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domingo, 27 de febrero de 2011

El tiempo y los Conway

“El tiempo y los Conway” de J.B.Priestley. Dirección y escenografía: Juan Carlos Pérez de la Fuente. Versión: Luis Alberto de Cuenca – Alicia Mariño


Reparto: Luis Martín, Nuria Gallardo, Alejandro Tous. Juan Díaz, Chusa Barbero, Débora Izaguirre y Ruth Salas. Teatro Principal. Zamora




Me alegra que hayamos podido disfrutar de un clásico del teatro como este de Priestley que no gratuitamente Luis Escobar tituló en la posguerra como “La herida del tiempo”. En realidad, de eso se trata, de una herida imposible de cicatrizar, el tiempo, lo que somos, lo que seríamos y lo que fuimos. Se supone que, para un actor, el bautismo del teatro le viene por un papel de Chejov, O’Neill, Pirandello, Strindberg, Williams, Jardiel, Miller, Buero, Mihura, más ceca o más lejos de Shakespeare, Lope, Calderón ... y Priestley. En realidad es así. Esta versión limpia, generosa y hermosa que firma Luis Alberto de Cuenca, mejor poeta y traductor que político, así lo avala el espléndido trabajo de Juan Carlos Pérez de la Fuente con una puesta en escena digna de un clásico para recordar. Es encomiable su plena madurez para trabajar el teatro, mientras en Sevilla estrena un Jardiel en Zamora pasa un Priestley. Y no es gratuito, ha crecido con mimbres sólidos, montajes muy serios y direcciones arriesgadas. Conoce dónde se mueve, desde Chejov a Buero, dos herramientas que ha utilizado para este trabajo que hoy nos moja por su plena vigencia.

A través de una crónica familiar, pasa ante el espectador una cumbre dramática de tres actos donde el segundo hace de último y final porque el tercero se ha representado anteriormente y por ello el público sabe qué sucederá, pero no qué hubiera sido. El asunto viene motivado por dos ejes: uno es el llamado ‘serialismo’ de Dunne, un viejo soldado con mente científica de cuya teoría sobre el tiempo Priestley se fascinó y que venía a decir que el tiempo es multidimensional y que los acontecimientos existen antes de que ocurran en el sentido convencional, y nosotros avanzamos hacia ellos, igual que podemos avanzar hacia un objeto físico o movernos en torno a él. El otro eje de la obra es el fragmento de un gran poema de William Blake en el que dicta que “el hombre fue creado para la alegría y el dolor. / Y cuando esta verdad nos habita por dentro,/ marchamos más seguros por el mundo”. Si Coleridge levanta la cabeza (porque Blake no hubiera podido por indisposición) hubiera salido del tiempo para dar una colleja al actor que se cargó este fragmento que es piedra y centro de Los Conway. Digna es la interpretación por fuerza y registro, especialmente las mujeres, tanto Luisa Martín, impecable en su papel de madre como la buena Kay de Nuria Gallardo, más que correctas Joan, Hazle y Carol y una excelente Chusa Barbero en la maestra Madge. Muy estimables también están Robin, Ernest y Gerald, pero al papel de Alan falta un poquito de Layton, ya saben.

La luz, que forma parte inmensa de la niebla del tiempo en el alma sedujo en este brillante clásico que se recordará porque, junto al “Tranvía” de Williams en Madrid, es sin duda un reclamo para gozar del teatro y percibir que nunca un clásico es tan actual y vigente como hoy. El público lo agradeció con ganas, no era para menos, ante los ojos había pasado un gran eco: el teatro cura la herida.



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