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sábado, 23 de abril de 2011

Llámese León Felipe


Abruma saber que el poeta León Felipe queda a buen recaudo y que su obra tiene más guardia pretoriana que la de Catulo. Lo escribo - comiendo una magdalena de Tábara, que recomiendo- tras leer la defensa numantina del director de ese ente castellanoleonés que vela de Burgos a México por la lengua castellana y cuyo presupuesto se nutre de ayuntamientos, diputaciones y, como no, de la Junta de Castilla y León. Es como el IPC del castellano, que no sabes qué sentido tiene existiendo el Cervantes. El asunto del legado de los poetas, pintores, escultores y músicos por estas y otras tierras también, no crean, es pastizal envenenado. Véase caso de las fundaciones ad hoc (como decía el que lo inventó, que para eso había sido seminarista) ya sea la de Rafael Alberti, la todopoderosa de don Camilo, el bueno y el malo, la de don Claudio Sánchez Albornoz o la de la baronesa Thyssen que ha preparado una por malagueñas. El caso de León Felipe ha podido quizás salvarse del agua aunque no sé si con una soga al cuello, no sé, ya digo, todo depende del peso específico y de la carga moral, cultural e intelectual con que se quiera rentabilizar. En este país el boato por las inauguraciones de exposiciones y museos dura lo que tarda en cortarse la cinta, tomarse el vino y salir pitando. Otra historia es el mantenimiento diario de lo que se expone, pues se inaugura sin saber que hay un día después, y otro más, si cabe y no se cierra. Y ahora ¿qué hacemos con esto?, suele oirse entre pasillos

Ya era hora de sacar de la catacumba a León Felipe, al menos para pronunciar sin miedo su nombre sonoro por el significado que tiene y que no se camufla aunque se quiera y por el significante que posee, la de una poesía crecida en la hondura de la tierra que nos atañe. Recuerdo el homenaje que se le hizo en 1978, cuando el miedo aún no había pasado, en el pueblo salmantino de Sequeros, donde creció unos años de su infancia y al que asistieron sus familiares desde Tábara. Enrique de Sena, director entonces de EL ADELANTO, leyó unas hermosísimas cuartillas situando el contexto de la realidad y el exilio, esa palabra que prevalece tanto frente a la ignorancia o la maledicencia de la verdad para averiguar el estado de las cosas sobre la memoria histórica en España. Recuperar el legado de un gran poeta, - enamorado platonicamente de Sara Montiel (¿y quién no?)- y acercarlo a los ciudadanos es un derecho incuestionable, venía a decir el legendario periodista. Hoy, aún llega a tiempo para no olvidar el peso de las palabras y por la actitud que suponen en la actualidad. Creo que fue hace diez años, cuando tuve la oportunidad de charlar con el escultor Hipólito Pérez Calvo en un bar de Tábara mientras esperaba que inaugurasen la brillante escultura del poeta que hay en la plaza confesándome los avatares por los que había pasado. En realidad, no hay obra que se precie de tener una aventura contra los elementos; crear en este país sigue siendo asunto para llorar, sobre todo porque si hoy pega uno una patada a un bote, en lugar de salir un genio al que pedir un deseo, resulta que nos encontramos ante una obra de arte.

Ya lo decía el poeta: cualquiera vale para enterrar a los muertos, menos un sepulturero.


martes, 19 de abril de 2011

Pagola, un teólogo silenciado

En estas fechas del tercer milenio según los romanos seguimos para bingo en cuanto concierne al pensamiento, la fe y las convicciones. Si los curas supieran, que lo saben, el papa Benedicto XVI ha descubierto a Jesús de Nazaret (Ediciones Encuentro, 2011), libro de obligado cumplimiento y no saben o ignoran los curas o tienen una venda más en los ojos y tapones en los oídos que la Iglesia tiene prohibido, por obligada decisión de la curia, el escrito por José Antonio Pagola ‘Jesús, una aproximación histórica’ (PPC, 2008) y cuya aventura acabó en la octava edición. Era un triunfo molesto. Primero fue el prelado de Tarazona quien se molestó porque el vulgo se acostumbrase a una lectura en la que Jesús abre una reflexión humana pero en lugar de perder la fe por su lectura, se gana en la palabra y en la reflexión. No estamos sólo ante una historia revelada a través de las fuentes hebreas, latinas, griegas y arameas sino ante un compromiso de esperanza. Tampoco se trata de una lectura histórica a secas, como así pretendía explotar la parafernalia del Vaticano sin haberlo leído, como suele suceder; más allá de estas consideraciones, el libro del teólogo José Antonio Pagola no se aparta nunca del Cristo de la fe. Es una investigación de casi diez años de trabajo, que pregunta “¿Quién fue Jesús?” y que uno tuvo la oportunidad de comprar antes de que fuera tarde en la librería del seminario de San Andrés de Zamora.

