Los otros
Ando estos días devorando otra vez la espléndida traducción del amigo Pollux Hernúñez -salmantino afincado desde tiempos de Plauto en Bruselas- que hizo en su día de “Oliver Twist” y una y otra vez el eco de Dickens se reproduce ante la vida como un espejo. Aunque se insinúe por parte de ellos que la cultura española ha exportado además del Instituto Cervantes el corte y confección de la picaresca económica allende los mares, mal que le pese a anglosajones, kuwaitíes y dubaitianos (si les extraña el gentilicio de esa finca artificial donde se juega el mundo no les asuste) nos queda aquí la ceniza de Dickens, las estaciones de autobuses y los cartones, los portales y San Martín compartiendo la capa con un mendigo mientras un adolescente se entretiene en quemar vivo a otro pobre que duerme donde puede y donde no le dejan. La España de “Plácido”, por otra parte queda aquí de nuevo, en la pantalla de la vida cotidiana y eso que si no fuera por el rastrillo aun la cosa iría a peor, quizás, pues en medio de tanto la solidaridad sigue siendo sinónimo de caridad bien entendida y no de justicia social. La crisis es como aquel concepto que el mismo Berlanga barruntaba sobre el erotismo como artículo para ricos mientras que la pornografía sería cosa de pobres. No es cuestión de proclamar el detalle de los nombres para situar los adjetivos. No parece correcto jugar con eso, con el lenguaje cuando haya quien cada vez lo pasa peor, más gente que lo pasa mal y el denominador de la pobreza bate registros de desigualdad. Por eso, encontrarse de nuevo con la lectura de Dickens nos lleva al paraninfo de los días y las noches, las madrugadas terroríficas de hielo y centella, y a quienes antes se les veía colgados resulta ahora que el mundo pende de una cuerda múltiple, y cualquiera puede caer de ella. Ni antes eran colgados ni ahora dejan de serlo; el lenguaje mata a veces por su propia desnudez.
Alrededor de este espacio resulta curioso el mensaje que el presidente de la Xunta de Galicia Toruriño le ha enviado al presidente Zapatero: “En Galicia hay dos lenguas”. O sea, claro. También. No en balde a una amiga profesora de Lengua de Signos le han preguntado –y que diga lo que cuesta, que no hay problema- si puede traducir la lengua universal de los sordos al gallego. No, no es coña. El asunto es que en estas cosas mandan quienes se olvidan que la cosa es seria y no coña, que el asunto de la enseñanza y de las posibilidades de acceder en el siglo veintiuno a la dignidad humana resulta con estos bártulos algo efímero. La bolsa de paro se augura mayor mientras la Bolsa en mayúscula hace negocio y no el suficiente como para que suba la minúscula y ello quiere decir que ante el hecho nos quedamos con los mensajes huérfanos de criterio. Corren tiempos malos.
Es como si se hiciera cierto aquel dicho de Montesquieu: “Para prosperar en este mundo hay que tener aire de tonto, pero sin serlo”. Vuelve uno al Dickens del amigo Pollux y ¡oh Dios! hete aquí la mezquindad y la avaricia fuera de la literatura, en la vida misma.
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