Vistas de página la semana pasada

miércoles, 10 de agosto de 2011

Las uvas de la ira

         Supongo que no hace falta pasar por el psiquiatra para saber cómo anda el patio y la azotea. Basta echar una mirada alrededor y sírvase usted mismo el genérico del ansiolítico. Uno ve las imágenes de Londres, el barrio de Tottenham que me gusta frecuentar o Chelsea que recuerdan no hace mucho las de París y piensa en Madrid porque Madrid tiene el caldo de cultivo de la indolencia, el fanatismo religioso y la tontería humana. ¿Alguien ha medido últimamente el termómetro de la violencia o le basta con el barómetro de la prima de riesgo?. Los más sesudos analistas justifican que se trata de un fenómeno derivado de la globalización, que todo se mide por este peculiar rasero del mundo de hoy, que lo que sucede en Carbajales hace temblar en Wall Street  porque al fin y al cabo  se trata del mismo hueco en el estómago. No falta razón, pero el mensaje se pierde según quien lo emita porque andamos esta vez bien perdidos en un mundo donde se premia la telebasura, se enquista la violencia social, se pone de moda la  inquisición religiosa y económica, y donde hay más ricos y más pobres, hay más caridad y menos justicia social pero más ruge la marabunta, incluso para indignarse. Hagan juego, entonces.

El poder de la masa es tal que no hay encierro en un pueblo donde un toro acabe confundido entre majaderos que premian el valor de la estupidez; no hay un blog en internet o artículo en cuyos comentarios digitales el valiente anónimo se hinche de barbarie e ignorancia y no existe en modo alguno más cobardía que matar por matar en ese eufemismo llamado malamente violencia de género. La crisis ha venido luego a acentuar el terror y la masa entonces esconde los más bajos instintos para sacudir el polvo. Lo mismo da el fanatismo de un lado que de otro, he ahí el hedor de la muchedumbre. Debe de ser cosa de la depresión, oí el otro día. ¿Y a qué depresión podía referirse? Pregunta uno con cara de tonto al psiquiatra que le expide la receta con IVA mientras le sacude: “Pues una depresión es lo que tiene uno encima sin darse cuenta de que algo pesa”. Ya. En ese caso el mundo podía echar un vistazo atrás y ver que la depresión económica no es nueva, que la primera sucedió hace doscientos años, la segunda hace casi cien y esta tercera podría hacernos recordar el paisaje de cada una de las anteriores. ¿Qué nada sabemos de aquellas?. Veamos: un tal Steinbeck se las vio y deseó para seguir tranquilo tras publicar una inmensa obra como ‘Las uvas de la ira’ en plena depresión americana. Las ciudades se habían superpoblado, el teatro de intereses creados era tan complejo que aquellos emigrantes que habían abandonado el campo para conquistar la tierra prometida les convertía en esclavos y ‘errabundos en tránsito hacia la nada’ como los dibujó Faulkner. Sólo quedaba el regreso.


Pues bien: si alguien lee hoy en voz alta la historia que John Ford llevó al cine y a la que cambió por cierto un final menos desdichado, percibirá que vivimos los pellejos de las uvas de la ira y que a no tardar, los pueblos, estos míseros y ruines y olvidados pero hermosos, generosos y ardientes pueblos de Zamora o Salamanca, amenazados por quedarse en el desierto de los tártaros, a poco volverán a ser granero de esperanzas.

No hay comentarios: