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miércoles, 17 de agosto de 2011

¿Que llevó a Arguedas a Sayago?

Hace treinta años, un recordado amigo periodista, Manuel S. Martín Bueno, publicó un espléndido artículo en la desaparecida ‘Hoja del Lunes’ de Salamanca. (Entre paréntesis, permítanme que recuerde que los diarios no salían ese día a la calle y la Asociación de la Prensa editaba este periódico en cada provincia donde escribían periodistas de diarios rivales, mezclándose, sin que ello perjudicara más que la vena futbolera según quien firmara la crónica de la goleada o la hecatombe). Cerrado el paréntesis evocador,  el asunto se titulaba: ‘¿Qué te llevó a Ketchum?’ y hacía referencia al lugar elegido por Ernest Hemingway –de cuyo disparo se cumplen cincuenta años- para volarse la cabeza. Cuando el otro día reparé en la exposición -homenaje que se celebra en Bermillo de Sayago en torno al espléndido e incomprendido -como no- escritor peruano José María Arguedas, no pude por menos de localizar una línea finísima, aun perceptible, entre uno y otro. Tan dispares y lejanos escritores eran consumidores de vida también, y tan diferentes y amargos, pese a que la amargura de uno se tradujera en fiesta en el otro, ambos  tuvieron un final aproximado por cuanto Arguedas también apretó el gatillo definitivo para cerrar una inmensa y no tan imperceptible depresión.
El escritor peruano, que tiene un papel eminente como etnógrafo y antropólogo, buceó en las sólidas y ancestrales raíces de la cultura andina y  a través de los ojos de un niño –como no- dio forma a ese inmenso relato de ‘Los ríos profundos’, materia de asignatura obligada para quien pretenda acercarse con ternura y no mala saña desde la pluralidad de las culturas al mundo  quechua. Lamentablemente, el inmenso novelista Vargas Llosa, en su discurso de ingreso en la RAE viene a despreciar lo que Arguedas defendió con tanto entusiasmo y comprensión, lo que detalla que la dicotomía que aleja lo rural y urbano es universal y que el autor de ‘El sueño celta’ reduce a Lima su percepción por los Andes. O quizás, el singular asunto de los celos culturales –no sería de extrañar- le distancia de quien  vivió el problema de la expresión literaria en Perú entre el abandono para unos  y el desarrollo para otros. ¿Nos suena o reverbera en los oídos este asuntito?. El caso es que Arguedas sucumbió a la llamada civilización de las masas pese a tener una mirada abierta, lejos del consumismo y comodidad, la fama y la percepción de creer que un escritor está ante sí, aun con sus fantasmas como revelaba Sábato, crudamente, sin esperar nada a cambio. Roland Forgues, autor de ‘Palabra en el viento. Ensayos sobre creación e identidad en América latina’, y gran conocedor de su obra reconoce que: “Resultaría vano querer separar, en José María Arguedas, la parte del suicidio que pertenece puramente a su neurosis de la que está determinada por su frustración política; porque en realidad la una y la otra están íntimamente ligadas. Si el escritor se ha esforzado durante toda su vida, en unirse al mundo indio que le era extraño, es porque éste representaba el substituto de la madre -es decir todo un ideal de vida- de la cual había sido privado en la infancia. Y, si de la misma manera, trató siempre de humanizar el mundo blanco, es porque inconscientemente no podía separarse de él.”. ¿Una clave?.
Por ello, que en Bermillo lo recuerden con tanta afectividad resuelve la pregunta sobre qué llevó a Arguedas a Sayago: la búsqueda del conocimiento.

miércoles, 10 de agosto de 2011

Las uvas de la ira

         Supongo que no hace falta pasar por el psiquiatra para saber cómo anda el patio y la azotea. Basta echar una mirada alrededor y sírvase usted mismo el genérico del ansiolítico. Uno ve las imágenes de Londres, el barrio de Tottenham que me gusta frecuentar o Chelsea que recuerdan no hace mucho las de París y piensa en Madrid porque Madrid tiene el caldo de cultivo de la indolencia, el fanatismo religioso y la tontería humana. ¿Alguien ha medido últimamente el termómetro de la violencia o le basta con el barómetro de la prima de riesgo?. Los más sesudos analistas justifican que se trata de un fenómeno derivado de la globalización, que todo se mide por este peculiar rasero del mundo de hoy, que lo que sucede en Carbajales hace temblar en Wall Street  porque al fin y al cabo  se trata del mismo hueco en el estómago. No falta razón, pero el mensaje se pierde según quien lo emita porque andamos esta vez bien perdidos en un mundo donde se premia la telebasura, se enquista la violencia social, se pone de moda la  inquisición religiosa y económica, y donde hay más ricos y más pobres, hay más caridad y menos justicia social pero más ruge la marabunta, incluso para indignarse. Hagan juego, entonces.

