
Ingenuo de mí, he tenido la ocurrencia de preguntar a un confidente qué es un mercado. Salía del Malú, de dar cuenta de uno doble de churros para chocolate y marchando, cuando me asaltó la duda frente a la arquitectura férrea de las marquesinas en recobrar la crisis y hacerle esta pregunta, así asaltando su tiempo y conocimiento para que me explicara en base a qué estamos en manos de los mercados y no de los de abastos precisamente. Resulta que estos mercadillos salvajes que nos ocupan no tienen una sede sino cientos, y en la pescadería que brujulean no le dicen cosas así, del tipo “¿Le quito la cabeza?”. Sí, por favor, porque no me gusta cómo me mira esa corvina. No, aquí en estas latitudes se la quitan de un sopapo y no preguntan si quería sopa.
Nadie está a salvo, pues nadie nada tiene que ver en el juego sin guardar la ropa. Así, con esta impecable explicación, mi agente confidencial me informa que los mercados no están en ningún lado y que sin embargo yo mismo formo parte de ellos y es más, hasta puedo ser un especulador. Y digo yo que si yo mismo puedo serlo pues usted también, qué carajo. Y me sigue explicando este detective salvaje que los llamados especuladores son números y nombres, como el de la taquilla en la mili, vamos, y que abren y cierran según los intereses que obran con su consentimiento, ¿compran? pues compran; ¿venden?, pues venden; ¿esperan?, pues esperan y así hasta mañana a la misma hora. Intereses, intereses, intereses, he aquí el tinglado de la antigua farsa, decía don Jacinto antes de echarle un tiento a Leandro. De aquellos dos pícaros que alertaban del mundo más astuto que ellos queda la resaca de más de un siglo, de dos siglos, que fue escrito por el profeta Discépolo en su letra de tango ‘Cambalache’. No tiene precio sacudirse de encima lo que cuenta por cuanto nos toca tan cerca como una carga de profundidad en esa cosa poco apreciable llamada conciencia. Es verdad que, en cierto modo, si usted se pregunta qué culpa tiene de la crisis y de lo que pueda pasar y lo hace frente a un chocolate y una doble de churros puede aparecerse de pronto, en el pozo de la taza la explicación que tiene toda esta paradoja. Tantos años escuchando que Zamora acabaría siendo un buen destino para el turismo cultural, una soberana, despoblada pero honrada, ciudad de servicios, en el entorno de la comunidad autonómica que resulta que luego llegó el turno a Castilla y León para convertirse en un reclamo único del románico, la gastronomía y la tranquilidad en el ámbito de la geografía nacional. Cuando no han pasado tres telediarios resulta que España se ha convertido en un país de servicios y no de fabricación en el conjunto de la Unión Europea y no ha salido usted de la chocolatería y la propia Unión Europea levantada con los cuernos y no con el sentido común, resulta ser un continente de cambio, compra y paso a chicas en el orbe mundial en el que mandan los asiáticos. Pues bien, con todo, puede usted darse prisa en mojar el churro no siendo que cuando más rían los especuladores la deuda del mundo dependa ya de la galaxia de Ganímedes.
Ojalá no, dice mi confidente, pues “Mejor que crear afectos es crear intereses ”. (Acto II, escena IX). Amén.
Nadie está a salvo, pues nadie nada tiene que ver en el juego sin guardar la ropa. Así, con esta impecable explicación, mi agente confidencial me informa que los mercados no están en ningún lado y que sin embargo yo mismo formo parte de ellos y es más, hasta puedo ser un especulador. Y digo yo que si yo mismo puedo serlo pues usted también, qué carajo. Y me sigue explicando este detective salvaje que los llamados especuladores son números y nombres, como el de la taquilla en la mili, vamos, y que abren y cierran según los intereses que obran con su consentimiento, ¿compran? pues compran; ¿venden?, pues venden; ¿esperan?, pues esperan y así hasta mañana a la misma hora. Intereses, intereses, intereses, he aquí el tinglado de la antigua farsa, decía don Jacinto antes de echarle un tiento a Leandro. De aquellos dos pícaros que alertaban del mundo más astuto que ellos queda la resaca de más de un siglo, de dos siglos, que fue escrito por el profeta Discépolo en su letra de tango ‘Cambalache’. No tiene precio sacudirse de encima lo que cuenta por cuanto nos toca tan cerca como una carga de profundidad en esa cosa poco apreciable llamada conciencia. Es verdad que, en cierto modo, si usted se pregunta qué culpa tiene de la crisis y de lo que pueda pasar y lo hace frente a un chocolate y una doble de churros puede aparecerse de pronto, en el pozo de la taza la explicación que tiene toda esta paradoja. Tantos años escuchando que Zamora acabaría siendo un buen destino para el turismo cultural, una soberana, despoblada pero honrada, ciudad de servicios, en el entorno de la comunidad autonómica que resulta que luego llegó el turno a Castilla y León para convertirse en un reclamo único del románico, la gastronomía y la tranquilidad en el ámbito de la geografía nacional. Cuando no han pasado tres telediarios resulta que España se ha convertido en un país de servicios y no de fabricación en el conjunto de la Unión Europea y no ha salido usted de la chocolatería y la propia Unión Europea levantada con los cuernos y no con el sentido común, resulta ser un continente de cambio, compra y paso a chicas en el orbe mundial en el que mandan los asiáticos. Pues bien, con todo, puede usted darse prisa en mojar el churro no siendo que cuando más rían los especuladores la deuda del mundo dependa ya de la galaxia de Ganímedes.
Ojalá no, dice mi confidente, pues “Mejor que crear afectos es crear intereses ”. (Acto II, escena IX). Amén.
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