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martes, 3 de noviembre de 2009

La emocionante escultura de Agustín Casillas

Años hacía que no veía al Fréjoles. Tener el pequeño hormigón estos días en la sala de exposiciones de “La Salina” me ha hecho recobrar el tiempo de la infancia junto a Antonio Casillas jugando en barro en el estudio de su padre, pasándonos horas viendo como remataba una escultura antes de que volviéramos a Tolima para visitar con Fede, el otro amigo de la Plazuela, al sheriff King. La exposición de Agustín Casillas que dentro de unos días se clausura en la Diputación, además de celebrar una memoria espléndida, octogenaria y vivaz, una obra tan intensa como hechizadora, detalla el espejo de Salamanca en la fugacidad del tiempo y de la vida. Si “El Fréjoles” es una muestra de ello, como el tratante que andaba por las escaleras de Pinto o en los arcos de “la Granja” dejándose ver como santo y seña de su blusa a quien interesare, no es menos cierto que hay una lectura más honda en la madurez intrínseca de la obra de Casillas y que forma parte de su interpretación sobre los personajes, reales y ficticios de la historia de Salamanca.

Es verdad que si hay una palabra que figura entre las interpretaciones de estas esculturas, entre la geografía humana y la antropológica, el sentimiento y la memoria, esa es precisamente la que da nombre a la exposición “Identidades salmantinas” y es una buena razón para aproximar precisamente el recién creado Instituto de Identidades ante una obra sosegada en madurez y cuya emoción en su realismo depara precisamente un objeto de culto por cuanto adquiere el denominador de tradicional en su factor humano. Casillas, ante todo, ha sido precisamente un retratista del factor humano y su escultura conversa, cara a cara, no sólo con el espectador sino con su propio eco, la reverberación de sus ancestros, el detalle de su memoria en definitiva.

Hay una lectura en estas piezas que tiene que ver con el re-cordis, con la palabra memoria y el papel del corazón en la emoción de su propio significado. El mismo diálogo entre Celestina y Melibea, en un acto singular de los que gusta evocar Emilio de Miguel; las ideas para el bajorrelieve de esta tragicomedia o las figuras escénicas sobre el teatro del Lunes de Aguas mitifican un concepto trascendente de lo salmantino. Ese detalle por la trascendencia no se antoja en la obra de Casillas sino desde un lenguaje popular, cotidiano y, por ende, sincero con el espejo que nos descubre. Hace casi cuarenta años dibujábamos de niños, en el estanque de la Alamedilla, unos ciervos de barro -¿Qué fue de ellos?- que compartían la orilla con las cuatro estaciones. Afortunadamente queda en Salamanca un paseo escultórico por la obra emocionante y genial de un artista tan profundo como serena y llana es su percepción por la realidad, pues podría decirse que la obra de Casillas es una escultura en el tiempo.

Desde la cabeza de Torres Villarroel hasta la pequeña huella del poeta “Adares”, esta muestra nos acerca al hecho de mirar cada pieza más allá de su propio escenario, pues se trata sin duda de un gran teatro que subyace en la obra misma, en su conjunto y en su propia individualidad. Casillas es un escenógrafo de la percepción; no sólo retrata la costumbre, el tipo y el instante, sino que dialoga con la serenidad, la crudeza y el sentimiento de la realidad: he ahí el realismo ante el factor humano y su emoción.

viernes, 19 de junio de 2009

Candilejas: Silencio en Anantapur

Candilejas: Silencio en Anantapur

Silencio en Anantapur



Viernes, 19 de junio de 2009.


La silueta de un hombre que han visto de lejos, en la ladera del monte, cerca del último magnolio de Oriente, reza en la trastienda de nuestras vidas, tan lejos y tan cerca ahora de su memoria y de su legado.

La riqueza en el espíritu y la palabra yacen allí, junto al letrero que dictaba: inciertos milagros.


Él era el milagro: Vicente Ferrer.



