
GRAHAM GREENE Y EL OTRO QUIJOTE
Graham Greene y el Padre Leopoldo Durán recorrieron España durante años hasta dar vida a “Monseñor Quijote”
Aníbal Lozano
Un día inexacto de hace veinticinco años, el escritor Graham Greene se encontraba junto a su amigo el padre Leopoldo Durán ante el nicho número 340 del cementerio de Salamanca. Para entonces, el autor de “El americano impasible”, “El poder y la gloria” o “El tercer hombre”, no podía prever que ante la tumba de Miguel de Unamuno recibiera un destello de profunda pasión por un personaje que a ambos escritores sedujo con la inmensidad de un rayo, desde que Cervantes le pusiera por nombre don Quijote. ¿Qué hay, qué hubo, qué sucedió desde aquel viaje, al que siguieron otros muchos a España, para que Graham Greene, como Unamuno, Ortega o Borges escribiera su propio Quijote?. Puede que la memoria aún ardiente del hoy anciano padre Durán evoque más que un retrato nostálgico del gran escritor británico el paisaje humano y doliente que le llevó a escribir una singular obra como “Monseñor Quijote”.
Vayamos por partes. De los viajes por Greene por España, relatados por el padre Durán en su libro emblemático “Graham Greene: amigo y hermano” (Espasa, 1996) puede desprenderse que, en realidad, el largo caballero británico andaba ya metido en pieles y alma quijotescas, observando hacia fuera en una España de transición y auscultando hacia su adentro en un conflicto permanente con su fe. El catolicismo de Greene podía valer como paisaje de la Mancha y en “Monseñor Quijote” eso se revela, rebelándose, en su interior. Lo que sucede en esta novela no es sino el viaje agónico de dos hombres frente a todo y frente a la nada, de ruta por una España cuyo retrato se deja sentir en la Castilla interior, desde Ávila al ahondamiento más cercano a San Juan de la Cruz que a Santa Teresa hasta dar en Salamanca ante la tumba de don Miguel y pergeñar el motivo de su obra literaria. También en Salamanca, claro, nace la contradicción.
Según Emilio Pascual, cervantista y director editorial, “Unamuno es contradictorio en todo, escribió primero un artículo titulado “¡Muera don Quijote!”, y más tarde, en la propia Vida de don Quijote y Sancho lo reconoció y pidió perdón al caballero”. En uno de sus exilios, le habla de sus calcetines a su mujer: “desechos, acaso para que pueda decirme lo que se dijo Don Quijote, mi don Quijote, cuando vio que las mallas de sus medias se le habían roto, y fue: ¡Oh pobreza, pobreza!”. Estaba hablando del alma, como Greene en su propio Monseñor... así lo reconoce. Pero si Salamanca es para Graham Greene “la ciudad eterna” no es casualidad que uno de sus lectores más profundos sea de Barcelona.
El doctor Ramón Rami Porta es un eminente cirujano torácico que trabaja en el Hospital Mutua de Terrassa y él ha indagado en los vericuetos de “Monseñor Quijote” hasta repetir el itinerario que llevó durante años al propio Graham Greene y al padre Durán en la ruta del caballero y el escudero. “A Greene –alude el dr. Rami- le gustaba el sonido de la palabra compañero y la utiliza en español en el texto original. Greene prestaba atención al sonido de las palabras cuando escribía”. Su estudio sobre M.Q. es un espléndido catalejo para desnudar la esencia del autor del “Dr. Fischer en Ginebra”, el escrutador de los ambientes tórridos del poder en torno al espionaje político y las guerras insurreccionales (Greene predijo la entrada norteamericana tras el conflicto de los franceses en Indochina) y el hombre que evitaba ver las películas sobre sus novelas pese a que se tratara de buenos trabajos como los de Alec Guinness, James Mason o, nada menos que Orson Welles.
El Padre de Durán nos recuerda desde Vigo, que “Greene se enamoró de Salamanca, porque extraordinariamente se encontró, además, con Unamuno”. Jose “Valencia” regente del restaurante que lleva su nombre en el callejón salmantino de la calle Concejo, recuerda el paso de GG y su amigo “el cura” por la casa. Le dedicó una firma en el libro de honor y le regaló un par de botella de “verdejo” para seguir haciendo boca hasta Valladolid, León, La Rioja... hasta llegar, como final de trayecto, a la Galicia del Padre Durán que reservaba para la ocasión habitaciones en el Monasterio de Oseira. Lo que la línea del viaje trazaba era la definición de una amistad pero también, desde la visita a Unamuno, la historia se tornó en trascendencia por cuanto ficción y realidad se mezclarían, desde entonces, de manera indeleble.
