Cuentan que Arquímedes, cansado de ver la cantidad de agua que perdía cada vez que se metía en la bañera consideró una vez el hecho positivamente y salió corriendo a la calle, desnudo y salpicando a los viandantes a quienes gritaba: “¡Eureka! ¡Eureka!.”. Aquello era parte de su principio y el fin también de algunos idiotas. En realidad el bueno de Arquímedes había encontrado algo y por ello tiró del palabro histórico que siglos después Edgar Allan Poe utilizara también para componer una compleja y magnífica reflexión en torno del universo, breviario del significado del cosmos y trasunto de Dios, que consideró lo mejor de su obra. Estaba alucinado, nadie creyó en él y pese a la impecable sagacidad e inteligencia de quien ahora se cumplen doscientos años de su nacimiento, murió solo, perdido y borracho al doblar una de las calles lumpen de Filadelfia. Pues bien, entre el hecho de Arquímedes, la referencia de Poe y la investidura de Obama el universo sigue estando ahí arriba, pese a los satélites del google heart donde uno puede ver el tejado hipotecado de su casa y el resto de hipotecas colindantes en la recesión que vivimos. Época de depresión ésta, sí, a expensas de no atisbar nada que indique que ni Solbes ni Zapatero ni el mismo Obama presuman de salir mañana, desnudos o vestiditos, qué más da, a la calle que ya es hora de gritar eso de “¡Eureka!” y confiar ilusión en la vida de las gentes. Se hace difícil, pero quizá sea el trabajo de ilusionista el único que ahora puede testimoniar algo de luz sobre la realidad palpitante. Puede que, en el fondo, los arquímedes de hoy los poe de mañana trabajen ya como arduos burócratas a las órdenes de los lobbies, los gestores empresariales, las caras ocultas del poder sobre el cual el engranaje político proclama su propaganda. Lo que sucede es que de aquellos originales que dieron con el principio y con la fe nos queda el legado para explicar el sentido que hoy adquieren las cosas en torno a la imbecilidad contagiosa, la avaricia desproporcionada, la codicia imperante, el rencor furibundo, la penosa tesis de la envidia y el espantoso concepto del odio como animador común de la feria de vanidades que nos rodea. Éste es el nuevo principio de Arquímedes, lo que desborda la bañera y se escapa al tirar de la cadena en la sede de las bolsas internacionales, los consejos de administración de los bancos, la guerra de la cajas, los acuerdos financieros, las transacciones y los intereses creados. Todo tiene un precio: la bolsa o la vida, como el juego infantil que seguía con el botón de la barriga. He aquí el espectáculo de Poe, adivinador de cierto terror que viaja más allá de la literatura pues todo parece depender del pozo y el péndulo por donde gravita la vida de los mortales. Dedicaba Poe su gran obra sobre el Universo : “a los pocos que me aman y a quienes yo amo, a los que sienten más que los que piensan, a los soñadores y a los que depositan su fe en los sueños como únicas realidades”. Deseaba que su obra se juzgase como poema después de su muerte.
Es un gran refugio.
Vistas de página la semana pasada
miércoles, 21 de enero de 2009
jueves, 15 de enero de 2009
Teoría del esperpento
Anda preocupada ella por no encontrar un jersey de cuello alto en Rebajas pues no los hay, -no busquen-, como si la lectura de “Gomorra” de Roberto Saviano le hubiera salpicado el secuestro de jerseis de cuello alto y los ladrones de guante blanco estuviesen detrás del asunto. Anda soliviantada con el tiempo, con los bajo cero, con el hielo y la pascua que hace la nieve cuando deja de ser un verso de Lalo Bartol en los dedos de la infancia y ahora es un problema. Anda rebotada con la derecha y la izquierda también de este país, común denominador una de la otra entre estupideces banales y ridículas, patéticas justificaciones, ninguna dimisión ¿y cuándo las hubo? ¿y cuándo las habrá?, como si el pasado hiciera valer el presente. ¿El futuro también?, lo que convierte a los políticos en botarates de la indecencia y en valedores de sus bolsillos, ruindades humanas e indecentes, y anda en fin la amiga con ganas, por tanto, de declararse en abstención permanente o transitoria como si el ejercicio de la política le hubiera otorgado cierta invalidez por falta de crítica frente a todo, de responsabilidad frente a los ciudadanos y de sensatez como honestidad. Se pregunta qué cara hay que tener para pedir explicaciones y para responde sobre el colapso de un aeropuerto cuando en este país hay más de tres millones de parados, o sea, más que toda la población de Castilla y León junta, que ya es decir por su hecho referencial. Imagina ella que nos pusiéramos a ver pasar las nubes toda la población de la comunidad autónoma frente a la tragedia de la vida y no saber cómo saldrá el sol al día siguiente. Anda queriendo cambiar de cadena en la tele, de dial en la radio, de página en el Quijote pero nadie le dice nada que tenga sentido propio ni sentido común. Así que se encuentra como decía Joyce, en la tesitura de creer que “ya que no podemos cambiar de país, cambiemos de tema”. Algo así.