A.L.

lunes, 25 de mayo de 2009

Ardicia en memoria de José Miguel Ullán




Fechado en enero de 1965 y editado en la vieja y desaparecida “Vitor”, la imprenta etimológica de Pepe Núñez Larraz, el primer libro del salmantino José‑Miguel Ullán (Villarino, 1944 - Madrid, 2009) lleva por título El jornal. Es una rara avis encontrarlo en alguna librería de viejo, y quién sabe, si alguna vez, emparedado entre una novela de Marcial Lafuente Estefanía y La conquista de la felicidad de Bertrand Rusell uno es capaz de encontrar un ejemplar tan enmohecido pero virgen, amarillento y sin embargo fértil, como así es su palabra escrita. ¿Qué es de este escritor huido siempre de la oficialidad más insigne, viajero que regresa de vez en vez con la discreción de quien no quiere ser visto más que por lo que prefiere? Alejado de la pomposidad más notoriamente celebrada en este país por los sucedáneos intelectuales que se ocupan de la llamada literatura comercial y del número de ventas cual inquilinos del “Gran hermano”, la obra de José‑Miguel Ullán es de una espléndida solidez y una honestidad poética absolutamente fidedigna.
Sin su obra no podrían tenerse en cuenta los laberintos por donde la poesía española ha urdido las mimbres en los últimos cuarenta años. Su experiencia vital, como en el caso de los escritores comprometidos con las circunstancias, le han jalonado afectos y desafectos con su propia singladura poética a la que nunca –afortunadamente– ha renunciado en su sentido más puro: la esencia de la palabra. Tras estudiar el Bachillerato en Salamanca y, su paso por un Madrid inquietante donde inicia Ciencias Políticas y Filosofía y Letras se recluye en París poco antes del mayo del 68 dónde conoce y trabaja junto a Roland Barthes y Lucien Goldmann. El periplo lingüístico no habrá hecho más que comenzar. Trabaja en la ortf y a su regreso –muerto Franco– a Madrid su experiencia le llevará a realizar una intensísima actividad periodística entre la que destacará –inevitable su eco– el programa “Tatuaje” en TVE, lejos del tufo cañí en que habían envuelto a la copla, y la creación del excelente suplemento “Culturas” en Diario 16. Nota biográfica que se actualiza con sus colaboraciones en la prensa nacional e internacional. Pero nos atrae, sin duda su obra poética.
Como acaso no es gratuito sopesar las relaciones de fondo y forma que habitan en el eje de la poesía española contemporánea es por eso que se nos antoja analizar una pista entre nombres que van a ser proclives para entender la reflexión común en torno al lenguaje, porque es en torno al lenguaje donde despliega todo su universo. No es extraño, precisamente, que José‑Miguel Ullán se encargue de la edición de un libro mítico como es Noventa y nueve poemas de José Ángel Valente. De nuevo, Valente, como una constante agradecida para la poesía española. En esta influencia –me atrevo a decir– decisiva, entre uno y otro, gravitan puntos y nombres tan comunes como que sería imposible desprenderlos de ambos. Por una parte, la presencia de la obra del místico español Miguel de Molinos, como así poéticamente Góngora, Cernuda o Vallejo, detallarán el equipaje de Ullán que él mismo analiza en la obra de Valente. Por la otra, la presencia en ambos, con imborrable fuerza creadora, del poeta cubano José Lezama Lima y la pensadora española María Zambrano: a quienes unirá no sólo la complicidad en la palabra sino una intensa amistad.
Clave de este signo es la referencia que de ello hace precisamente el crítico Miguel Casado en la edición de Ardicia (Cátedra, 1994), antología de la obra del poeta que referimos: “Entre las pinceladas sueltas, corre la zona blanca del pensamiento, la página casi entera también en blanco, como respiración, expresión penetrante de las intermitencias y vacíos del discurso... / ... Una propuesta de este orden es frecuente en el pensamiento de María Zambrano y el propio Ullán la ha recogido en ocasiones, por ejemplo en su artículo ‘Lezama Lima o el barroco carcelario’”. No es casual tal encuentro. Citemos algo que evidencia el testimonio del propio Ullán: “Ningún tema vive separado de los demás, todo es fragmento de un orden, de una órbita que ininterrumpidamente se recorre y que solamente se mostraría entera si su centro se manifiesta”. Estamos ante una poesía que –desde el hondo sentido que da forma Valente– considera el pensamiento como centro y la palabra como acto: o sea, María Zambrano y Lezama Lima como huella de uno de los poetas de mayor profundidad de nuestra literatura contemporánea.
Su orbe está fuera de los circuitos estéticamente podridos; la naturaleza de la obra de Ullán resiste por la enorme trascendencia de su elaboración sobre tanto “vivo difunto” por emplear el símil que el mismo Valente anotó en Salamanca respecto de la obra de otro poeta que aquí es menester pronunciar, me refiero a Aníbal Núñez, autor, entre otras curiosidades, de la cubierta de El jornal, el primer libro de J. M. Ullán:

