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miércoles, 21 de enero de 2009

Eureka

Cuentan que Arquímedes, cansado de ver la cantidad de agua que perdía cada vez que se metía en la bañera consideró una vez el hecho positivamente y salió corriendo a la calle, desnudo y salpicando a los viandantes a quienes gritaba: “¡Eureka! ¡Eureka!.”. Aquello era parte de su principio y el fin también de algunos idiotas. En realidad el bueno de Arquímedes había encontrado algo y por ello tiró del palabro histórico que siglos después Edgar Allan Poe utilizara también para componer una compleja y magnífica reflexión en torno del universo, breviario del significado del cosmos y trasunto de Dios, que consideró lo mejor de su obra. Estaba alucinado, nadie creyó en él y pese a la impecable sagacidad e inteligencia de quien ahora se cumplen doscientos años de su nacimiento, murió solo, perdido y borracho al doblar una de las calles lumpen de Filadelfia. Pues bien, entre el hecho de Arquímedes, la referencia de Poe y la investidura de Obama el universo sigue estando ahí arriba, pese a los satélites del google heart donde uno puede ver el tejado hipotecado de su casa y el resto de hipotecas colindantes en la recesión que vivimos. Época de depresión ésta, sí, a expensas de no atisbar nada que indique que ni Solbes ni Zapatero ni el mismo Obama presuman de salir mañana, desnudos o vestiditos, qué más da, a la calle que ya es hora de gritar eso de “¡Eureka!” y confiar ilusión en la vida de las gentes. Se hace difícil, pero quizá sea el trabajo de ilusionista el único que ahora puede testimoniar algo de luz sobre la realidad palpitante. Puede que, en el fondo, los arquímedes de hoy los poe de mañana trabajen ya como arduos burócratas a las órdenes de los lobbies, los gestores empresariales, las caras ocultas del poder sobre el cual el engranaje político proclama su propaganda. Lo que sucede es que de aquellos originales que dieron con el principio y con la fe nos queda el legado para explicar el sentido que hoy adquieren las cosas en torno a la imbecilidad contagiosa, la avaricia desproporcionada, la codicia imperante, el rencor furibundo, la penosa tesis de la envidia y el espantoso concepto del odio como animador común de la feria de vanidades que nos rodea. Éste es el nuevo principio de Arquímedes, lo que desborda la bañera y se escapa al tirar de la cadena en la sede de las bolsas internacionales, los consejos de administración de los bancos, la guerra de la cajas, los acuerdos financieros, las transacciones y los intereses creados. Todo tiene un precio: la bolsa o la vida, como el juego infantil que seguía con el botón de la barriga. He aquí el espectáculo de Poe, adivinador de cierto terror que viaja más allá de la literatura pues todo parece depender del pozo y el péndulo por donde gravita la vida de los mortales. Dedicaba Poe su gran obra sobre el Universo : “a los pocos que me aman y a quienes yo amo, a los que sienten más que los que piensan, a los soñadores y a los que depositan su fe en los sueños como únicas realidades”. Deseaba que su obra se juzgase como poema después de su muerte.
Es un gran refugio.