Revuelve que un teólogo siga silenciado, secuestrado su libro para dejar el escaparate de las novedades al obligado catecismo firmado por su santidad. Si al menos Benedicto XVI y la corte vaticana dedujeran que el secuestro tiene que ver con la razón, estaríamos ante un debate humano sobre la investigación, la documentación y no la hoguera. El secreto de este galileo fascinante que irritaba a unos y aotros, dos mil años después también, que curaba y bendecía a errabundos en tránsito hacia la nada y prostitutas, sentaba sobre una limpia parábola el peso del amor y no del odio. Pagola ha investigado las fuentes de los evangelios sinópticos, los apócrifos y detalla ese ‘documento Q’ que sirvió de base para casi todos ellos si exceptuamos el del amigo y evangelista Juan. Es una lectura histórica y como tal, ha molestado, pero tras ella, queda el fondo del abismo donde crece la fe en un Cristo resucitado y misericordioso, palabra extrañamente maldita. Si el libro de Pagola comienza con el interrogante citado, concluye con una respuesta: “Por toda la eternidad, Dios hará lo mismo que hacía su Hijo por los caminos de Galilea: enjugar las lágrimas de nuestros ojos y llenar nuestro corazón de dicha plena”. Hay lecturas que uno tendrá siempre, como la traducción del amigo Pollux Hernúñez de ‘Oliver Twist’, que nunca olvidará o como la traducción de José María Valverde de ‘Ulises’ y hay revelaciones de cuanto creímos perdido y que el libro del teólogo José Antonio Pagola despeja entre las luz y las palabras.

En abril del año en curso, recuerdo del día en que ni unos ni otros entendieron a Azaña o no lo quisieron entender. Así, parece increíble que un teólogo –hoy Papa- silencie a otro, cura de parroquia. Algo va mal en el seno, coseno, tangente y cotangente de la empresa católica. Y seguimos para bingo.

domingo, 10 de abril de 2011

El virus de Epstein Barr y no sólo las balas


Esta es una historia militar de la que tendrían que avergonzarse algunos cuantos galones –no todos son así- que han confundido la profesión, esquivan responsabilidades y cuyo valor se les supone desde una oficina donde todo el monte es orégano. Conocí a la teniente Raquel hace más de diez años en un cuartel de Salamanca. Adscrita al Mando de Ingenieros pertenece como enfermera al Cuerpo Militar de Sanidad. En aquel desvencijado acuartelamiento se recibían órdenes para intervenir en misiones humanitarias en medio mundo, desde Honduras a Pakistán, mientras mirábamos la vida por delante o en un hilo, siempre con el cine de fondo hasta que los títulos forman parte de la realidad, pues entonces lo que era futuro se ha hecho presente continuo sin saber que estamos en él y que aquella vida por delante está hoy en un hilo.

La teniente Raquel, con una inmensa capacidad para reconocer su trabajo que le llevó a perfeccionar el inglés además del italiano y el francés, se embarcó un día junto a sus compañeros nada menos que hacia una base en Afganistán. Allí no hay Rambos que valgan y la destinaron a la UCI en el hospital de campaña. Un día, realizando una extracción de sangre a un paisano afgano tuvo el infortunio de pincharse con la aguja que manipulaba. Consciente del riesgo que aquello podía implicar se sometió a los análisis que allí mismo le realizaron dando negativo el de SIDA como descartando lesión hepática alguna. En el reconocimiento postmisión que ella misma solicitó por indicación de su médico de cabecera, no lo detectaron porque esa serología no se pidió, fue un internista privado quien la pidió ante la sospecha sintomática de que lo había contraído en la misión. Y ahí empieza el despropósito, la vida en un hilo, desde que un diagnóstico fiable detalla el virus de Epstein Barr, más agresivo que una una mononucleosis en estado puro. Y a partir de aquí, sobreviene el Síndrome de Fatiga Crónica/Encefalitis, un Síndrome de Hipersensibilidad Química Múltiple, ambas en estado grave que la va consumiendo. No es una alergia, sino una respuesta inmunitaria brutal ante cualquier producto químico que absorba su organismo. La vida de Raquel, con el apoyo de un marido genial, pende desde entonces en el hilo de la realidad a través de una silla de ruedas, una mascarilla y un tesón inquebrantable que hace de ella un capitán al mando de la fuerza de voluntad pues Raquel se ocupa de coordinar una Asociación dedicada a enfermedades raras. ¿Qué lleva y dónde viaja el riesgo?. Puede ser que un militar caiga en una acción despiadada o sufra un accidente en un lugar recóndito. Desgraciadamente ello forma parte de lo asumido en una profesión que implica tanto. Ahora bien, no sólo matan las balas y hay otros riesgos que se ocultan y de ellos nada se quiere decir, pasan a ser material clasificado. A Raquel le ha costado Dios y ayuda y también rabia conseguir el acto de servicio, detalle por el cual su caso se considera un accidente laboral. Y en todo este asunto lo que de verdad indigna es precisamente que carne de tu carne te olvide o haga que de tu caso no se hable, se ignore, no se cuente o se sepa, pues si no se habla y se ignora, ni se cuenta, ni se sabe, no existe.

Pero, Raquel, hete aquí que ya veía uno la fuerza que sostenía a una gran mujer.