“Amatando el candil
tan en mi hogar.
Y, sin embargo,
Cósmico”.

La excelente edición de Ardicia, libro citado por la edición de Miguel Casado, presenta una obra jalonada de títulos y referencias y supone un escaparate espléndido para conocer una experiencia poética fascinante, generalmente ¿desconocida? ¿despreciada? ¿olvidada? en la geografía cercana del nacimiento de su autor. ¿Pocos sabrán de la necesidad que el poeta tiene de acompañar la visión de Villarino de los Aires en su itinerario acaso como una “Razón del tacto”? Dicho queda que en Ullán se describe esa parábola del tiempo frente al pensamiento como acto generador de libertad. Su exilio, acompañado después por señales ostentosas de desprecio en un país de naturaleza tan corriente en estas consideraciones, le acercó a la contemplación de lo ilimitado de la escritura, le inundó de pintura –haciendo de él además un artista singular– e introduciendo su espíritu crítico en lo que más tarde desarrollará en torno a la obra de artistas como Antonio Saura, Eusebio Sempere, Zóbel, Chillida, Tápies, que ilustrarán espléndidas ediciones de su obra poética.
De ahí que en gran parte de su obra se construyan el juego y la cábala (de nuevo J. A. Valente) en la más libre de las expresiones. Así aparecerán poemas surgidos de la selección y señalización de palabras de un artículo de prensa como en “Alarma”; búsqueda de una ruptura lexicográfica en “Abecedario en Brinkmann”; jeroglíficos y ecos del “haiku” japonés en “Funeral mal”; poemas –obligatoriamente– tachados en “Manchas nombradas”; composición libre, intelectualmente libre como toda su obra, en el hermosísimo libro Rumor de Tánger al que acompaña una cita de Lezama Lima: “única cárcel / corona sin ruido”; dibujos como hipérboles de la escritura en Visto y no visto, donde se honienajea a Valente, Zambrano o Aníbal Núñez; una obra poética, en fin, que concita una inmensa experiencia lectora.
Miguel Casado, aludiendo a María Zambrano lo designa como “La metáfora del corazón”, tal es la obra enriquecedora de José‑Miguel Ullán: la palabra que nace y se nutre del conocimiento para dar testimonio de una fecunda emoción.