El poder de la masa es tal que no hay encierro en un pueblo donde un toro acabe confundido entre majaderos que premian el valor de la estupidez; no hay un blog en internet o artículo en cuyos comentarios digitales el valiente anónimo se hinche de barbarie e ignorancia y no existe en modo alguno más cobardía que matar por matar en ese eufemismo llamado malamente violencia de género. La crisis ha venido luego a acentuar el terror y la masa entonces esconde los más bajos instintos para sacudir el polvo. Lo mismo da el fanatismo de un lado que de otro, he ahí el hedor de la muchedumbre. Debe de ser cosa de la depresión, oí el otro día. ¿Y a qué depresión podía referirse? Pregunta uno con cara de tonto al psiquiatra que le expide la receta con IVA mientras le sacude: “Pues una depresión es lo que tiene uno encima sin darse cuenta de que algo pesa”. Ya. En ese caso el mundo podía echar un vistazo atrás y ver que la depresión económica no es nueva, que la primera sucedió hace doscientos años, la segunda hace casi cien y esta tercera podría hacernos recordar el paisaje de cada una de las anteriores. ¿Qué nada sabemos de aquellas?. Veamos: un tal Steinbeck se las vio y deseó para seguir tranquilo tras publicar una inmensa obra como ‘Las uvas de la ira’ en plena depresión americana. Las ciudades se habían superpoblado, el teatro de intereses creados era tan complejo que aquellos emigrantes que habían abandonado el campo para conquistar la tierra prometida les convertía en esclavos y ‘errabundos en tránsito hacia la nada’ como los dibujó Faulkner. Sólo quedaba el regreso.


Pues bien: si alguien lee hoy en voz alta la historia que John Ford llevó al cine y a la que cambió por cierto un final menos desdichado, percibirá que vivimos los pellejos de las uvas de la ira y que a no tardar, los pueblos, estos míseros y ruines y olvidados pero hermosos, generosos y ardientes pueblos de Zamora o Salamanca, amenazados por quedarse en el desierto de los tártaros, a poco volverán a ser granero de esperanzas.

miércoles, 3 de agosto de 2011

In memoriam, César Real . UN FRAGMENTO DE INFINITO

Así que te has ido, querido César, calladamente, como la humilde razón de un sabio, antes de las tormentas y después de la zozobra. Como en una vieja noche, bajo la luz fugaz del humo cuando era humo y ‘May way’ no era propiedad de Sinatra ni de Paul Anka siquiera sino del registro de la vida. De la amistad en literaturas a la taberna de Porfirio cuando ‘el Montero’ de Leo era un catálogo privado de artistas, en aquella remembranza entrabas tú, César, con el abrigo un invierno que cambió todo, cuando antes de que la memoria fuera prohibida en los planes de estudio ya veíamos que algo pasaría con el conocimiento porque ‘el remy’ apuñalaba el dominó y el tute y las cuarenta de Loren pasaban al archivo de los detalles mientras Nano Serrano evocaba una bulería, Cotobal dibujaba la nariz de un paquidermo y Manolo Díaz andaba entre aguas esmaltadas. Así pasaba la vida del ‘Corrillo’, entre Pepe Fuentes, Roberto Velasco y Chema buscando chicas de revista del Bretón, y Mata y Paciano pescando ‘blues’ en la calle del ilustrado Meléndez, lo que me lleva a cambiar el registro de este arrebato epistolar por tu ausencia.




