Candilejas Caleidoscópicas
Blog de Aníbal Lozano
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domingo, 17 de agosto de 2014
Café del Sur. A Dimitri Papanikas
Engañas
al sueño y te desvelas, aunque se trate de un domingo: son las 8.00 am.
Sintonizan Radio Nacional de España, Radio Clásica y a tu lado se queda uno de
los mejores programas de radio que
puedas escuchar. Se llama ‘Café del Sur’ y lo conduce Dimitri Papanikas desde
hace cinco años en que lo creó en una mesa de café cerca de la madrileña plaza
de Ópera. Las vicisitudes y los caprichos de la programación ha hecho que este
programa baile durante este tiempo en el dial de las emisoras de Radio nacional, que si Radio Clásica (antes
Radio 2) y Radio 3. Al final, el corazón que es sabio encuentra un día el breve
instante para sentirlo, para apreciarlo. ‘Café del Sur’ (que uno puede escuchar
en cualquier momento gracias a los podscast
de Radio Nacional, -justo es reconocer el gran servicio que para el oyente
tiene ‘A la carta’-) mira los orígenes del tango como un argumento entre la voz
y la palabra, la música, la memoria y la poesía. Y es mucho más que eso.
En estos tiempos que corren citarse con
la reflexión es difícil. Si echas la mirada sobre la radio misma pues volverte
y revolverte hasta encontrar cierta cordura que al menos, escapa a la soberbia
y egolatría que transmiten otros medios, como el de la caja tonta, más tonta
que nunca en bote y sin Lina Morgan que lo anuncie. Encontrarse, por tanto, con
un asueto de calma en un mar embravecido de estupideces tiene algo de cordura y
en ello nos alcanza la plenitud de ‘Café del Sur’. Dimitri Papanikas, en esa
mixtura del crítico sardo que lo es también de Italia, España, América del
Sur o el Peloponeso viaja como una
figura homérica en el Mediterráneo y lo acerca hasta formar parte de ti. Si la
historia del tango deviene en reclamo, es verdad que la misma cultura se nos
ofrece como el trasunto de la vida, como la letra que Dimitri Papanikas nos
recuerda como un péndulo hermoso del inolvidable Alfredo Zitarrosa: “Como haré para tomarte en mis adentros,
guitarra… Cómo haré para que sientas mi torpe amor, mis ganas de sonarte entera
y mía… Como se toca tu carne de aire, tu oloroso tacto, tu corazón sin hambre,
tu silencio en el puente, tu cuerda quinta, tu bordón macho y oscuro, tus
parientes cantores, tus tres almas, conversadoras como niñas… Como se puede
amarte sin dolor, sin apuro, sin testigos, sin manos que te ofendan… Como
traspasarte mis hombres y mujeres bien queridos, guitarra; mis amores ajenos,
mi certeza de amarte como pocos…”
Hay en este fascinante programa de radio, un fragmento
para sér y para creer en la dignidad humana. Algo
épico.
el viejo peluca: Fernando Argenta in memoriam
Hubo un tiempo en que Fernando Argenta comenzaba el
programa de radio leyendo una carta de Cortos de la Sierra, provincia de
Salamanca. En ella se le proponía la petición de un preludio de Bach, ‘el viejo
peluca’, o el primer movimiento de un concierto de cuerda de Antonio Salieri
elevado por el cine a la categoría de canalla sin venir a cuento; y él lo
decía. En ese breve intervalo que tiene la vida desde el toque de diana hasta
el de retreta a mí Fernando argenta me salvó la vida en la academia de Toledo
oliendo a sardinas en lata, chuzo de campamento y soberano con cocacola que
medía la esencia del cosaco en caso de batalla. ¿Cómo pensar que Mozart podía
salvar el mundo, que era la mejor de las ONGs, que incluso hacía la revolución
sin pegar un solo tiro haciendo sonar un clarinete antes de un partido de
fútbol?.
La música guarda ese misterio, pero ahí estaba el
vendedor del adagio de Mahler, el aria de Donizetti, la chulapa de Bretón o el
réquiem de Fauré para dar cuenta desde radio nacional que nada estaba perdido,
incluso los sueños. El hijo del gran Ataúlto Argenta, que había interpretado a
Beethoven sin salpicar una brizna a Karajan pero a quien a unos fastidiaba y a
los otros también, convertía una hora de clásicos populares en la celebración
de lo cotidiano. Mientras este país experimentaba el cambio de guardia, la
celebración de las libertades y el cretinismo se hizo religión también, las
ondas de la radio emitían un programa que tenía que ver con la inteligencia y
el humor, dos soledades contra el empobrecimiento de la razón que se olvidaron
hasta postergarlo en la nada. El apellido Argenta lo llevó también Cristina, su
hermana, una etnógrafa misteriosamente humilde e impecable que murió en su madurez
juvenil y sonora que radiaba las tonadas de una mujer de Peñaparda o un pastor
de Valero con el alma, retransmitiendo el partido de la vida en la partida de
ajedrez que Alfonso X había ideado siglos atrás. Por eso, cuando leo sobre la
muerte de Fernando Argenta me quedo en ese hueco de la escalera que da al
llamado entresuelo de algunas viejas casas y me pregunto por la existencia de
los violonchelistas, si son de verdad o de juguete, si suenan no porque lo
dicta un informe de Educación que los ignora sino una mujer que los escucha en un pueblo de
la entresierra.
No hay pentagrama que resista este vandalismo que
olvida, que sirva apreciar el papel que en este país ha tenido
la cultura para aprender y para expresarse que habite en un músico callejero
que guarda un concertista o una corchea que a los buitres espanta. Sea, para
quien nos salvó de tanto.
jueves, 9 de agosto de 2012
sábado, 24 de marzo de 2012
http://www.youtube.com/watch?v=9qLjNfFk788&feature=player_embedded
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