La profesora Asunción Alba Pelayo recoge, en un magnífico estudio comparativo las sombras y luces entre Unamuno y Greene. Y hace constar lo siguiente: “También Unamuno, como Greene, se siente un poco Don Quijote incomprendido, y cuando oye los juicios que se emiten sobre sus dichos piensa: “¿No será acaso que pronuncio otras palabras que las que me oigo pronunciar o que se me oye pronunciar otras que las que pronuncio?. Y no dejo entonces de acordarme de la figura de don Quijote... Porque hay una turba de locos que padecen la manía persecutoria, la que se convierte en manía perseguidora, y estos locos se ponen a perseguir a Don Quijote cuando éste no se presta a perseguir a sus supuestos perseguidores”.
Llevó a Greene escribir “MQ” cerca de siete años, lo que implica, por otra parte, que en torno al cura de aldea, convertido en Monseñor y a su compañero de viaje, el alcalde comunista que lo acompaña para aliviar el dolor por las elecciones perdidas, hay un poso lento para la creación de los diálogos y un tiempo que lucha, permanentemente, por ser real desde la ficción y viceversa, además de una inescrutable sensación de intimidad y memoria: “Siempre hay una frontera en los temas de Greene –recuerda el Dr. Rami- que no se puede cruzar, un recuerdo permanente de la puerta de paño verde que separaba la escuela de Greene, y su ambiente poco amistoso, de la seguridad de la casa de sus padres”. El autor de “El cónsul hononario” y su amigo Leopoldo Durán continuaron su viaje por España, durante años. Mientras se alimentaban en ruta, ya en fondas como en merenderos naturales, crecía en Greene la necesidad de simular su historia personal desde el fondo de un personaje mítico y eso le llevó a Unamuno. Pero a don Miguel le traspasó otro personaje, que dialogaba contra su propia fe.
Aproximadamente a cien kilómetros de Zamora, entre las líneas de Orense y Portugal, se encuentra el Lago de Sanabria. Mítico, sobre una de las laderas se alza el pueblo de San Martín de Castañeda, convertido en Valverde de Lucerna por Miguel de Unamuno en “San Manuel Bueno y Mártir”, quizás un alter ego del mismo Quijote, un homónimo de su hermano Juan o, acaso también, de su propio “otro”. Indudablemente, en la lucha que Graham Greene jugaba consigo mismo, entre su fe y su matrimonio, sus visitas prostibularias y sus tramas, sus agentes y sus símbolos de transformación entre personajes de su propio yo, no resta cuidado que tal paisaje le llevara a su propia confidencia literaria. Lo curioso es que hoy Sanabria reivindica su Quijote. Leandro Rodríguez es un estudioso del habla de Cervantes que ha publicado el “Léxico en el Don Quijote de la Mancha y Cervantes de Sanabria”. De ello se percibieron también los lexicógrafos Maribel Riesco Prieto, que permanece en nuestra memoria y su esposo Enrique Fontanillo Merino. “De Cervantes hablé –dice Leandro Rodríguez- con Pura, ejemplo de tesón e iniciativa solidaria, nacida y criada en Santiago de la Requejada donde había sido pastora. Me informó que desde que cobra la pensión de ancianidad ha comenzado a estudiar la gramática y a leer el Don Quijote de la Mancha. –tengo que decirte, me dijo, añade Leandro Rodríguez- que el Don Quijote sólo lo podía escribir un sanabrés”. ¿Llegó tal eco hasta el mismísimo don Miguel de Unamuno y después hasta Greene?. Nada está lejos.
Lo que subyace en el Quijote de Cervantes es, además de todo lo que se quiera interpretar, una historia de amistad y ese es el recado que deja también Unamuno en su “Vida de don Quijote y Sancho” y, como no, Greene en su Monseñor. ¿Qué le llevó a camuflarse en la obra, él mismo, como Quijote y hacer de éste nada menos que otro personaje en las tripas de un Monseñor y dejar a Sancho en manos de un alcalde comunista, lector de Lenin hasta las entrañas si en los viajes de la vida real los hacía Greene junto a un cura llamado Leopoldo?. Esto fue así, hasta el final de su vida, en que decidió invertir los papeles tal como señala el Dr. Rami,: “Hay coincidencias asombrosas en las muertes de Monseñor y de Greene. Sus papeles parecen haberse intercambiado. Monseñor fue sostenido por un atento y cuidadoso Sancho, que había estado observando muy de cerca el deterioro de la vida de Monseñor durante la misa, hasta que al final se cayó. Greene murió en compañía del Padre Durán, como había deseado, y el Padre Durán le cogió de la mano durante los últimos minutos de su vida, observando cuidadosamente su respiración superficial hasta que se paró. La muerte de Monseñor fue como una premonición transferida: lo que Greene escribió de Monseñor le pasó realmente a él”.
En fin, así como no hay Don Quijote sin Sancho, declaremos que no hay historia alguna sin pasión en torno a la huella que Cervantes dejó en la trastienda del alma, caso de Graham Greene, el tercer quijote.
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