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jueves, 23 de septiembre de 2010

Materia y Mística en Venancio Blanco

Alguien tendría que responder en estos tiempos tan difíciles de codicia, soberbia y chapuza, sobre la lección que nos ofrece el artista no sólo consagrado por su arte sino por su edad, desnudando un su tiempo octogenario la creación, la ilusión y la sabiduría del lenguaje de la vida ante los ojos de los demás. Si el Instituto de las Identidades de la Diputación de Salamanca inauguró el pasado año por estas fechas una imborrable muestra de Agustín Casillas este otro septiembre celebra el prólogo del otoño etnográfico con la exposición de Venancio Blanco, hecha a medida por el artista, como en el caso anterior, como si tal memoria viva de una prolífica e inmensa obra artística resultara ante todo un mensaje de celebración de la experiencia. No es para menos.
Esta exposición de La Salina, por otra parte, descubre los primeros pasos de la FUNDACIÓN VENANCIO BLANCO, (no es menester a tal fin renombrar antiguos sinsabores y frustraciones sobre lo que pudo ser en nuestra ciudad y no es) y en cuyo empeño ha dedicado el artista nacido en Matilla de los Caños del Río (1923) no sólo pasión por cuanto de enseñanza tendrá, esfuerzo por un proyecto hermoso en el tiempo sino también ha invertido Venancio esa palabra a la que acude hoy como equipaje, santo y seña de su trabajo: ilusión. No estaría de menos recordar (palabra que lleva dentro la palabra corazón), la infancia que el artista pasó en Robliza de Cojos entre dibujos de toros y caballos a la sombra de aquel mayoral que fue su padre. Ya en Madrid, durante el servicio militar, realizó por el precio del rancho una pieza que hoy disfruta el Regimiento de Ingenieros en Salamanca. Su formación, fe y sustancia como escultor se forja en Roma de donde nunca se ha ido Venancio -todo hay que decirlo- donde años después acabó dirigiendo la Academia de Bellas Artes y la madurez innata impregnada siempre de inquietud y calma –como aquel hermoso manzano de San Juan- le llevó desde el taller donde fundía con su hermano Juan a la Academia de BBAA de San Fernando, o sea, del barro al bronce y desde la grandeza a la humildad. Algo difícil de traducir en estos retales de arte que hoy es la feria de vanidades.
Se destaca como objetivo de la Fundación la juventud, no en balde Venancio disfruta aprendiendo de los niños el viaje de un lápiz sobre el cuaderno infantil. “Deseamos desde el Arte –dice su hijo Paco Blanco- contribuir al desarrollo cultural de las gentes, conscientes de que la educación para valorar y gozar de la belleza en todas sus manifestaciones, representa nuestra mejor contribución a la paz, la libertad y el entendimiento entre las personas y los pueblos”. Sí, es una reflexión que desde años atrás hemos escuchado al maestro. Y de ello da fe la muestra de La Salina: el encuentro de una escultura religiosa con el lenguaje contemporáneo, lo que hace universal la razón del hombre a través de los tiempos y de la materia, la pregunta y la respuesta, el barro y la creación, la nada y Dios, la esencia y el ser, la búsqueda y la trascendencia.
Ello se rubrica en el recorrido de esta exposición cuya comisariado ha corrido a cargo de Nuria Urbano, excelente conocedora del taller del artista, quien ha realizado una sincera, rigurosa y emocionante aventura a través del mundo, la inquietud y la armonía de una prolífica y emocionante obra como es el tesoro artístico de Venancio Blanco. Estamos ante un encuentro que el espectador siente desde el momento en que vibra, soslaya, se detiene ante una obra inmensamente espiritual.
Valente advirtió sobre el eco sanjuanista que “el deseo sería la faz verdaderamente humana de la necesidad”. Sí, es una palabra sobre la mística del “Cántico”; permítaseme aplicar el hecho en la visión crítica de la ingente e inmensa obra de Venancio Blanco. A ello nos invita su experiencia y sabiduría. Ya Enstein añadió que “por más viejo que seas, puedes ser más joven que nunca”. Pues eso.

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