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jueves, 24 de enero de 2008

In memoriam: Riszard Kapuscinski (*)


Se cumple un año de la desaparición de Riszard Kapuscinski, el periodista polaco que enraizaba la conciencia de la vida en la literatura y el periodismo con el compromiso de su razón de ser. No es fácil atisbar desde la misma ventana la realidad que se nos procura ante nuestros ojos, la de aquí, la de esta mujer incendiada en plena juventud por la ira y el terror en Alcalá de Henares, lo que la convierte en la ¿última? víctima de esa barbarie que nos asola y que nos acostumbra al eufemismo del terrorismo doméstico y la otra violencia de más allá, la de Gaza y los errabundos en tránsito hacia la nada, como pensó Faulkner de otros miserables. O sea que la mirada es difícil y a lo que nos acostumbra se diluye entre el vacío de unas políticas cuyo referente de cara a la realidad de los hechos las hace vacías, incongruentes, insensibles y cínicas. La mirada entonces de un periodista como Kapuscinski nos enseña a penetrar en el hecho mismo, sin quedarse uno fijo y estático en la mera observación. De toda su inmensa obra, especialmente anotaría que leyesen –si no lo han hecho- una crónica como Ébano , nombre que de por sí abre las puertas de África en el corazón humano. No es una novela, no es un libro de viajes, es la presencia de la palabra entre latidos que uno va sintiendo como propios y los hace necesariamente cercanos.
África no es sólo –es verdad- la historia de las guerras, las revoluciones falseadas, los golpes de Estado por concurso de colonialismos europeos, sino la intrahistoria de los rostros y las gentes que luchan por sobrevivir día a día, sabiendo que si otro día llega eso será algo tan diferente como extraordinario. No, no está lejos de nosotros África. Nunca lo estuvo y menos ahora. Por tanto, la mirada de este hombre sobre la realidad cotidiana es la que nos asola comúnmente alrededor de los días y de nuestra memoria. He ahí los Viajes con Heródoto, que trasciende sobre la lectura épica siglos después para armonizar el sentido que adquieren los tiempos como iguales y no como espacios tan diferentes; eso es algo que nos convierte en cómplices y no en autómatas de lo que vivimos.
Es esa una complicidad para la razón y para creer que, por ejemplo, el llamado terrorismo doméstico, la cruel y despiadada violencia machista late hoy en nuestra vida con una ley que fracasa, por cuanto no se aplica. Kapuscinski lo enseña.
(* PUBLICADO EN "EL ADELANTO". 25 DE FEBRERO DE 2008)

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