martes, 3 de marzo de 2009

El eco machadiano


En tiempos de esta crisis, moribunda de tantas cosas, pasado mañana en pleno domingo gordo, se cumplen setenta años de la muerte de Antonio Machado. Su tumba en Collioure sigue abrazada de algunas flores y otros mensajes que habitan en el tiempo, como la palabra en el tiempo que tanto sacrificio empeña su obra y su memoria también. Fue en 1975, días después de la muerte de Franco, cuando el profesor Juan José Coy, a quien tanto debemos alumnos y no alumnos por acercarnos al verso machadiano (y al teatro de Tennesse Williams también) quien organizó en la Residencia Montellano de las jesuitinas un homenaje en torno al poeta universal. Participarían en él los profesores Gil Novales, Eugenio de Bustos, Aurora de Albornoz, el magnífico teólogo José María González Ruiz… y el escritor Andrés Sorel. Él fue el único que pudo abrir con su conferencia aquel homenaje tras la cual el gobernador civil prohibió su continuación. Sí, eran tiempos en que un gobernador estaba para prohibir la palabra, por ello, cuando recibimos con el paso del tiempo el peso de cuanto ha costado liberar el uso de la palabra precisamente podemos entrar en coma social al sopesar la cantidad de estupideces que hoy en día se muestran, a uno y a otro lado del espectador, por encima de la tolerancia.
Sin embargo, de aquel encuentro -que no pudo ser- sobre Machado quedó en salamanca el poso de un acontecimiento trascendental. Ya en plena transición aquellas conferencias censuradas se reflejaron en un libro que editó “Sígueme” y hoy pasa por ser un referente impecable en torno a la obra machadiana y su reflejo en la sociedad. Años después, gratamente, Juan José Coy publicó una esplendida “Biografía espiritual de Antonio Machado”, que junto a las de Ángel González, Tuñón de Lara, la misma “Guía popular” de Sorel o la de Aurora de Albornoz, cuando no las Obras Completas al cargo de Oreste Macro, nos proporcionan un espejo donde fraguar la poesía del hombre “en el buen sentido de la palabra, bueno”. De entre otras cosas aparecidas sobre él, José María González Ruiz escribió un hermoso libro en torno a “La teología de Antonio Machado”, indagando en el interior de la palabra poética y asomando una serie de claves que asustarían hoy al mismísimo Rouco temblando ante otro teólogo como José Antonio Pagola y su “Jesús. Una aproximación histórica”. De Machado y sobre ello mismo, Juan José Coy detalla: “Probablemente si a Machado hubiera que aplicarle alguna etiqueta –sin que se vea razón para hacerlo– ésta podía ser la de "cristiano" en el sentido de la igualdad fraternal de todos los hombres, en su traducción de terminología vagamente religiosa, de valores evangélicos, de común unión entre cuantos se asegura que somos hijos de un mismo Padre que está en los cielos”. Es verdad que durante largo tiempo creímos leer en Antonio Machado este mismo sentimiento, sólo que a escondidas. Pero no.
No debe ser así. La Conferencia Episcopal puede armar bulla con la pantalla de la “Educación para la ciudadanía” pero lo que no puede evitar es negar en la lectura de la obra machadiana una proyección cristiana, progresista y abierta sobre la propia dignidad humana. ¿Suena a teología de la liberación?. Habita en Machado.

lunes, 2 de marzo de 2009

Slumdog Millionaire



Supongo que dado los tiempos que corren al personal se le debió de quedar cara de Benjamín Button precisamente viendo pasar una tras otra estatuilla sin detenerse por delante de Brad Pitt preguntándose si una gran interpretación contrasta con el resultado de los “oscar” ante otras grandes interpretaciones, pero desconocidas por el mercado y duras y salvajes en la vida misma. Debo de confesar que “Slumdog millionaire” me ha causado lo que hacía el tiempo el cine no me decía. Ya saben, si no la han visto, la película gira en torno a un joven concursante de “¿Quieres ser millonario?” que antes de enfrentarse a la última de las preguntas es secuestrado y torturado por la policía india porque sospechan que este chaval repartidor de te, analfabeto y pobre, haya podido amañar las respuestas. Sin enfrentarnos al final de la película, que es lo de menos, lo que lleva a conmover el espíritu del espectador es precisamente la respuesta de Jamal a sus verdugos: las respuestas a las preguntas estaban en su vida, desde niño hasta ese mismo instante en que aún el concurso no ha acabado.
Pasa la película, por tanto, por la dureza de uno de los suburbios de Bombay, la indigencia infantil y la crueldad, la inmisericordia y el terror de asomarse pese a todo un día más a la vida desde la sonrisa de un niño -el fascinante actor que apareció tras el “oscar”,- que no cejará de buscar la complicidad del amor mismo. Esa mirada sobre India es tan real como la palabra que nos da la novela de Vikas Swarup y que ha servido para que Simon Beaufoy firme el guión oscarizado junto a la espléndida dirección de Danny Boyle. Sí, una película dura, como suele decirse, ruda y sincera hasta el tuétano también. Y, además, una gran película. Si me permiten y uno no olvida los días de festival hace años gracias a este periódico, guarda la película una escueta lección de cine: el desdoblamiento narrativo que posee es fascinante, apoyado en un meritorio y también premiado montaje pero debido indudablemente a la adaptación de un guión fuerte, reforzado en un ritmo intenso y una narración espléndida. No nos cuenta una historias en paralelo, lo que sucede se guarda en la memoria del personaje y en ese juego la película posee una magia de difícil baile entre los periodos de la narración: el antes y ahora con el instante inmediato. Eso es oficio de maestros cuando se cuenta algo y en la película, por ello, hay momentos encomiables de gran cine. ¿Contar historias? ¿Contar una historia?. He ahí el difícil reto por el que un día Manckiewitz nos hizo espectadores de “Eva al desnudo”. Pues bien, uno piensa que en “Slumdog Millionaire” hay momentos para percibir lo genial.
Pasa el cine por enseñarnos también mucho de la vida y hacernos críticos frente a todo, tal como duele esta historia cruda donde la ternura y la buena factura de la historia así contada nos conmueve.No es de extrañar que mientras Penélope dedicaba el suyo a Alcobendas el niño indio escrutase un sonrisa fascinante junto a los actores que habían hecho el papel de crueles, mientras le abrazaban y protegían ante el premio más grande del cine.


