
Supongo que dado los tiempos que corren al personal se le debió de quedar cara de Benjamín Button precisamente viendo pasar una tras otra estatuilla sin detenerse por delante de Brad Pitt preguntándose si una gran interpretación contrasta con el resultado de los “oscar” ante otras grandes interpretaciones, pero desconocidas por el mercado y duras y salvajes en la vida misma. Debo de confesar que “Slumdog millionaire” me ha causado lo que hacía el tiempo el cine no me decía. Ya saben, si no la han visto, la película gira en torno a un joven concursante de “¿Quieres ser millonario?” que antes de enfrentarse a la última de las preguntas es secuestrado y torturado por la policía india porque sospechan que este chaval repartidor de te, analfabeto y pobre, haya podido amañar las respuestas. Sin enfrentarnos al final de la película, que es lo de menos, lo que lleva a conmover el espíritu del espectador es precisamente la respuesta de Jamal a sus verdugos: las respuestas a las preguntas estaban en su vida, desde niño hasta ese mismo instante en que aún el concurso no ha acabado.
Pasa la película, por tanto, por la dureza de uno de los suburbios de Bombay, la indigencia infantil y la crueldad, la inmisericordia y el terror de asomarse pese a todo un día más a la vida desde la sonrisa de un niño -el fascinante actor que apareció tras el “oscar”,- que no cejará de buscar la complicidad del amor mismo. Esa mirada sobre India es tan real como la palabra que nos da la novela de Vikas Swarup y que ha servido para que Simon Beaufoy firme el guión oscarizado junto a la espléndida dirección de Danny Boyle. Sí, una película dura, como suele decirse, ruda y sincera hasta el tuétano también. Y, además, una gran película. Si me permiten y uno no olvida los días de festival hace años gracias a este periódico, guarda la película una escueta lección de cine: el desdoblamiento narrativo que posee es fascinante, apoyado en un meritorio y también premiado montaje pero debido indudablemente a la adaptación de un guión fuerte, reforzado en un ritmo intenso y una narración espléndida. No nos cuenta una historias en paralelo, lo que sucede se guarda en la memoria del personaje y en ese juego la película posee una magia de difícil baile entre los periodos de la narración: el antes y ahora con el instante inmediato. Eso es oficio de maestros cuando se cuenta algo y en la película, por ello, hay momentos encomiables de gran cine. ¿Contar historias? ¿Contar una historia?. He ahí el difícil reto por el que un día Manckiewitz nos hizo espectadores de “Eva al desnudo”. Pues bien, uno piensa que en “Slumdog Millionaire” hay momentos para percibir lo genial.
Pasa el cine por enseñarnos también mucho de la vida y hacernos críticos frente a todo, tal como duele esta historia cruda donde la ternura y la buena factura de la historia así contada nos conmueve.No es de extrañar que mientras Penélope dedicaba el suyo a Alcobendas el niño indio escrutase un sonrisa fascinante junto a los actores que habían hecho el papel de crueles, mientras le abrazaban y protegían ante el premio más grande del cine.
No hay comentarios:
Publicar un comentario