Anda pensando en cómo parar a Israel, aunque sea sólo como señal de protesta viva contra la barbarie, en conocer los gases que están experimentando los militares isralíes con la población palestina. Mientras, apura ella también una reflexión sobre el terrorismo machista contra la mal llamada violencia de género y al tiempo que vomita por el empacho de jueces y pilotos contra los mortales de aquí abajo, todo ella es en sí una muralla frente a todo. Pero esta mañana le ha entrado una carcajada y no ha parado hasta que esto escribo de reir y reir al enterarse que tanto el PSOE como el PP han puesto a trabajar uno a su “Laboratorio de ideas” y el otro a los pensionados de la FAES para acometer una definición sobre el estado de las cosas y sobre el mundo. Y en esas estamos mi psiquiatra y yo, riendo, socavando esa corte de los milagros sobre esta miseria política que nos rodea y entre la que cabe destacar también el olvido, desprecio incluso tortura moral que se ejerce en Salamanca contra espléndidos actores como Fernando Saldaña, Josetxu Morán o el poeta y escritor Raúl Vacas.
Vivimos sobre un esperpento, muñeca.
Anda pensando en cómo parar a Israel, aunque sea sólo como señal de protesta viva contra la barbarie, en conocer los gases que están experimentando los militares isralíes con la población palestina. Mientras, apura ella también una reflexión sobre el terrorismo machista contra la mal llamada violencia de género y al tiempo que vomita por el empacho de jueces y pilotos contra los mortales de aquí abajo, todo ella es en sí una muralla frente a todo. Pero esta mañana le ha entrado una carcajada y no ha parado hasta que esto escribo de reir y reir al enterarse que tanto el PSOE como el PP han puesto a trabajar uno a su “Laboratorio de ideas” y el otro a los pensionados de la FAES para acometer una definición sobre el estado de las cosas y sobre el mundo. Y en esas estamos mi psiquiatra y yo, riendo, socavando esa corte de los milagros sobre esta miseria política que nos rodea y entre la que cabe destacar también el olvido, desprecio incluso tortura moral que se ejerce en Salamanca contra espléndidos actores como Fernando Saldaña, Josetxu Morán o el poeta y escritor Raúl Vacas.
Vivimos sobre un esperpento, muñeca.
viernes, 9 de enero de 2009
Ya nos vale
Viendo la masacre de Israel sobre Gaza no sabe uno muy bien a qué atiende el concepto de la Alianza de las Civilizaciones, la inoperancia de la ONU y la hipocresía de la Unión Europea. No tenía mejor mensaje la precampaña electoral israelí que lanzar la invasión de Gaza a golpe de sangre y muerte como para recordar acaso otras invasiones terribles que dieron después con el genocidio judío mientras una Europa ardía en fascismos y otra se lavaba las manos hasta que les saltó en ellas la mina del drama. Sucedió una vez y tócala otra vez que ahora la lección de los judíos se la pasan en pasiva a los palestinos mientras en el resto del mundo rumia la provocación de los terroristas de Hamás. Al final, el terror se sale con la suya: se crea la naturaleza explosiva y se detalla la geografía donde hacerla estallar entre las víctimas habituales. Mientras tanto, es curioso observar cómo alguna canalla carga sobre el traje de chaqueta y pantalón que llevaba la ministra de Defensa en la recepción real de la Pascua militar. Sólo faltaba en este país que el detalle pasara desapercibido para el protocolo, que es ese otro concepto del cinismo hecho ciencia, materia de estudio en la carrera diplomática en lugar de otras asignaturas un poquito más preclaras para acudir con la palabra y no con el lanzallamas a la hora de resolver un asunto. ¿Surrealismo?
