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martes, 3 de marzo de 2009

El eco machadiano


En tiempos de esta crisis, moribunda de tantas cosas, pasado mañana en pleno domingo gordo, se cumplen setenta años de la muerte de Antonio Machado. Su tumba en Collioure sigue abrazada de algunas flores y otros mensajes que habitan en el tiempo, como la palabra en el tiempo que tanto sacrificio empeña su obra y su memoria también. Fue en 1975, días después de la muerte de Franco, cuando el profesor Juan José Coy, a quien tanto debemos alumnos y no alumnos por acercarnos al verso machadiano (y al teatro de Tennesse Williams también) quien organizó en la Residencia Montellano de las jesuitinas un homenaje en torno al poeta universal. Participarían en él los profesores Gil Novales, Eugenio de Bustos, Aurora de Albornoz, el magnífico teólogo José María González Ruiz… y el escritor Andrés Sorel. Él fue el único que pudo abrir con su conferencia aquel homenaje tras la cual el gobernador civil prohibió su continuación. Sí, eran tiempos en que un gobernador estaba para prohibir la palabra, por ello, cuando recibimos con el paso del tiempo el peso de cuanto ha costado liberar el uso de la palabra precisamente podemos entrar en coma social al sopesar la cantidad de estupideces que hoy en día se muestran, a uno y a otro lado del espectador, por encima de la tolerancia.
Sin embargo, de aquel encuentro -que no pudo ser- sobre Machado quedó en salamanca el poso de un acontecimiento trascendental. Ya en plena transición aquellas conferencias censuradas se reflejaron en un libro que editó “Sígueme” y hoy pasa por ser un referente impecable en torno a la obra machadiana y su reflejo en la sociedad. Años después, gratamente, Juan José Coy publicó una esplendida “Biografía espiritual de Antonio Machado”, que junto a las de Ángel González, Tuñón de Lara, la misma “Guía popular” de Sorel o la de Aurora de Albornoz, cuando no las Obras Completas al cargo de Oreste Macro, nos proporcionan un espejo donde fraguar la poesía del hombre “en el buen sentido de la palabra, bueno”. De entre otras cosas aparecidas sobre él, José María González Ruiz escribió un hermoso libro en torno a “La teología de Antonio Machado”, indagando en el interior de la palabra poética y asomando una serie de claves que asustarían hoy al mismísimo Rouco temblando ante otro teólogo como José Antonio Pagola y su “Jesús. Una aproximación histórica”. De Machado y sobre ello mismo, Juan José Coy detalla: “Probablemente si a Machado hubiera que aplicarle alguna etiqueta –sin que se vea razón para hacerlo– ésta podía ser la de "cristiano" en el sentido de la igualdad fraternal de todos los hombres, en su traducción de terminología vagamente religiosa, de valores evangélicos, de común unión entre cuantos se asegura que somos hijos de un mismo Padre que está en los cielos”. Es verdad que durante largo tiempo creímos leer en Antonio Machado este mismo sentimiento, sólo que a escondidas. Pero no.
No debe ser así. La Conferencia Episcopal puede armar bulla con la pantalla de la “Educación para la ciudadanía” pero lo que no puede evitar es negar en la lectura de la obra machadiana una proyección cristiana, progresista y abierta sobre la propia dignidad humana. ¿Suena a teología de la liberación?. Habita en Machado.

lunes, 2 de marzo de 2009

Slumdog Millionaire



Supongo que dado los tiempos que corren al personal se le debió de quedar cara de Benjamín Button precisamente viendo pasar una tras otra estatuilla sin detenerse por delante de Brad Pitt preguntándose si una gran interpretación contrasta con el resultado de los “oscar” ante otras grandes interpretaciones, pero desconocidas por el mercado y duras y salvajes en la vida misma. Debo de confesar que “Slumdog millionaire” me ha causado lo que hacía el tiempo el cine no me decía. Ya saben, si no la han visto, la película gira en torno a un joven concursante de “¿Quieres ser millonario?” que antes de enfrentarse a la última de las preguntas es secuestrado y torturado por la policía india porque sospechan que este chaval repartidor de te, analfabeto y pobre, haya podido amañar las respuestas. Sin enfrentarnos al final de la película, que es lo de menos, lo que lleva a conmover el espíritu del espectador es precisamente la respuesta de Jamal a sus verdugos: las respuestas a las preguntas estaban en su vida, desde niño hasta ese mismo instante en que aún el concurso no ha acabado.
Pasa la película, por tanto, por la dureza de uno de los suburbios de Bombay, la indigencia infantil y la crueldad, la inmisericordia y el terror de asomarse pese a todo un día más a la vida desde la sonrisa de un niño -el fascinante actor que apareció tras el “oscar”,- que no cejará de buscar la complicidad del amor mismo. Esa mirada sobre India es tan real como la palabra que nos da la novela de Vikas Swarup y que ha servido para que Simon Beaufoy firme el guión oscarizado junto a la espléndida dirección de Danny Boyle. Sí, una película dura, como suele decirse, ruda y sincera hasta el tuétano también. Y, además, una gran película. Si me permiten y uno no olvida los días de festival hace años gracias a este periódico, guarda la película una escueta lección de cine: el desdoblamiento narrativo que posee es fascinante, apoyado en un meritorio y también premiado montaje pero debido indudablemente a la adaptación de un guión fuerte, reforzado en un ritmo intenso y una narración espléndida. No nos cuenta una historias en paralelo, lo que sucede se guarda en la memoria del personaje y en ese juego la película posee una magia de difícil baile entre los periodos de la narración: el antes y ahora con el instante inmediato. Eso es oficio de maestros cuando se cuenta algo y en la película, por ello, hay momentos encomiables de gran cine. ¿Contar historias? ¿Contar una historia?. He ahí el difícil reto por el que un día Manckiewitz nos hizo espectadores de “Eva al desnudo”. Pues bien, uno piensa que en “Slumdog Millionaire” hay momentos para percibir lo genial.
Pasa el cine por enseñarnos también mucho de la vida y hacernos críticos frente a todo, tal como duele esta historia cruda donde la ternura y la buena factura de la historia así contada nos conmueve.No es de extrañar que mientras Penélope dedicaba el suyo a Alcobendas el niño indio escrutase un sonrisa fascinante junto a los actores que habían hecho el papel de crueles, mientras le abrazaban y protegían ante el premio más grande del cine.