miércoles, 21 de enero de 2009

Eureka

Cuentan que Arquímedes, cansado de ver la cantidad de agua que perdía cada vez que se metía en la bañera consideró una vez el hecho positivamente y salió corriendo a la calle, desnudo y salpicando a los viandantes a quienes gritaba: “¡Eureka! ¡Eureka!.”. Aquello era parte de su principio y el fin también de algunos idiotas. En realidad el bueno de Arquímedes había encontrado algo y por ello tiró del palabro histórico que siglos después Edgar Allan Poe utilizara también para componer una compleja y magnífica reflexión en torno del universo, breviario del significado del cosmos y trasunto de Dios, que consideró lo mejor de su obra. Estaba alucinado, nadie creyó en él y pese a la impecable sagacidad e inteligencia de quien ahora se cumplen doscientos años de su nacimiento, murió solo, perdido y borracho al doblar una de las calles lumpen de Filadelfia. Pues bien, entre el hecho de Arquímedes, la referencia de Poe y la investidura de Obama el universo sigue estando ahí arriba, pese a los satélites del google heart donde uno puede ver el tejado hipotecado de su casa y el resto de hipotecas colindantes en la recesión que vivimos. Época de depresión ésta, sí, a expensas de no atisbar nada que indique que ni Solbes ni Zapatero ni el mismo Obama presuman de salir mañana, desnudos o vestiditos, qué más da, a la calle que ya es hora de gritar eso de “¡Eureka!” y confiar ilusión en la vida de las gentes. Se hace difícil, pero quizá sea el trabajo de ilusionista el único que ahora puede testimoniar algo de luz sobre la realidad palpitante. Puede que, en el fondo, los arquímedes de hoy los poe de mañana trabajen ya como arduos burócratas a las órdenes de los lobbies, los gestores empresariales, las caras ocultas del poder sobre el cual el engranaje político proclama su propaganda. Lo que sucede es que de aquellos originales que dieron con el principio y con la fe nos queda el legado para explicar el sentido que hoy adquieren las cosas en torno a la imbecilidad contagiosa, la avaricia desproporcionada, la codicia imperante, el rencor furibundo, la penosa tesis de la envidia y el espantoso concepto del odio como animador común de la feria de vanidades que nos rodea. Éste es el nuevo principio de Arquímedes, lo que desborda la bañera y se escapa al tirar de la cadena en la sede de las bolsas internacionales, los consejos de administración de los bancos, la guerra de la cajas, los acuerdos financieros, las transacciones y los intereses creados. Todo tiene un precio: la bolsa o la vida, como el juego infantil que seguía con el botón de la barriga. He aquí el espectáculo de Poe, adivinador de cierto terror que viaja más allá de la literatura pues todo parece depender del pozo y el péndulo por donde gravita la vida de los mortales. Dedicaba Poe su gran obra sobre el Universo : “a los pocos que me aman y a quienes yo amo, a los que sienten más que los que piensan, a los soñadores y a los que depositan su fe en los sueños como únicas realidades”. Deseaba que su obra se juzgase como poema después de su muerte.
Es un gran refugio.