Confieso que estos primeros días de enero del año en curso tienen algo de rebaja en lo que se refiere al razonamiento simple. Vean por ejemplo al ministro de Trabajo. Guardo unas declaraciones suyas en torno al desastre que han supuesto las prejubilaciones, en la banca, en los teléfonos, en las fuerzas armadas (sí en la mili con galones también, sí), y... en RTVE. Pues bien, si resulta que entre todos pagamos el asunto de marras, ¿me quiere explicar el señor ministro de Trabajo cómo es posible que se siga aplicando el Expediente de Regulación de Empleo en RTVE y se mande al personal con cincuenta años a calentar pasillo, pero el de su casa?. ¿No es otro absurdo dentro de lo mismo?. ¿Quién paga?. ¿El ente? ¿El ínclito director de RNE zote y azote de “La noche menos pensada” y autor de madrugadas delirantes de bazofia como de las que uno tiene la obligación de pasar?. Ya dije que debe de ser cosa de estos fríos pero uno supone sospecha que todo está repartidito, como las transferencias autonómicas, como las autonomías también, repartiditas políticamente según ese concepto que se enmarca en los intereses de uno y otro signo. En este monopoly, por ejemplo, Castilla León tiene de Ruta de la Plata el sambenito pero no la seña de identidad, tiene vía de tren pero no se inquieten que ya la desmontan, para que no haga feo y es ahí por donde interesa que la finca quede bonita por aquello del Románico, la torcaz y el palo del 7 bajo par.¿Surrealista?.
Y hablando de pares, uno puede coger gratuitamente en las puertas del Clínico el “Diario Médico” y como cita del día leer ésta de Dalí: “La vida es aspirar, respirar y expirar”. ¡Leche! ¿En las puertas de un hospital?. Pleno surrealismo.
Confieso que estos primeros días de enero del año en curso tienen algo de rebaja en lo que se refiere al razonamiento simple. Vean por ejemplo al ministro de Trabajo. Guardo unas declaraciones suyas en torno al desastre que han supuesto las prejubilaciones, en la banca, en los teléfonos, en las fuerzas armadas (sí en la mili con galones también, sí), y... en RTVE. Pues bien, si resulta que entre todos pagamos el asunto de marras, ¿me quiere explicar el señor ministro de Trabajo cómo es posible que se siga aplicando el Expediente de Regulación de Empleo en RTVE y se mande al personal con cincuenta años a calentar pasillo, pero el de su casa?. ¿No es otro absurdo dentro de lo mismo?. ¿Quién paga?. ¿El ente? ¿El ínclito director de RNE zote y azote de “La noche menos pensada” y autor de madrugadas delirantes de bazofia como de las que uno tiene la obligación de pasar?. Ya dije que debe de ser cosa de estos fríos pero uno supone sospecha que todo está repartidito, como las transferencias autonómicas, como las autonomías también, repartiditas políticamente según ese concepto que se enmarca en los intereses de uno y otro signo. En este monopoly, por ejemplo, Castilla León tiene de Ruta de la Plata el sambenito pero no la seña de identidad, tiene vía de tren pero no se inquieten que ya la desmontan, para que no haga feo y es ahí por donde interesa que la finca quede bonita por aquello del Románico, la torcaz y el palo del 7 bajo par.¿Surrealista?.
