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miércoles, 17 de agosto de 2011

¿Que llevó a Arguedas a Sayago?

Hace treinta años, un recordado amigo periodista, Manuel S. Martín Bueno, publicó un espléndido artículo en la desaparecida ‘Hoja del Lunes’ de Salamanca. (Entre paréntesis, permítanme que recuerde que los diarios no salían ese día a la calle y la Asociación de la Prensa editaba este periódico en cada provincia donde escribían periodistas de diarios rivales, mezclándose, sin que ello perjudicara más que la vena futbolera según quien firmara la crónica de la goleada o la hecatombe). Cerrado el paréntesis evocador,  el asunto se titulaba: ‘¿Qué te llevó a Ketchum?’ y hacía referencia al lugar elegido por Ernest Hemingway –de cuyo disparo se cumplen cincuenta años- para volarse la cabeza. Cuando el otro día reparé en la exposición -homenaje que se celebra en Bermillo de Sayago en torno al espléndido e incomprendido -como no- escritor peruano José María Arguedas, no pude por menos de localizar una línea finísima, aun perceptible, entre uno y otro. Tan dispares y lejanos escritores eran consumidores de vida también, y tan diferentes y amargos, pese a que la amargura de uno se tradujera en fiesta en el otro, ambos  tuvieron un final aproximado por cuanto Arguedas también apretó el gatillo definitivo para cerrar una inmensa y no tan imperceptible depresión.
El escritor peruano, que tiene un papel eminente como etnógrafo y antropólogo, buceó en las sólidas y ancestrales raíces de la cultura andina y  a través de los ojos de un niño –como no- dio forma a ese inmenso relato de ‘Los ríos profundos’, materia de asignatura obligada para quien pretenda acercarse con ternura y no mala saña desde la pluralidad de las culturas al mundo  quechua. Lamentablemente, el inmenso novelista Vargas Llosa, en su discurso de ingreso en la RAE viene a despreciar lo que Arguedas defendió con tanto entusiasmo y comprensión, lo que detalla que la dicotomía que aleja lo rural y urbano es universal y que el autor de ‘El sueño celta’ reduce a Lima su percepción por los Andes. O quizás, el singular asunto de los celos culturales –no sería de extrañar- le distancia de quien  vivió el problema de la expresión literaria en Perú entre el abandono para unos  y el desarrollo para otros. ¿Nos suena o reverbera en los oídos este asuntito?. El caso es que Arguedas sucumbió a la llamada civilización de las masas pese a tener una mirada abierta, lejos del consumismo y comodidad, la fama y la percepción de creer que un escritor está ante sí, aun con sus fantasmas como revelaba Sábato, crudamente, sin esperar nada a cambio. Roland Forgues, autor de ‘Palabra en el viento. Ensayos sobre creación e identidad en América latina’, y gran conocedor de su obra reconoce que: “Resultaría vano querer separar, en José María Arguedas, la parte del suicidio que pertenece puramente a su neurosis de la que está determinada por su frustración política; porque en realidad la una y la otra están íntimamente ligadas. Si el escritor se ha esforzado durante toda su vida, en unirse al mundo indio que le era extraño, es porque éste representaba el substituto de la madre -es decir todo un ideal de vida- de la cual había sido privado en la infancia. Y, si de la misma manera, trató siempre de humanizar el mundo blanco, es porque inconscientemente no podía separarse de él.”. ¿Una clave?.
Por ello, que en Bermillo lo recuerden con tanta afectividad resuelve la pregunta sobre qué llevó a Arguedas a Sayago: la búsqueda del conocimiento.

miércoles, 10 de agosto de 2011

Las uvas de la ira

         Supongo que no hace falta pasar por el psiquiatra para saber cómo anda el patio y la azotea. Basta echar una mirada alrededor y sírvase usted mismo el genérico del ansiolítico. Uno ve las imágenes de Londres, el barrio de Tottenham que me gusta frecuentar o Chelsea que recuerdan no hace mucho las de París y piensa en Madrid porque Madrid tiene el caldo de cultivo de la indolencia, el fanatismo religioso y la tontería humana. ¿Alguien ha medido últimamente el termómetro de la violencia o le basta con el barómetro de la prima de riesgo?. Los más sesudos analistas justifican que se trata de un fenómeno derivado de la globalización, que todo se mide por este peculiar rasero del mundo de hoy, que lo que sucede en Carbajales hace temblar en Wall Street  porque al fin y al cabo  se trata del mismo hueco en el estómago. No falta razón, pero el mensaje se pierde según quien lo emita porque andamos esta vez bien perdidos en un mundo donde se premia la telebasura, se enquista la violencia social, se pone de moda la  inquisición religiosa y económica, y donde hay más ricos y más pobres, hay más caridad y menos justicia social pero más ruge la marabunta, incluso para indignarse. Hagan juego, entonces.