jueves, 15 de enero de 2009

Teoría del esperpento

Anda preocupada ella por no encontrar un jersey de cuello alto en Rebajas pues no los hay, -no busquen-, como si la lectura de “Gomorra” de Roberto Saviano le hubiera salpicado el secuestro de jerseis de cuello alto y los ladrones de guante blanco estuviesen detrás del asunto. Anda soliviantada con el tiempo, con los bajo cero, con el hielo y la pascua que hace la nieve cuando deja de ser un verso de Lalo Bartol en los dedos de la infancia y ahora es un problema. Anda rebotada con la derecha y la izquierda también de este país, común denominador una de la otra entre estupideces banales y ridículas, patéticas justificaciones, ninguna dimisión ¿y cuándo las hubo? ¿y cuándo las habrá?, como si el pasado hiciera valer el presente. ¿El futuro también?, lo que convierte a los políticos en botarates de la indecencia y en valedores de sus bolsillos, ruindades humanas e indecentes, y anda en fin la amiga con ganas, por tanto, de declararse en abstención permanente o transitoria como si el ejercicio de la política le hubiera otorgado cierta invalidez por falta de crítica frente a todo, de responsabilidad frente a los ciudadanos y de sensatez como honestidad. Se pregunta qué cara hay que tener para pedir explicaciones y para responde sobre el colapso de un aeropuerto cuando en este país hay más de tres millones de parados, o sea, más que toda la población de Castilla y León junta, que ya es decir por su hecho referencial. Imagina ella que nos pusiéramos a ver pasar las nubes toda la población de la comunidad autónoma frente a la tragedia de la vida y no saber cómo saldrá el sol al día siguiente. Anda queriendo cambiar de cadena en la tele, de dial en la radio, de página en el Quijote pero nadie le dice nada que tenga sentido propio ni sentido común. Así que se encuentra como decía Joyce, en la tesitura de creer que “ya que no podemos cambiar de país, cambiemos de tema”. Algo así.
Anda pensando en cómo parar a Israel, aunque sea sólo como señal de protesta viva contra la barbarie, en conocer los gases que están experimentando los militares isralíes con la población palestina. Mientras, apura ella también una reflexión sobre el terrorismo machista contra la mal llamada violencia de género y al tiempo que vomita por el empacho de jueces y pilotos contra los mortales de aquí abajo, todo ella es en sí una muralla frente a todo. Pero esta mañana le ha entrado una carcajada y no ha parado hasta que esto escribo de reir y reir al enterarse que tanto el PSOE como el PP han puesto a trabajar uno a su “Laboratorio de ideas” y el otro a los pensionados de la FAES para acometer una definición sobre el estado de las cosas y sobre el mundo. Y en esas estamos mi psiquiatra y yo, riendo, socavando esa corte de los milagros sobre esta miseria política que nos rodea y entre la que cabe destacar también el olvido, desprecio incluso tortura moral que se ejerce en Salamanca contra espléndidos actores como Fernando Saldaña, Josetxu Morán o el poeta y escritor Raúl Vacas.
Vivimos sobre un esperpento, muñeca.