Y hablando de pares, uno puede coger gratuitamente en las puertas del Clínico el “Diario Médico” y como cita del día leer ésta de Dalí: “La vida es aspirar, respirar y expirar”. ¡Leche! ¿En las puertas de un hospital?. Pleno surrealismo.
viernes, 2 de enero de 2009
Nochevieja
Ya en el pasillo, sintió que le crujían los huesos. Le había desvelado la próstata, lo que le obligaba a levantarse como si se tratara de un sms enviado en clave biológica. En tal estado, nunca podría encontrar un final para su novela, ni siquiera pensando en la amenaza de las dos semanas de plazo para entregarla. Se había empeñado en recordar los sueños uno a uno y creer que alguno de ellos le provocaría un argumento sin igual para el último capítulo. Por eso, últimamente solía dejar en el suelo, junto a la cabecera de la cama, un cuaderno y un lápiz de color, pensando que el alivio de la orina le ayudaría a escribir el desenlace soñado en una hoja de papel. Aquella noche creyó escribir tanto y tan deprisa que acabó rendido en la profundidad de otra somnolencia.
Regresó a Zamora con la esperanza de sacudirse algunos recuerdos que se fragmentaban en su memoria como el rompecabezas de un niño. Desde el autobús dibujó al otro lado de la plaza la memoria de un bazar en otro lejano lugar y de aquella mujer que no se arredró al ver destrozada la panificadora por un bombardeo. Desde el primer día que pasó frente a aquella ruina creció su interés observando el afán por evitar la cruda realidad. La veía junto a un niño que vestía una camiseta del Barça con un diez dibujado a la espalda, contrastando su apariencia como extrañísimo futbolista en una ciudad moribunda. Días después la descubrió atando las tuberías que quedaban desnudas, dándoles una sensación de órgano a la intemperie mientras las encajaba entre la metralla, lo que le daba una figura incierta de escultora en un museo de siniestros bajorrelieves. Fue entones cuando el capitán de Ingenieros ordenó detenerse un instante y las miradas de ambos coincidieron, la de ella y la suya, cruzándose sin conocerse, sin intuirse siquiera en aquella mañana, tan lejos, tan cerca aquella primavera de otras -pensó el capitán- mientras indicó al conductor del BMR que continuara camino. Hacía tres meses que se había desplegado sobre la pequeña ciudad encajada en un incipiente valle que disimulaba el carácter rocoso de la pequeña cordillera al este de Herzegovina con la misión de detectar y desactivar las minas que tras de sí había dejado el ejército serbio al retirarse de Sbrenika.
Mientras se veía frente al espejo salpicó su rostro de espuma y se fijó, solemne y malhumorado, en la cuchilla de afeitar. Fue entonces cuando recordó el cuaderno de notas. Corrió hacia el dormitorio, y allí estaba, en el suelo, entreabierta la libreta con un lápiz entre las hojas. Por un instante en muchos meses se sintió aliviado. Cayó de rodillas y temiendo que la espuma emborronara el papel se aferró a él como Long John Silver al tesoro que nunca disfrutó. Y leyó: “Al sentir su cuerpo en el suyo un latido se apoderó del rompecabezas extraviado en su infancia. Ella le dijo que cerrase los ojos. Su boca se había convertido en la cueva carnosa de una ballena. Sintió una profunda sensación de ternura mientras abriendo tímidamente los ojos observó que ella los tenía cerrados, como en trance, como si aquel descubrimiento maravilloso no fuera a acabar nunca. Bailaban. Era Nochevieja”.
Ya en el pasillo, sintió que le crujían los huesos. Le había desvelado la próstata, lo que le obligaba a levantarse como si se tratara de un sms enviado en clave biológica. En tal estado, nunca podría encontrar un final para su novela, ni siquiera pensando en la amenaza de las dos semanas de plazo para entregarla. Se había empeñado en recordar los sueños uno a uno y creer que alguno de ellos le provocaría un argumento sin igual para el último capítulo. Por eso, últimamente solía dejar en el suelo, junto a la cabecera de la cama, un cuaderno y un lápiz de color, pensando que el alivio de la orina le ayudaría a escribir el desenlace soñado en una hoja de papel. Aquella noche creyó escribir tanto y tan deprisa que acabó rendido en la profundidad de otra somnolencia.
