Acerca del ser y del murciégalo
¿Para qué escribe uno, si no es para juntar sus pedazos?
Desde que entramos en la escuela o la iglesia, la educación nos descuartiza:
nos enseña a divorciar el alma del cuerpo y la razón del corazón.
Sabios doctores de Ética y Moral han de ser los pescadores de la costa colombiana,
que inventaron la palabra sentipensante para definir al lenguaje que dice la verdad.
Eduardo Galeano
A.L.
Cuando alguien le preguntó el otro día acerca de las razones que le llevaron a pensar en la muerte de Enrique Lapoche para considerar su asesinato, hacer útil su venganza o inutilizarla según los críticos, pues considerarían que una simple investigación evidenciaría no una mala ostra sino un relato incierto o malo o cruelmente insatisfactorio, lo único que cruzó su pensamiento fue el clarinete del hombre flaco que hacía sonar rapsody in blue. Sucedió que tras visitar a Lidia, el negro jubilado recogió su cheque.
Cuando ocupó el asiento asignado que le llevaría a la Gran Defensa se hizo la pregunta de que si habría elegido bien la palabra, y contestándose a sí mismo, pero como si fuera a otro a quien se dirigía, como si hubiera sido otro quien se lo preguntaba, se dijo…hay una razón que se pasea por delante de ti sin que apenas lo percibas. Puedes quedarte mirando la cara de un hombre que acaba de olvidar su periódico en la barra y nada te hace pensar si aquello que leerás por casualidad tendrá que ver con lo que vendrá después o lo que dejará de ser, el porvenir de una rata o la venganza de tu vida, la perdición de tu sombra por cuanto el peso de una pena sólo es carga si es descubierta.
Él se fía de mi y por tanto nada tengo que objetar si por ello me paga lo suficiente como para retirarme de esta inmundicia. Confías en que como él se fiaba de ti no desvelaría el pacto y añadiría tu nombre junto al suyo en la última novela. Pero cuanto desconoces, te implica, por eso te hacer ser el que lee el periódico y cita tu hora con el detalle de la venganza. Echas mano de una vieja influencia y cuanto es añadido a un manjar sorprendería a Poirot.
Lo peor de todo, lo que nada equivale incluso a ser real o pasajero, incauto y hasta sorprendente es conocer del otro un instinto para el miedo. Pongamos que el jubilado pensó que Lapoche poseía una alergia y denominado así por la policía, como una mala ostra, el infame cae frente al lavabo. ¿Acaso que fuese alérgico no es reflejo de cuanto puede suceder en la vida como para ser olvidado en la literatura?. Nunca tal fragmento de identidad nos es desvelado, por temor o desgana, por inconsciencia o petulancia incluso y la presencia o ausencia de semejante información nos evita o nos hace retroceder, por miedo y conciencia del personaje o deficiencia técnica del autor o inconsciencia impropia de sí mismo.
¿Lo ves ahora Lapoche –se dijo-?, pese al daño que me has hecho no vas a comer esa ostra.
Todo tiene su punto de partida: la barra donde das cuenta de un vaso de vino blanco, el hombre que estaba y el hecho de que se lleva el periódico del bar bajo el brazo. Te sientes entonces como el murciégalo atravesando la nieve de tu infancia en la camiseta del Valencia.
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