viernes, 9 de enero de 2009

Ya nos vale

Viendo la masacre de Israel sobre Gaza no sabe uno muy bien a qué atiende el concepto de la Alianza de las Civilizaciones, la inoperancia de la ONU y la hipocresía de la Unión Europea. No tenía mejor mensaje la precampaña electoral israelí que lanzar la invasión de Gaza a golpe de sangre y muerte como para recordar acaso otras invasiones terribles que dieron después con el genocidio judío mientras una Europa ardía en fascismos y otra se lavaba las manos hasta que les saltó en ellas la mina del drama. Sucedió una vez y tócala otra vez que ahora la lección de los judíos se la pasan en pasiva a los palestinos mientras en el resto del mundo rumia la provocación de los terroristas de Hamás. Al final, el terror se sale con la suya: se crea la naturaleza explosiva y se detalla la geografía donde hacerla estallar entre las víctimas habituales. Mientras tanto, es curioso observar cómo alguna canalla carga sobre el traje de chaqueta y pantalón que llevaba la ministra de Defensa en la recepción real de la Pascua militar. Sólo faltaba en este país que el detalle pasara desapercibido para el protocolo, que es ese otro concepto del cinismo hecho ciencia, materia de estudio en la carrera diplomática en lugar de otras asignaturas un poquito más preclaras para acudir con la palabra y no con el lanzallamas a la hora de resolver un asunto. ¿Surrealismo?
Confieso que estos primeros días de enero del año en curso tienen algo de rebaja en lo que se refiere al razonamiento simple. Vean por ejemplo al ministro de Trabajo. Guardo unas declaraciones suyas en torno al desastre que han supuesto las prejubilaciones, en la banca, en los teléfonos, en las fuerzas armadas (sí en la mili con galones también, sí), y... en RTVE. Pues bien, si resulta que entre todos pagamos el asunto de marras, ¿me quiere explicar el señor ministro de Trabajo cómo es posible que se siga aplicando el Expediente de Regulación de Empleo en RTVE y se mande al personal con cincuenta años a calentar pasillo, pero el de su casa?. ¿No es otro absurdo dentro de lo mismo?. ¿Quién paga?. ¿El ente? ¿El ínclito director de RNE zote y azote de “La noche menos pensada” y autor de madrugadas delirantes de bazofia como de las que uno tiene la obligación de pasar?. Ya dije que debe de ser cosa de estos fríos pero uno supone sospecha que todo está repartidito, como las transferencias autonómicas, como las autonomías también, repartiditas políticamente según ese concepto que se enmarca en los intereses de uno y otro signo. En este monopoly, por ejemplo, Castilla León tiene de Ruta de la Plata el sambenito pero no la seña de identidad, tiene vía de tren pero no se inquieten que ya la desmontan, para que no haga feo y es ahí por donde interesa que la finca quede bonita por aquello del Románico, la torcaz y el palo del 7 bajo par.¿Surrealista?.
Y hablando de pares, uno puede coger gratuitamente en las puertas del Clínico el “Diario Médico” y como cita del día leer ésta de Dalí: “La vida es aspirar, respirar y expirar”. ¡Leche! ¿En las puertas de un hospital?. Pleno surrealismo.

viernes, 2 de enero de 2009

Nochevieja



Ya en el pasillo, sintió que le crujían los huesos. Le había desvelado la próstata, lo que le obligaba a levantarse como si se tratara de un sms enviado en clave biológica. En tal estado, nunca podría encontrar un final para su novela, ni siquiera pensando en la amenaza de las dos semanas de plazo para entregarla. Se había empeñado en recordar los sueños uno a uno y creer que alguno de ellos le provocaría un argumento sin igual para el último capítulo. Por eso, últimamente solía dejar en el suelo, junto a la cabecera de la cama, un cuaderno y un lápiz de color, pensando que el alivio de la orina le ayudaría a escribir el desenlace soñado en una hoja de papel. Aquella noche creyó escribir tanto y tan deprisa que acabó rendido en la profundidad de otra somnolencia.

Regresó a Zamora con la esperanza de sacudirse algunos recuerdos que se fragmentaban en su memoria como el rompecabezas de un niño. Desde el autobús dibujó al otro lado de la plaza la memoria de un bazar en otro lejano lugar y de aquella mujer que no se arredró al ver destrozada la panificadora por un bombardeo. Desde el primer día que pasó frente a aquella ruina creció su interés observando el afán por evitar la cruda realidad. La veía junto a un niño que vestía una camiseta del Barça con un diez dibujado a la espalda, contrastando su apariencia como extrañísimo futbolista en una ciudad moribunda. Días después la descubrió atando las tuberías que quedaban desnudas, dándoles una sensación de órgano a la intemperie mientras las encajaba entre la metralla, lo que le daba una figura incierta de escultora en un museo de siniestros bajorrelieves. Fue entones cuando el capitán de Ingenieros ordenó detenerse un instante y las miradas de ambos coincidieron, la de ella y la suya, cruzándose sin conocerse, sin intuirse siquiera en aquella mañana, tan lejos, tan cerca aquella primavera de otras -pensó el capitán- mientras indicó al conductor del BMR que continuara camino. Hacía tres meses que se había desplegado sobre la pequeña ciudad encajada en un incipiente valle que disimulaba el carácter rocoso de la pequeña cordillera al este de Herzegovina con la misión de detectar y desactivar las minas que tras de sí había dejado el ejército serbio al retirarse de Sbrenika.