Regresó a Zamora con la esperanza de sacudirse algunos recuerdos que se fragmentaban en su memoria como el rompecabezas de un niño. Desde el autobús dibujó al otro lado de la plaza la memoria de un bazar en otro lejano lugar y de aquella mujer que no se arredró al ver destrozada la panificadora por un bombardeo. Desde el primer día que pasó frente a aquella ruina creció su interés observando el afán por evitar la cruda realidad. La veía junto a un niño que vestía una camiseta del Barça con un diez dibujado a la espalda, contrastando su apariencia como extrañísimo futbolista en una ciudad moribunda. Días después la descubrió atando las tuberías que quedaban desnudas, dándoles una sensación de órgano a la intemperie mientras las encajaba entre la metralla, lo que le daba una figura incierta de escultora en un museo de siniestros bajorrelieves. Fue entones cuando el capitán de Ingenieros ordenó detenerse un instante y las miradas de ambos coincidieron, la de ella y la suya, cruzándose sin conocerse, sin intuirse siquiera en aquella mañana, tan lejos, tan cerca aquella primavera de otras -pensó el capitán- mientras indicó al conductor del BMR que continuara camino. Hacía tres meses que se había desplegado sobre la pequeña ciudad encajada en un incipiente valle que disimulaba el carácter rocoso de la pequeña cordillera al este de Herzegovina con la misión de detectar y desactivar las minas que tras de sí había dejado el ejército serbio al retirarse de Sbrenika.
Mientras se veía frente al espejo salpicó su rostro de espuma y se fijó, solemne y malhumorado, en la cuchilla de afeitar. Fue entonces cuando recordó el cuaderno de notas. Corrió hacia el dormitorio, y allí estaba, en el suelo, entreabierta la libreta con un lápiz entre las hojas. Por un instante en muchos meses se sintió aliviado. Cayó de rodillas y temiendo que la espuma emborronara el papel se aferró a él como Long John Silver al tesoro que nunca disfrutó. Y leyó: “Al sentir su cuerpo en el suyo un latido se apoderó del rompecabezas extraviado en su infancia. Ella le dijo que cerrase los ojos. Su boca se había convertido en la cueva carnosa de una ballena. Sintió una profunda sensación de ternura mientras abriendo tímidamente los ojos observó que ella los tenía cerrados, como en trance, como si aquel descubrimiento maravilloso no fuera a acabar nunca. Bailaban. Era Nochevieja”.
Los otros
Ando estos días devorando otra vez la espléndida traducción del amigo Pollux Hernúñez -salmantino afincado desde tiempos de Plauto en Bruselas- que hizo en su día de “Oliver Twist” y una y otra vez el eco de Dickens se reproduce ante la vida como un espejo. Aunque se insinúe por parte de ellos que la cultura española ha exportado además del Instituto Cervantes el corte y confección de la picaresca económica allende los mares, mal que le pese a anglosajones, kuwaitíes y dubaitianos (si les extraña el gentilicio de esa finca artificial donde se juega el mundo no les asuste) nos queda aquí la ceniza de Dickens, las estaciones de autobuses y los cartones, los portales y San Martín compartiendo la capa con un mendigo mientras un adolescente se entretiene en quemar vivo a otro pobre que duerme donde puede y donde no le dejan. La España de “Plácido”, por otra parte queda aquí de nuevo, en la pantalla de la vida cotidiana y eso que si no fuera por el rastrillo aun la cosa iría a peor, quizás, pues en medio de tanto la solidaridad sigue siendo sinónimo de caridad bien entendida y no de justicia social. La crisis es como aquel concepto que el mismo Berlanga barruntaba sobre el erotismo como artículo para ricos mientras que la pornografía sería cosa de pobres. No es cuestión de proclamar el detalle de los nombres para situar los adjetivos. No parece correcto jugar con eso, con el lenguaje cuando haya quien cada vez lo pasa peor, más gente que lo pasa mal y el denominador de la pobreza bate registros de desigualdad. Por eso, encontrarse de nuevo con la lectura de Dickens nos lleva al paraninfo de los días y las noches, las madrugadas terroríficas de hielo y centella, y a quienes antes se les veía colgados resulta ahora que el mundo pende de una cuerda múltiple, y cualquiera puede caer de ella. Ni antes eran colgados ni ahora dejan de serlo; el lenguaje mata a veces por su propia desnudez.
