los dos aportan el sentido de universalidad, pues piense que los dos son árabes y, pese al Islam, aceptan la eternidad del Cosmos. Y Maimónides da universalidad al pensamiento judío y lo hace, precisamente, escribiendo todas sus obras menos una, en árabe. Eso es un dato científico que a veces no se entiende bien, ahí está “La guía de los perplejos” que es una concepción del mundo y de la conducta moral, universal. Una de las cosas que más me emociona es ver mi publicación sobre Averroes en los quioscos.
- Se refiere a su libro “Así es Averroes”. Por cierto, profesor, ¿Sabe usted que ya hay autovía entre Salamanca y Zamora?
- Mire, el primer viaje que hice con mi primer coche, un seat 1400 fue a Zamora. Zamora es una perla del Románico.