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jueves, 20 de enero de 2011

Se cumplen cincuenta años de la muerte de Dashiell Hammett


En aquel tiempo, se dio el pistoletazo de salida de la Gran Depresión, ¿parecida en algo a esta otra de hoy?, no todo es así. Aquel año Charles Chaplin eleva a la categoría de arte cenar una suela de zapato, Alfonso XIII realiza su primer viaje oficial a Zamora en tren para visitar las obras del embalse del Esla y es también en 1929 cuando Dashiell Hammett abre la puerta de la novela negra al publicar una joya en bruto como “Cosecha Roja”. Eran tiempos en que Duke Ellington estiraba sus debiluchos brazos en las aceras, Mae West se posaba en las puertas de los urinarios y el barril de crudo más conocido era el wisky, que se perdía en galones. En plena ley seca saltaron a una fama bien distinta dos hechos memorables y antagónicos como dos parejas del mal y del bien. El terror de unos tipos se hacía ver desde Chicago entre Al Capone y Lucki Luciano y la razón de vivir llevó a otros dos, Bill Wilson y el doctor Bob, para fundar en la ciudad de Acron (Ohio), una esperanza universal desde la comunidad de ‘Alcohólicos Anónimos’. En aquella cruda realidad, Dashiell Hammett (Maryland, 1894 – Nueva York, 1961) dejó de ir a la escuela para trabajar tempranito como detective privado, lo que daría con sus huesos en el tuétano como fundador de un género inconfundible de luces y sombras en blanco y negro.

En realidad, aquella aventura novelesca se debe a un tal Edgar Allan Poe, que muchos años antes había sentenciado el camino con “Los crímenes de la calle Morgue”, “El barril del amontillado” o “La carta robada”. Hammett devoraba a Poe mientras se empapaba de vivir su reflejo en lo cotidiano hasta salir a la calle como un Ulises por entregas en las páginas de los periódicos. Mientras en España hacía furor “La novela semanal” y el folletín se las veía frente a Valle Inclán, que mataba a la novela para crear el esperpento, véase por ejemplo cómo cambió “El terno” por “Las galas del difunto”, en Nueva York las historias se pagaban a centavo la palabra y salían a la calle más de trescientos ‘pulps’ (novelitas baratas).



Con tales señales, Dashiell Hammett se aventura en los intestinos de la misma realidad e inicia un género dentro del género dando en el centro de la sociedad volcanizada con la novela mencionada a la que seguirían poco después “La maldición de los Dain”, “El agente de la continental”, “Ciudad de pesadilla”, “La llave de cristal”, “El hombre delgado” y la inimitable “El halcón maltés” que John Huston hizo memorable elevando a Humprey Bogart a la categoría de mito en la piel del detective Samuel Spade. Un personaje, por otra parte, denostado hoy por cuanto quebrantaría lo políticamente correcto: inmoral por fumar, luego dejaría de ser él mismo entonces por no hacerlo y enviado a las mazmorras de la hipocresía en que se funda la actualidad que vivimos.

A Dashiell Hammett le tocó también bailar una dura batalla en la que el alcohol sentenciaba su vida y un mundo tocado por el hampa, el fraude social, la corrupción política y la intriga contra las libertadas civiles. Se defendía así con la dignidad de su palabra y el amor por una gran mujer como la escritora Llilian Helman mientras desnudaba aquel paisaje maloliente. Sus detectives no son ni se parecen a Arsenio Lupin, Sherlok Holmes o el futuro seductor Philiphe Marlowe, tienen el alma entre nieblas y la sangre caliente y se acercan más a Sancho que a don Quijote, como reflejó brillantemente Luis Cernuda en unas páginas hermosas dedicadas a Dashiell Hammett tras su muerte: “En sus momentos mejores nos parece superior a otros escritores que pasan por estar destinados a sobrevivir a su tiempo, como por ejemplo Hemingway y hasta Faulkner, tan aburridos ambos en mi experiencia de lector –escribe Cernuda- , aun admitiendo la diferencia de valor que, a favor del segundo, hay entre él y Hemingway”.

Como recordaba Joseph T. Shaw, editor de ‘Black Mask’, la máscara negra que publicaba por entregas sus novelas y donde se dio a conocer Dashiell Hammett ponía de relieve el carácter y los problemas inherentes a la conducta humana en la solución de un crimen. Puede que esas mismas palabras, vistas desde un recorrido diferente, sedujeran la presencia de otro escritor que siempre estimó la obra del autor de “Cosecha roja”. Ante él, un día, compartiendo espacio de admiración se presentó Raymond Chandler. No hubo entre ellos, como falsamente se ha querido después impulsar, una mala relación, todo lo contrario. En la biografía que Frank MacShane realiza sobre el autor de “El sueño eterno”, se cuenta que “la admiración de Chandler por Hammett se basaba en dos características relacionadas con su trabajo. El tema y el lenguaje. Hammett –escribe Chandler- sacó el asesinato del búcaro de cristal y lo tiró al callejón. A diferencia de los relatos policiales ingleses, Hammett devolvió el asesinato a la gente que lo comete por alguna razón, no sólo por suministrar un cadáver”.



Reparar en la obra de este novelista no es caer en la pedantería, el absurdo, la superficialidad o el engaño, tan común en estas alturas. Hammett es un radiólogo de una sociedad y también de los interiores del ser humano desde el prisma del ojo que tiene los mismos defectos, siente las mismas recaídas y percibe los mismos instintos oyendo también los tambores de su conciencia. Y lo hace Hammett escribiendo en una geografía social en la que Chaplin confesó tras el éxito de ‘La quimera del oro’ lo siguiente: “Me hice rico interpretando a un pobre”. No suene extraño, por tanto, reconocer a cincuenta años de su muerte, que la voz del gran autor de la novela negra contemporánea surtiera de literatura a generaciones de escritores, cineastas y lectores que en sus páginas encuentran sentido y sensibilidad desde la cruda realidad misma. Manuel Vázquez Montalbán, genial y recordado, expresó su sentimiento por Hammett más allá de dibujar a Pepe Carvalho, dirigiendo en la denostada transición española la mítica revista “Gimlet” sobre novela negra. ¿Serían tiempos acertados o estos otros de ahora para percibir por qué tal género se hace merecedor ante la cruda realidad que nos acompaña?. Pregunta con trampa, quizás.
Por eso, acabemos mejor. Cuando en “El Halcón maltés” el policía pregunta a Samuel Spade de qué diablos está hecha la figura que dio lugar a los crímenes, el detective responde: “Del material con el que se forjan los sueños”. ¿Respuesta sin trampa?.

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