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viernes, 13 de enero de 2012

María Moliner: el exilio interior

           
 En tiempos de zozobra y zafiedad uno se pierde en la Biblioteca Pública de Zamora y encuentra un tesoro. La fotografía que acompaña estas líneas –y que agradezco al diario ‘El Heraldo de Aragón’- muestra la imagen de una inmensa mujer a quien este país pagó con el cretinismo y la canalla. En algo les vale, el diccionario más hermoso de nuestra lengua lleva su nombre: María Moliner. Si sólo fuera por ello, su memoria andaría vibrando entre las manos todos los días, pero el hecho es que detrás de María Moliner (Paniza, Zaragoza  1900 – Madrid, 1981) existe un paisaje humano e intelectual preciado de conocer y cuyo testigo pertenece a la cultura de los tiempos que ahora nos ha sido afortunadamente desvelado en la espléndida biografía que ha realizado la escritora Inmaculada de la Fuente y que lleva por hermoso título ‘El exilio interior’ (Turner, 2011). No es un giro al uso esta imagen evocadora que descubre, en realidad, el horizonte ilimitado que fue su vida, sino también un brillante trabajo de documentación elaborado con rigor impecable y exquisita sensibilidad. A través de la vida de esta lexicógrafa observamos el péndulo de este país, el odio, la mediocridad y también el talento desperdiciado o hecho desaparecer. Cuanto reúne la vida de María Moliner muestra el fracaso de la brutalidad y la gratitud de la resistencia inteligente. Mujer  cultivada en torno a la Institución Libre de Enseñanza de la República, dedicó su formación a las Bibliotecas, impulsó las Misiones Pedagógicas de Fernando de los Ríos y Bartolomé Cossío, incentivó la cultura en los pueblos de España a través de la lectura, donde colaboraron Antonio Machado, Luis Cernuda o María Zambrano y calladamente soportó la depuración de Franco realizando un inteligente escrito de descargo pleno de serenidad, ironía y resignación.
La biografía de Inmaculada de la Fuente, cuya lectura recomiendo encarecidamente, revela una mirada que soslaya inteligencia al abordar desde la personalidad creadora y callada de María Moliner un tiempo justiciero y absurdo y también un pálpito de esperanza ante el miedo y la adversidad. Tras su etapa de funcionaria depurada en Valencia, ocupa un puesto en la Biblioteca de la Escuela de Ingenieros Industriales de Madrid, lo que le mantiene junto a sus hijos no lejos de Fernando Ramón Ferrando, su marido, que recupera la cátedra de Física en la Universidad de Salamanca. En aquel nuevo destino, “mezcla de balneario y pudridero” María Moliner comienza a pensar en su Diccionario. Recoge además el libro el trato que a lo largo de la posguerra muchas mujeres recibieron de la represión humana e intelectual, María Sánchez Arbós, Elena Soriano, Ana María Matute, Carmen Kurtz, Carmen Conde, Josefina Carabias, la arquitecta Matilde Ucelay o la pintora Ángeles Santos. Trato que llegó en 1972 cuando, siendo propuesta por Dámaso Alonso, Rafael Lapesa y Laín Entralgo, la Real Academia Española de la Lengua negó en ella su entrada a María Moliner, quien “hizo la proeza con muy pocos precedentes: escribió sola, en su casa, con su propia mano, el diccionario más completo, más útil, más acucioso –escribe Gabriel García Márquez- y más divertido de la lengua castellana”.

Como pie de la fotografía que nos acompaña, Inmaculada de la Fuente detalla quizás el instante del tiempo: “trabajando en su casa, con un gesto característico que evidencia su determinación”. Cuanto palpita en MM en el exilio interior de una mujer sabia hoy se nos desvela con gratitud. Sin sus palabras, nada sería igual.

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