Mientras se veía frente al espejo salpicó su rostro de espuma y se fijó, solemne y malhumorado, en la cuchilla de afeitar. Fue entonces cuando recordó el cuaderno de notas. Corrió hacia el dormitorio, y allí estaba, en el suelo, entreabierta la libreta con un lápiz entre las hojas. Por un instante en muchos meses se sintió aliviado. Cayó de rodillas y temiendo que la espuma emborronara el papel se aferró a él como Long John Silver al tesoro que nunca disfrutó. Y leyó: “Al sentir su cuerpo en el suyo un latido se apoderó del rompecabezas extraviado en su infancia. Ella le dijo que cerrase los ojos. Su boca se había convertido en la cueva carnosa de una ballena. Sintió una profunda sensación de ternura mientras abriendo tímidamente los ojos observó que ella los tenía cerrados, como en trance, como si aquel descubrimiento maravilloso no fuera a acabar nunca. Bailaban. Era Nochevieja”.
Los otros



Ando estos días devorando otra vez la espléndida traducción del amigo Pollux Hernúñez -salmantino afincado desde tiempos de Plauto en Bruselas- que hizo en su día de “Oliver Twist” y una y otra vez el eco de Dickens se reproduce ante la vida como un espejo. Aunque se insinúe por parte de ellos que la cultura española ha exportado además del Instituto Cervantes el corte y confección de la picaresca económica allende los mares, mal que le pese a anglosajones, kuwaitíes y dubaitianos (si les extraña el gentilicio de esa finca artificial donde se juega el mundo no les asuste) nos queda aquí la ceniza de Dickens, las estaciones de autobuses y los cartones, los portales y San Martín compartiendo la capa con un mendigo mientras un adolescente se entretiene en quemar vivo a otro pobre que duerme donde puede y donde no le dejan. La España de “Plácido”, por otra parte queda aquí de nuevo, en la pantalla de la vida cotidiana y eso que si no fuera por el rastrillo aun la cosa iría a peor, quizás, pues en medio de tanto la solidaridad sigue siendo sinónimo de caridad bien entendida y no de justicia social. La crisis es como aquel concepto que el mismo Berlanga barruntaba sobre el erotismo como artículo para ricos mientras que la pornografía sería cosa de pobres. No es cuestión de proclamar el detalle de los nombres para situar los adjetivos. No parece correcto jugar con eso, con el lenguaje cuando haya quien cada vez lo pasa peor, más gente que lo pasa mal y el denominador de la pobreza bate registros de desigualdad. Por eso, encontrarse de nuevo con la lectura de Dickens nos lleva al paraninfo de los días y las noches, las madrugadas terroríficas de hielo y centella, y a quienes antes se les veía colgados resulta ahora que el mundo pende de una cuerda múltiple, y cualquiera puede caer de ella. Ni antes eran colgados ni ahora dejan de serlo; el lenguaje mata a veces por su propia desnudez.
Alrededor de este espacio resulta curioso el mensaje que el presidente de la Xunta de Galicia Toruriño le ha enviado al presidente Zapatero: “En Galicia hay dos lenguas”. O sea, claro. También. No en balde a una amiga profesora de Lengua de Signos le han preguntado –y que diga lo que cuesta, que no hay problema- si puede traducir la lengua universal de los sordos al gallego. No, no es coña. El asunto es que en estas cosas mandan quienes se olvidan que la cosa es seria y no coña, que el asunto de la enseñanza y de las posibilidades de acceder en el siglo veintiuno a la dignidad humana resulta con estos bártulos algo efímero. La bolsa de paro se augura mayor mientras la Bolsa en mayúscula hace negocio y no el suficiente como para que suba la minúscula y ello quiere decir que ante el hecho nos quedamos con los mensajes huérfanos de criterio. Corren tiempos malos.
Es como si se hiciera cierto aquel dicho de Montesquieu: “Para prosperar en este mundo hay que tener aire de tonto, pero sin serlo”. Vuelve uno al Dickens del amigo Pollux y ¡oh Dios! hete aquí la mezquindad y la avaricia fuera de la literatura, en la vida misma.