
Visitando el trastero que guarda la última mudanza he encontrado unas notas sobre una conversación con el padre Durán, Leopoldo Durán, enigmático, enormemente conservador, sarcástico desde la médula y hasta el último día de su vida fiel seguidor y servidor de la memoria de Graham Greene. De las muchas cosas inexplicables que a San Pablo envió a corintios, filipenses, tesalonicenses, gálatas, efesios, colosenses y romanos a mayores de las misivas dirigidas a Tito, Timoteo y Filemón, de entre ellas no consta que el de Tarso explicase cómo es posible la amistad entre el cura Durán y el autor de “El americano impasible” o “El poder y la gloria”. Era tal el factor humano entre ambos que la fidelidad y aprecio del cura iban más allá de toda cosecha de Toro a la Rioja fundida entre los dos, así como las aventuras y puteríos que sin secreto de confesión Greene le contaba como don Quijote a Sancho en el XXIII de la Iª parte: “por esta vez quiero tomar tu consejo y apartarme de la furia que tanto temes; mas ha de ser con una condición: que jamás, en vida ni en muerte, has de decir a nadie que yo me retiré y aparté deste peligro de miedo, sino por complacer a tus ruegos; que si otra cosa dijeres, mentirás en ello, y desde ahora para entonces, y desde entonces para ahora, te desmiento, y digo que mientes y mentirás todas las veces que lo pensares o lo dijeres”. Y el cura obedeció.
De los viajes de Greene por España, relatados por el padre Durán en su libro emblemático “Graham Greene: amigo y hermano” (Espasa, 1996) puede desprenderse que, en realidad, el largo caballero británico andaba ya metido en pieles y alma quijotescas, observando hacia fuera aquella España de transición y auscultando hacia su adentro un conflicto permanente con su fe. El catolicismo de Greene podía valer como paisaje castellano y manchego (con permiso del autor del quijote sanabrés) y en “Monseñor Quijote” así se nos revela. Lo que sucede en esta novela no es sino el viaje agónico de dos hombres frente a todo y frente a la nada, de ruta por una España cuyo retrato se deja sentir a su paso por el Lago de Sanabria. Y aquí es donde la nota del Padre Durán refleja su eco zamorano pues según él, una de las muchas cosas asumidas en la ingente historia de España que a Greene encendía era el papel de villano y no de héroe que un tal Bellido Dolfos a la sazón tenía como escapulario, santo y seña. Quizás no era para menos y al mismo cura le revolvía el comentario de su amigo mientras daban cumplida cuenta de una tortilla pasando el puente de Villadepera y atizando un vino de buena madre. No es extraño pensar, por tanto, que de aquellos viajes Graham Greene, espía, diplomático, cristiano por gracia de su amigo y valedor de una inmensa obra sobre la condición humana hubiese explorado en la intrahistoria española para dar salida a “Monseñor Quijote” sin olvidarse de doña Urraca.
Bueno, pues no es menos cierto que para la vindicación de este héroe olvidado y vilipendiado por la infamia los amigos de Bellido Dolfos cenaron ayer en torno a Manuel Fadón, el buen actor que ha dado piel al personaje en las andanzas del verano cultural. Greene hubiera compartido brindis.
lozanoanibal@gmail.com
De los viajes de Greene por España, relatados por el padre Durán en su libro emblemático “Graham Greene: amigo y hermano” (Espasa, 1996) puede desprenderse que, en realidad, el largo caballero británico andaba ya metido en pieles y alma quijotescas, observando hacia fuera aquella España de transición y auscultando hacia su adentro un conflicto permanente con su fe. El catolicismo de Greene podía valer como paisaje castellano y manchego (con permiso del autor del quijote sanabrés) y en “Monseñor Quijote” así se nos revela. Lo que sucede en esta novela no es sino el viaje agónico de dos hombres frente a todo y frente a la nada, de ruta por una España cuyo retrato se deja sentir a su paso por el Lago de Sanabria. Y aquí es donde la nota del Padre Durán refleja su eco zamorano pues según él, una de las muchas cosas asumidas en la ingente historia de España que a Greene encendía era el papel de villano y no de héroe que un tal Bellido Dolfos a la sazón tenía como escapulario, santo y seña. Quizás no era para menos y al mismo cura le revolvía el comentario de su amigo mientras daban cumplida cuenta de una tortilla pasando el puente de Villadepera y atizando un vino de buena madre. No es extraño pensar, por tanto, que de aquellos viajes Graham Greene, espía, diplomático, cristiano por gracia de su amigo y valedor de una inmensa obra sobre la condición humana hubiese explorado en la intrahistoria española para dar salida a “Monseñor Quijote” sin olvidarse de doña Urraca.
Bueno, pues no es menos cierto que para la vindicación de este héroe olvidado y vilipendiado por la infamia los amigos de Bellido Dolfos cenaron ayer en torno a Manuel Fadón, el buen actor que ha dado piel al personaje en las andanzas del verano cultural. Greene hubiera compartido brindis.
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