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miércoles, 13 de julio de 2011

El precio

Cierto día, Miguel de Unamuno fue a pasearse Arribes del Duero abajo. El profesor de la Universidad de Salamanca que había elegido la lengua griega para impartir docencia se encontraba citando a Aristóteles desde la atalaya portuguesa presagiando que cien años después ambas geografías fueran desahuciadas por Europa mientras España aparecía en la misma amenaza en la página siguiente. No hay otro panorama desde el puente que ver a Europa devorándose a sí misma, como si el diferencial sostuviera una deuda inaceptable para los mercados. Si uno atraviesa Bloomsbury y llega hasta el British Musseum podrá observar en el mismísimo Londres que no es necesario viajar a Grecia para percibir la cultura micénica, la huella del Peloponeso y las leyendas de las cariátides. En aquellas salas, con todo lujo de detalles se explica al viajero dónde y cómo tuvo lugar la existencia del pensamiento, el origen del conocimiento contemporáneo que tanto tiene que ver con el llamado mundo antiguo y el eco del concepto de la cultura que ha dado tanto juego después para hacer uso de esta palabra y de la mierda que conlleva actualmente. Si uno repara en Berlín, pasando Unter der Linden, el autobús número 18 le deja frente a uno de los trescientos sesenta y cinco museos que tiene esta ciudad tan hermosa y en cuya avenida tan singular la barbarie llegó a culminar el desprecio por la humanidad. El museo de Pérgamo, en la llamada isla de los museos, no fue construido para albergar obras de arte sino que primero se llevaron las obras de arte y después en torno a ellas se levantó el museo que hoy sigue creciendo. Así se llama porque en esta inmensa colección se encuentra el Altar de Pérgamo, construido en plena época helenística en la acrópolis de Pérgamo bajo el reinado de Eumenes II y se supone que era allí donde se rendía culto a Zeus y Atenea, con permiso de Apolo. Ya en París, si uno se asoma por uno de los múltiples interiores del Louvre se encontrará de pleno con la belleza escultórica más eminente, la Venus de Milo, un lugar de las islas Cícladas donde en 1820 la desenterró un campesino y poco después fue vendida a un oficial naval francés que manejaba el dinero del marqués de Riviére. Unos peldaños abajo, queda la escultura más inmensa para un artista como es ‘La batalla de Samotracia’, huella de la batalla que sostuvieron los hombres de Rodas con las tropas de Antíoco III en el 190 a.C. hasta que en pleno siglo XVIII un diplomático francés la descubrió y desde entonces luce en Louvre.

No sé si existen recibos de tanta obra para tan poca explicación, demagógico argumento éste para los demagogos, pobre consideración para los analistas y enojoso asunto para otros piratas de los mercados pero el caso es que pese a la irresponsabilidad de los actuales griegos resulta que sus antepasados claman la conciencia de casi todos los demás. Dicen que Elena de Troya se disfrazó de limpiadora de habitaciones y en un falso sueño se le apareció a un directivo del Banco Mundial buscando sus miserias y le hizo la vida imposible por las debilidades del cosmos.

Sólo resta que Esopo se enfade y la zorra salte de la fábula para pagar una deuda en condiciones inaceptables. Imaginen la cólera de Sócrates cuando se pone precio al pensamiento sin que nadie haya pagado derechos de autor. Ya lo dijo Unamuno.

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