
Fechado en enero de 1965 y editado en la vieja y desaparecida “Vitor”, la imprenta etimológica de Pepe Núñez Larraz, el primer libro del salmantino José‑Miguel Ullán (Villarino, 1944 - Madrid, 2009) lleva por título El jornal. Es una rara avis encontrarlo en alguna librería de viejo, y quién sabe, si alguna vez, emparedado entre una novela de Marcial Lafuente Estefanía y La conquista de la felicidad de Bertrand Rusell uno es capaz de encontrar un ejemplar tan enmohecido pero virgen, amarillento y sin embargo fértil, como así es su palabra escrita. ¿Qué es de este escritor huido siempre de la oficialidad más insigne, viajero que regresa de vez en vez con la discreción de quien no quiere ser visto más que por lo que prefiere? Alejado de la pomposidad más notoriamente celebrada en este país por los sucedáneos intelectuales que se ocupan de la llamada literatura comercial y del número de ventas cual inquilinos del “Gran hermano”, la obra de José‑Miguel Ullán es de una espléndida solidez y una honestidad poética absolutamente fidedigna.
Sin su obra no podrían tenerse en cuenta los laberintos por donde la poesía española ha urdido las mimbres en los últimos cuarenta años. Su experiencia vital, como en el caso de los escritores comprometidos con las circunstancias, le han jalonado afectos y desafectos con su propia singladura poética a la que nunca –afortunadamente– ha renunciado en su sentido más puro: la esencia de la palabra. Tras estudiar el Bachillerato en Salamanca y, su paso por un Madrid inquietante donde inicia Ciencias Políticas y Filosofía y Letras se recluye en París poco antes del mayo del 68 dónde conoce y trabaja junto a Roland Barthes y Lucien Goldmann. El periplo lingüístico no habrá hecho más que comenzar. Trabaja en la ortf y a su regreso –muerto Franco– a Madrid su experiencia le llevará a realizar una intensísima actividad periodística entre la que destacará –inevitable su eco– el programa “Tatuaje” en TVE, lejos del tufo cañí en que habían envuelto a la copla, y la creación del excelente suplemento “Culturas” en Diario 16. Nota biográfica que se actualiza con sus colaboraciones en la prensa nacional e internacional. Pero nos atrae, sin duda su obra poética.
Como acaso no es gratuito sopesar las relaciones de fondo y forma que habitan en el eje de la poesía española contemporánea es por eso que se nos antoja analizar una pista entre nombres que van a ser proclives para entender la reflexión común en torno al lenguaje, porque es en torno al lenguaje donde despliega todo su universo. No es extraño, precisamente, que José‑Miguel Ullán se encargue de la edición de un libro mítico como es Noventa y nueve poemas de José Ángel Valente. De nuevo, Valente, como una constante agradecida para la poesía española. En esta influencia –me atrevo a decir– decisiva, entre uno y otro, gravitan puntos y nombres tan comunes como que sería imposible desprenderlos de ambos. Por una parte, la presencia de la obra del místico español Miguel de Molinos, como así poéticamente Góngora, Cernuda o Vallejo, detallarán el equipaje de Ullán que él mismo analiza en la obra de Valente. Por la otra, la presencia en ambos, con imborrable fuerza creadora, del poeta cubano José Lezama Lima y la pensadora española María Zambrano: a quienes unirá no sólo la complicidad en la palabra sino una intensa amistad.
Clave de este signo es la referencia que de ello hace precisamente el crítico Miguel Casado en la edición de Ardicia (Cátedra, 1994), antología de la obra del poeta que referimos: “Entre las pinceladas sueltas, corre la zona blanca del pensamiento, la página casi entera también en blanco, como respiración, expresión penetrante de las intermitencias y vacíos del discurso... / ... Una propuesta de este orden es frecuente en el pensamiento de María Zambrano y el propio Ullán la ha recogido en ocasiones, por ejemplo en su artículo ‘Lezama Lima o el barroco carcelario’”. No es casual tal encuentro. Citemos algo que evidencia el testimonio del propio Ullán: “Ningún tema vive separado de los demás, todo es fragmento de un orden, de una órbita que ininterrumpidamente se recorre y que solamente se mostraría entera si su centro se manifiesta”. Estamos ante una poesía que –desde el hondo sentido que da forma Valente– considera el pensamiento como centro y la palabra como acto: o sea, María Zambrano y Lezama Lima como huella de uno de los poetas de mayor profundidad de nuestra literatura contemporánea.
Su orbe está fuera de los circuitos estéticamente podridos; la naturaleza de la obra de Ullán resiste por la enorme trascendencia de su elaboración sobre tanto “vivo difunto” por emplear el símil que el mismo Valente anotó en Salamanca respecto de la obra de otro poeta que aquí es menester pronunciar, me refiero a Aníbal Núñez, autor, entre otras curiosidades, de la cubierta de El jornal, el primer libro de J. M. Ullán:
“Amatando el candil
tan en mi hogar.
Y, sin embargo,
Cósmico”.
La excelente edición de Ardicia, libro citado por la edición de Miguel Casado, presenta una obra jalonada de títulos y referencias y supone un escaparate espléndido para conocer una experiencia poética fascinante, generalmente ¿desconocida? ¿despreciada? ¿olvidada? en la geografía cercana del nacimiento de su autor. ¿Pocos sabrán de la necesidad que el poeta tiene de acompañar la visión de Villarino de los Aires en su itinerario acaso como una “Razón del tacto”? Dicho queda que en Ullán se describe esa parábola del tiempo frente al pensamiento como acto generador de libertad. Su exilio, acompañado después por señales ostentosas de desprecio en un país de naturaleza tan corriente en estas consideraciones, le acercó a la contemplación de lo ilimitado de la escritura, le inundó de pintura –haciendo de él además un artista singular– e introduciendo su espíritu crítico en lo que más tarde desarrollará en torno a la obra de artistas como Antonio Saura, Eusebio Sempere, Zóbel, Chillida, Tápies, que ilustrarán espléndidas ediciones de su obra poética.
De ahí que en gran parte de su obra se construyan el juego y la cábala (de nuevo J. A. Valente) en la más libre de las expresiones. Así aparecerán poemas surgidos de la selección y señalización de palabras de un artículo de prensa como en “Alarma”; búsqueda de una ruptura lexicográfica en “Abecedario en Brinkmann”; jeroglíficos y ecos del “haiku” japonés en “Funeral mal”; poemas –obligatoriamente– tachados en “Manchas nombradas”; composición libre, intelectualmente libre como toda su obra, en el hermosísimo libro Rumor de Tánger al que acompaña una cita de Lezama Lima: “única cárcel / corona sin ruido”; dibujos como hipérboles de la escritura en Visto y no visto, donde se honienajea a Valente, Zambrano o Aníbal Núñez; una obra poética, en fin, que concita una inmensa experiencia lectora.
Miguel Casado, aludiendo a María Zambrano lo designa como “La metáfora del corazón”, tal es la obra enriquecedora de José‑Miguel Ullán: la palabra que nace y se nutre del conocimiento para dar testimonio de una fecunda emoción.