Alrededor de este espacio resulta curioso el mensaje que el presidente de la Xunta de Galicia Toruriño le ha enviado al presidente Zapatero: “En Galicia hay dos lenguas”. O sea, claro. También. No en balde a una amiga profesora de Lengua de Signos le han preguntado –y que diga lo que cuesta, que no hay problema- si puede traducir la lengua universal de los sordos al gallego. No, no es coña. El asunto es que en estas cosas mandan quienes se olvidan que la cosa es seria y no coña, que el asunto de la enseñanza y de las posibilidades de acceder en el siglo veintiuno a la dignidad humana resulta con estos bártulos algo efímero. La bolsa de paro se augura mayor mientras la Bolsa en mayúscula hace negocio y no el suficiente como para que suba la minúscula y ello quiere decir que ante el hecho nos quedamos con los mensajes huérfanos de criterio. Corren tiempos malos.
Es como si se hiciera cierto aquel dicho de Montesquieu: “Para prosperar en este mundo hay que tener aire de tonto, pero sin serlo”. Vuelve uno al Dickens del amigo Pollux y ¡oh Dios! hete aquí la mezquindad y la avaricia fuera de la literatura, en la vida misma.
Ando estos días devorando otra vez la espléndida traducción del amigo Pollux Hernúñez -salmantino afincado desde tiempos de Plauto en Bruselas- que hizo en su día de “Oliver Twist” y una y otra vez el eco de Dickens se reproduce ante la vida como un espejo. Aunque se insinúe por parte de ellos que la cultura española ha exportado además del Instituto Cervantes el corte y confección de la picaresca económica allende los mares, mal que le pese a anglosajones, kuwaitíes y dubaitianos (si les extraña el gentilicio de esa finca artificial donde se juega el mundo no les asuste) nos queda aquí la ceniza de Dickens, las estaciones de autobuses y los cartones, los portales y San Martín compartiendo la capa con un mendigo mientras un adolescente se entretiene en quemar vivo a otro pobre que duerme donde puede y donde no le dejan. La España de “Plácido”, por otra parte queda aquí de nuevo, en la pantalla de la vida cotidiana y eso que si no fuera por el rastrillo aun la cosa iría a peor, quizás, pues en medio de tanto la solidaridad sigue siendo sinónimo de caridad bien entendida y no de justicia social. La crisis es como aquel concepto que el mismo Berlanga barruntaba sobre el erotismo como artículo para ricos mientras que la pornografía sería cosa de pobres. No es cuestión de proclamar el detalle de los nombres para situar los adjetivos. No parece correcto jugar con eso, con el lenguaje cuando haya quien cada vez lo pasa peor, más gente que lo pasa mal y el denominador de la pobreza bate registros de desigualdad. Por eso, encontrarse de nuevo con la lectura de Dickens nos lleva al paraninfo de los días y las noches, las madrugadas terroríficas de hielo y centella, y a quienes antes se les veía colgados resulta ahora que el mundo pende de una cuerda múltiple, y cualquiera puede caer de ella. Ni antes eran colgados ni ahora dejan de serlo; el lenguaje mata a veces por su propia desnudez.
Alrededor de este espacio resulta curioso el mensaje que el presidente de la Xunta de Galicia Toruriño le ha enviado al presidente Zapatero: “En Galicia hay dos lenguas”. O sea, claro. También. No en balde a una amiga profesora de Lengua de Signos le han preguntado –y que diga lo que cuesta, que no hay problema- si puede traducir la lengua universal de los sordos al gallego. No, no es coña. El asunto es que en estas cosas mandan quienes se olvidan que la cosa es seria y no coña, que el asunto de la enseñanza y de las posibilidades de acceder en el siglo veintiuno a la dignidad humana resulta con estos bártulos algo efímero. La bolsa de paro se augura mayor mientras la Bolsa en mayúscula hace negocio y no el suficiente como para que suba la minúscula y ello quiere decir que ante el hecho nos quedamos con los mensajes huérfanos de criterio. Corren tiempos malos.
Es como si se hiciera cierto aquel dicho de Montesquieu: “Para prosperar en este mundo hay que tener aire de tonto, pero sin serlo”. Vuelve uno al Dickens del amigo Pollux y ¡oh Dios! hete aquí la mezquindad y la avaricia fuera de la literatura, en la vida misma.
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