
En tiempos de esta crisis, moribunda de tantas cosas, pasado mañana en pleno domingo gordo, se cumplen setenta años de la muerte de Antonio Machado. Su tumba en Collioure sigue abrazada de algunas flores y otros mensajes que habitan en el tiempo, como la palabra en el tiempo que tanto sacrificio empeña su obra y su memoria también. Fue en 1975, días después de la muerte de Franco, cuando el profesor Juan José Coy, a quien tanto debemos alumnos y no alumnos por acercarnos al verso machadiano (y al teatro de Tennesse Williams también) quien organizó en la Residencia Montellano de las jesuitinas un homenaje en torno al poeta universal. Participarían en él los profesores Gil Novales, Eugenio de Bustos, Aurora de Albornoz, el magnífico teólogo José María González Ruiz… y el escritor Andrés Sorel. Él fue el único que pudo abrir con su conferencia aquel homenaje tras la cual el gobernador civil prohibió su continuación. Sí, eran tiempos en que un gobernador estaba para prohibir la palabra, por ello, cuando recibimos con el paso del tiempo el peso de cuanto ha costado liberar el uso de la palabra precisamente podemos entrar en coma social al sopesar la cantidad de estupideces que hoy en día se muestran, a uno y a otro lado del espectador, por encima de la tolerancia.
Sin embargo, de aquel encuentro -que no pudo ser- sobre Machado quedó en salamanca el poso de un acontecimiento trascendental. Ya en plena transición aquellas conferencias censuradas se reflejaron en un libro que editó “Sígueme” y hoy pasa por ser un referente impecable en torno a la obra machadiana y su reflejo en la sociedad. Años después, gratamente, Juan José Coy publicó una esplendida “Biografía espiritual de Antonio Machado”, que junto a las de Ángel González, Tuñón de Lara, la misma “Guía popular” de Sorel o la de Aurora de Albornoz, cuando no las Obras Completas al cargo de Oreste Macro, nos proporcionan un espejo donde fraguar la poesía del hombre “en el buen sentido de la palabra, bueno”. De entre otras cosas aparecidas sobre él, José María González Ruiz escribió un hermoso libro en torno a “La teología de Antonio Machado”, indagando en el interior de la palabra poética y asomando una serie de claves que asustarían hoy al mismísimo Rouco temblando ante otro teólogo como José Antonio Pagola y su “Jesús. Una aproximación histórica”. De Machado y sobre ello mismo, Juan José Coy detalla: “Probablemente si a Machado hubiera que aplicarle alguna etiqueta –sin que se vea razón para hacerlo– ésta podía ser la de "cristiano" en el sentido de la igualdad fraternal de todos los hombres, en su traducción de terminología vagamente religiosa, de valores evangélicos, de común unión entre cuantos se asegura que somos hijos de un mismo Padre que está en los cielos”. Es verdad que durante largo tiempo creímos leer en Antonio Machado este mismo sentimiento, sólo que a escondidas. Pero no.
No debe ser así. La Conferencia Episcopal puede armar bulla con la pantalla de la “Educación para la ciudadanía” pero lo que no puede evitar es negar en la lectura de la obra machadiana una proyección cristiana, progresista y abierta sobre la propia dignidad humana. ¿Suena a teología de la liberación?. Habita en Machado.
Sin embargo, de aquel encuentro -que no pudo ser- sobre Machado quedó en salamanca el poso de un acontecimiento trascendental. Ya en plena transición aquellas conferencias censuradas se reflejaron en un libro que editó “Sígueme” y hoy pasa por ser un referente impecable en torno a la obra machadiana y su reflejo en la sociedad. Años después, gratamente, Juan José Coy publicó una esplendida “Biografía espiritual de Antonio Machado”, que junto a las de Ángel González, Tuñón de Lara, la misma “Guía popular” de Sorel o la de Aurora de Albornoz, cuando no las Obras Completas al cargo de Oreste Macro, nos proporcionan un espejo donde fraguar la poesía del hombre “en el buen sentido de la palabra, bueno”. De entre otras cosas aparecidas sobre él, José María González Ruiz escribió un hermoso libro en torno a “La teología de Antonio Machado”, indagando en el interior de la palabra poética y asomando una serie de claves que asustarían hoy al mismísimo Rouco temblando ante otro teólogo como José Antonio Pagola y su “Jesús. Una aproximación histórica”. De Machado y sobre ello mismo, Juan José Coy detalla: “Probablemente si a Machado hubiera que aplicarle alguna etiqueta –sin que se vea razón para hacerlo– ésta podía ser la de "cristiano" en el sentido de la igualdad fraternal de todos los hombres, en su traducción de terminología vagamente religiosa, de valores evangélicos, de común unión entre cuantos se asegura que somos hijos de un mismo Padre que está en los cielos”. Es verdad que durante largo tiempo creímos leer en Antonio Machado este mismo sentimiento, sólo que a escondidas. Pero no.
No debe ser así. La Conferencia Episcopal puede armar bulla con la pantalla de la “Educación para la ciudadanía” pero lo que no puede evitar es negar en la lectura de la obra machadiana una proyección cristiana, progresista y abierta sobre la propia dignidad humana. ¿Suena a teología de la liberación?. Habita en Machado.