Tras una enfermedad que se aceleró cruelmente, la desaparición de César Real Ramos, profesor titular de Literatura Española en la Facultad de Filología de la USAL, deja una huella imborrable especialmente en los estudios de los poetas de la Escuela salmantina del XVIII y también en la de otros dos poetas esencialmente lejanos y sin embargo próximos en la esencia de la palabra: José María Gabriel y Galán y José Ángel Valente. Que un profesor se ocupara de ambos ecos y lo hiciera con profundo conocimiento y delicadeza detalla la humildad en su armonía. Así era. Tenía en su estigma la huella universitaria. Su hermana Elena, -también tristemente fallecida al igual que Carmen- había sido catedrática de Francés en la Universidad valenciana y era hijo de César Real de la Riva. Este insigne profesor, fundador de los Cursos Internacionales, guardó siempre con celo su memoria de los acontecimientos de aquel 12 de octubre de 1936 en el paraninfo universitario donde se encontraba por su juventud en calidad de catedrático salmantino. Y la discreción en César se marcó igualmente sobre aquella experiencia de su padre. No era casual que a uno y a otro uniera la poesía de un poeta eminentemente popular, cuya reverberación tiene que ver incluso con la tradición salmantina y extremeña cuando hablamos de José María Gabriel y Galán. Ambos investigaron la poesía del autor de ‘El Ama’ o ‘El embargo’, acabando con la visión torpemente estereotipada como banal cuando no desdeñosa por ser recordada por los mayores. César Real Ramos fue comisario de la exposición que la Diputación de Salamanca organizó en 2005 en la restaurada Casa del Poeta en Frades de la Sierra. Su amiga y catedrática de la USAL, Carmen Ruiz Barrionuevo dirigió un curso extraordinario en aquel verano donde la ilusión del amigo guardaba su ingente pasión literaria y su bonhomía. De una de las paredes, César Real Ramos hizo grabar el telegráfico mensaje que Emilia Pardo Bazán envió al conocer la muerte del poeta: “¿Qué pierde una comarca al perder al artista que la comprende y refleja?. Algo espiritual; algo que no se mide ni se tasa; un fragmento de infinito”.

Pues ese fragmento, queda aquí y ahora. Otro día contamos lo de Valente, a modo de esperanza, querido César.

miércoles, 13 de julio de 2011

El precio

Cierto día, Miguel de Unamuno fue a pasearse Arribes del Duero abajo. El profesor de la Universidad de Salamanca que había elegido la lengua griega para impartir docencia se encontraba citando a Aristóteles desde la atalaya portuguesa presagiando que cien años después ambas geografías fueran desahuciadas por Europa mientras España aparecía en la misma amenaza en la página siguiente. No hay otro panorama desde el puente que ver a Europa devorándose a sí misma, como si el diferencial sostuviera una deuda inaceptable para los mercados. Si uno atraviesa Bloomsbury y llega hasta el British Musseum podrá observar en el mismísimo Londres que no es necesario viajar a Grecia para percibir la cultura micénica, la huella del Peloponeso y las leyendas de las cariátides. En aquellas salas, con todo lujo de detalles se explica al viajero dónde y cómo tuvo lugar la existencia del pensamiento, el origen del conocimiento contemporáneo que tanto tiene que ver con el llamado mundo antiguo y el eco del concepto de la cultura que ha dado tanto juego después para hacer uso de esta palabra y de la mierda que conlleva actualmente. Si uno repara en Berlín, pasando Unter der Linden, el autobús número 18 le deja frente a uno de los trescientos sesenta y cinco museos que tiene esta ciudad tan hermosa y en cuya avenida tan singular la barbarie llegó a culminar el desprecio por la humanidad. El museo de Pérgamo, en la llamada isla de los museos, no fue construido para albergar obras de arte sino que primero se llevaron las obras de arte y después en torno a ellas se levantó el museo que hoy sigue creciendo. Así se llama porque en esta inmensa colección se encuentra el Altar de Pérgamo, construido en plena época helenística en la acrópolis de Pérgamo bajo el reinado de Eumenes II y se supone que era allí donde se rendía culto a Zeus y Atenea, con permiso de Apolo. Ya en París, si uno se asoma por uno de los múltiples interiores del Louvre se encontrará de pleno con la belleza escultórica más eminente, la Venus de Milo, un lugar de las islas Cícladas donde en 1820 la desenterró un campesino y poco después fue vendida a un oficial naval francés que manejaba el dinero del marqués de Riviére. Unos peldaños abajo, queda la escultura más inmensa para un artista como es ‘La batalla de Samotracia’, huella de la batalla que sostuvieron los hombres de Rodas con las tropas de Antíoco III en el 190 a.C. hasta que en pleno siglo XVIII un diplomático francés la descubrió y desde entonces luce en Louvre.