El poder de la masa es tal que no hay encierro en un pueblo donde un toro acabe confundido entre majaderos que premian el valor de la estupidez; no hay un blog en internet o artículo en cuyos comentarios digitales el valiente anónimo se hinche de barbarie e ignorancia y no existe en modo alguno más cobardía que matar por matar en ese eufemismo llamado malamente violencia de género. La crisis ha venido luego a acentuar el terror y la masa entonces esconde los más bajos instintos para sacudir el polvo. Lo mismo da el fanatismo de un lado que de otro, he ahí el hedor de la muchedumbre. Debe de ser cosa de la depresión, oí el otro día. ¿Y a qué depresión podía referirse? Pregunta uno con cara de tonto al psiquiatra que le expide la receta con IVA mientras le sacude: “Pues una depresión es lo que tiene uno encima sin darse cuenta de que algo pesa”. Ya. En ese caso el mundo podía echar un vistazo atrás y ver que la depresión económica no es nueva, que la primera sucedió hace doscientos años, la segunda hace casi cien y esta tercera podría hacernos recordar el paisaje de cada una de las anteriores. ¿Qué nada sabemos de aquellas?. Veamos: un tal Steinbeck se las vio y deseó para seguir tranquilo tras publicar una inmensa obra como ‘Las uvas de la ira’ en plena depresión americana. Las ciudades se habían superpoblado, el teatro de intereses creados era tan complejo que aquellos emigrantes que habían abandonado el campo para conquistar la tierra prometida les convertía en esclavos y ‘errabundos en tránsito hacia la nada’ como los dibujó Faulkner. Sólo quedaba el regreso.


Pues bien: si alguien lee hoy en voz alta la historia que John Ford llevó al cine y a la que cambió por cierto un final menos desdichado, percibirá que vivimos los pellejos de las uvas de la ira y que a no tardar, los pueblos, estos míseros y ruines y olvidados pero hermosos, generosos y ardientes pueblos de Zamora o Salamanca, amenazados por quedarse en el desierto de los tártaros, a poco volverán a ser granero de esperanzas.

miércoles, 3 de agosto de 2011

In memoriam, César Real . UN FRAGMENTO DE INFINITO

Así que te has ido, querido César, calladamente, como la humilde razón de un sabio, antes de las tormentas y después de la zozobra. Como en una vieja noche, bajo la luz fugaz del humo cuando era humo y ‘May way’ no era propiedad de Sinatra ni de Paul Anka siquiera sino del registro de la vida. De la amistad en literaturas a la taberna de Porfirio cuando ‘el Montero’ de Leo era un catálogo privado de artistas, en aquella remembranza entrabas tú, César, con el abrigo un invierno que cambió todo, cuando antes de que la memoria fuera prohibida en los planes de estudio ya veíamos que algo pasaría con el conocimiento porque ‘el remy’ apuñalaba el dominó y el tute y las cuarenta de Loren pasaban al archivo de los detalles mientras Nano Serrano evocaba una bulería, Cotobal dibujaba la nariz de un paquidermo y Manolo Díaz andaba entre aguas esmaltadas. Así pasaba la vida del ‘Corrillo’, entre Pepe Fuentes, Roberto Velasco y Chema buscando chicas de revista del Bretón, y Mata y Paciano pescando ‘blues’ en la calle del ilustrado Meléndez, lo que me lleva a cambiar el registro de este arrebato epistolar por tu ausencia.




Tras una enfermedad que se aceleró cruelmente, la desaparición de César Real Ramos, profesor titular de Literatura Española en la Facultad de Filología de la USAL, deja una huella imborrable especialmente en los estudios de los poetas de la Escuela salmantina del XVIII y también en la de otros dos poetas esencialmente lejanos y sin embargo próximos en la esencia de la palabra: José María Gabriel y Galán y José Ángel Valente. Que un profesor se ocupara de ambos ecos y lo hiciera con profundo conocimiento y delicadeza detalla la humildad en su armonía. Así era. Tenía en su estigma la huella universitaria. Su hermana Elena, -también tristemente fallecida al igual que Carmen- había sido catedrática de Francés en la Universidad valenciana y era hijo de César Real de la Riva. Este insigne profesor, fundador de los Cursos Internacionales, guardó siempre con celo su memoria de los acontecimientos de aquel 12 de octubre de 1936 en el paraninfo universitario donde se encontraba por su juventud en calidad de catedrático salmantino. Y la discreción en César se marcó igualmente sobre aquella experiencia de su padre. No era casual que a uno y a otro uniera la poesía de un poeta eminentemente popular, cuya reverberación tiene que ver incluso con la tradición salmantina y extremeña cuando hablamos de José María Gabriel y Galán. Ambos investigaron la poesía del autor de ‘El Ama’ o ‘El embargo’, acabando con la visión torpemente estereotipada como banal cuando no desdeñosa por ser recordada por los mayores. César Real Ramos fue comisario de la exposición que la Diputación de Salamanca organizó en 2005 en la restaurada Casa del Poeta en Frades de la Sierra. Su amiga y catedrática de la USAL, Carmen Ruiz Barrionuevo dirigió un curso extraordinario en aquel verano donde la ilusión del amigo guardaba su ingente pasión literaria y su bonhomía. De una de las paredes, César Real Ramos hizo grabar el telegráfico mensaje que Emilia Pardo Bazán envió al conocer la muerte del poeta: “¿Qué pierde una comarca al perder al artista que la comprende y refleja?. Algo espiritual; algo que no se mide ni se tasa; un fragmento de infinito”.

Pues ese fragmento, queda aquí y ahora. Otro día contamos lo de Valente, a modo de esperanza, querido César.