No sé si existen recibos de tanta obra para tan poca explicación, demagógico argumento éste para los demagogos, pobre consideración para los analistas y enojoso asunto para otros piratas de los mercados pero el caso es que pese a la irresponsabilidad de los actuales griegos resulta que sus antepasados claman la conciencia de casi todos los demás. Dicen que Elena de Troya se disfrazó de limpiadora de habitaciones y en un falso sueño se le apareció a un directivo del Banco Mundial buscando sus miserias y le hizo la vida imposible por las debilidades del cosmos.

Sólo resta que Esopo se enfade y la zorra salte de la fábula para pagar una deuda en condiciones inaceptables. Imaginen la cólera de Sócrates cuando se pone precio al pensamiento sin que nadie haya pagado derechos de autor. Ya lo dijo Unamuno.

Lázaro de Tormes y Agustín Casillas

Puede que esta ciudad , Salamanca, no sepa que, en realidad Lázaro de Tormes volvió para no irse gracias a una furtiva lágrima de café. Sucedió hace más de cuarenta años bajo los portales de la Plaza Mayor cuando Rafael Laínez Alcalá entró como todos los días en “La Covahuela” y pidió “¡Antoñito, una lágrima de café!”. Luego, tomó asiento con el escultor y amigo Agustín Casillas y le dijo: “Mira, Agustín, yo me voy a jubilar y quiero escribir un poema que se va a titular ‘Yo he sido un lazarillo de Salamanca’, así que quiero que tú me lo ilustres con un dibujo”. El escultor poco después modelaba un boceto en barro en su estudio de Santa Clara y no olvida lo que vino después: “Recuerdo que don Rafael subía jadeando y cuando llegamos al estudio y se lo descubrí, me abrazó y me dijo: ahora, ya no me queda más remedio que hacer el poema. Ahí comenzó la aventura, porque cada escultura lo es”.

Aquella andanza que tiene tanto que ver con la alegoría de un sentimiento y la huella insondable de una escultura tan emblemática para Salamanca como esta de ‘Lázaro y el ciego’ cita a la vida y la ficción en el puente romano y viaja a través de los ojos de Agustín Casillas (Salamanca, 1921) que mira hacia atrás con una memoria impecable y una inmensa claridad. “Lo he dicho muchas veces que cuando yo me apeé del modelado al natural fue cuando empecé adquirir eso que se llama personalidad artística o sea ver una obra y decir eso es de Casillas”. Y así es, pues el escultor salmantino ha recreado un estilo arraigado en la concepción de un humanismo palpitante y una ensoñación alegórica en su obra.

Ya de niño, emprendía su interés por la mitología griega y romana, buceaba en las ilustraciones como primeros recuerdos de su pretensión artística y revolvía en la imaginación los garabatos que luego han servido como dibujos esenciales de su creación. “Yo vengo de un origen humilde y mi padre siempre tuvo un interés por querer saber, era muy trujillano. Mis hermanas y padre eran de Trujillo y vinieron a Salamanca en busca de trabajo. Yo nací aquí en Salamanca y mi padre era lo que yo he llamado siempre un albañil artista y siempre tuvo preocupación por esas cosas. Recuerdo que la primera colección de libros que compré fue una colección de cuatro libritos sobre arte y decoración antigua con motivos mitológicos que siempre me fascinaron”. Si hablamos de su interés por la mitología, otro asunto es el hondo espíritu que impregna su íntima obra religiosa que alcanza especialmente una estilizada ‘Soledad’ detalle impecable de una concepción artística que define sobriedad y presencia de una mujer frente al dolor de la ausencia.

Eminentemente arraigado a nuestra ciudad, sólo la obra de Agustín Casillas puede entenderse como un recorrido bucólico, desde el mismo Lázaro que da pie a Celestina, peña arriba, hasta el niño del avión que recrea en los Carmelitas un paseo de otras reminiscencias o la cabeza de Picasso dando nombre al parque desde la cuenca de sus enormes ojos en piedra, el detalle imborrable de don Diego de Torres Villarroel y su injustificada incomprensión o la del príncipe Juan y su incierta leyenda, una y otra piedra hacen hoy la singladura de quien acaricia su tierra con una trayectoria artística sincera, y profunda.

El escultor percibe la esencia de lo que suele olvidarse: “A los once años mi padre me llevó a la Escuela de San Eloy a clase de dibujo artístico porque él consideraba y no erróneamente que el dibujo artístico y el dibujo lineal es la base de todo”. Cientos de trazos no escapan de la contemplación de un álbum que nos enseña con el mimo de nuestra emoción pues de la calle Zamora uno recuerda las cabezas de Quijote y Sancho que abrían una galería de retratos familiares en una galería donde la escayola cobraba vida en personajes de nuestra infancia. “Mi padre –escribe Antonio Casillas- es un escultor que nació con vocación de serlo. Para él las esculturas no tienen edad y su forma de esculpirlas tampoco varía con el paso de los años y de las modas”. No distrae sino confirma esta palabra el hecho de encontrarnos ante una obra tan cercana al humanismo, porque si hemos citado retratos vayamos al interior de la otra que ha sido modelada en la génesis de las vidas anónimas, apelotonadas en los duros inviernos, los rostros y las manos de emigrantes, pescadores, segadores y las gentes de más abajo como cita Agustín García Calvo en su brillante sermón de ser y no ser, pues de ello trata la obra de Casillas. “A los catorce años fui a la Escuela de Artes y Oficios y es cuando se empieza a truncarse la vida, porque la guerra me pilla poco después en una pequeña empresa de decoración y escayola donde yo ya estaba trabajando y donde empezaba ya a hacer mis primeras cositas en escayola, estudiando también con Montagut. Y ahí estaba ya la escuela de la vida, la de la observación de los personajes porque he observado siempre. Uno de mis temas ha sido la figura humana en todas su manifestaciones, desde la infancia a la vejez, como el hombre rural y como la mujer porque siempre me han interesado en su lucha por la vida.”. Esa visión no sólo barojiana trasciende en la obra de Casillas hasta el mar que se abre desde Portugal, cerca de Figueira da Foz. “El pescador de Buarcos me llevó dos meses. Tuve que hacer todo incluso la armadura, a tamaño natural en madera. La escultura tiene dos metros de altura, el rodamiento, las plataformas se hicieron en el astillero de Figueira y luego unos albañiles me ayudaron a llevarla a la fundición. Aquello fue una odisea. Me subía en el andamio y daba con la cabeza en el techo. ¿Y la fundición? La fundición era una fundición para barcos y allí trabajamos en la arena... sí, una odisea...”. El escultor ríe de ella porque si uno se encuentra ante la escultura encontrará algo de ese viaje mitológico de Ulises que el artista no ha olvidado.

A su paso por Zamora no olvida su encuentro con el pintor y escultor Antonio Pedrero o José Luis Coomonte. “¿Baltasar Lobo?. Yo iba a leer algo sobre él pero no pude hacerlo, en un homenaje en una bodega donde el único no zamorano era yo. Me entusiasma de la obra de Lobo la ‘Maternidad’ que hay en la calle, porque él tiene allí un proceso que parte de figurativismo y llega a la abstracción. Ahí veo su auténtica personalidad.”

De vuelta nos enseña unos originales relieves que claman en el tiempo su proyección pública. “Desean harto mal para sí, desean harto trabajo. Desean llegar allá porque llegando viven y el vivir es dulce y viviendo envejecen. Así que el niño desea ser mozo y el mozo viejo y el viejo, más: aunque con dolor. Todo por vivir. Porque, como dicen, viva la gallina con su pepita. Tan presto, señora, se va el cordero como el carnero”. La Celestina. Si hay dos columnas esenciales en la vida salmantina que no han de olvidarse una pasa por Celestina y la otra por Lázaro. A ellas, el escultor ha dedicado un lugar en el tiempo que permanece, por ello la literatura ensambla no solo la ficción sino la realidad que el artista ha vivido en torno a su propio tiempo para hacer de esa representación un acto de enorme creatividad. ¿Puede contemplarse una obra más ardiente sobre los intersticios, las tripas y los encantos de Salamanca que la obra de este escultor?. En ella se encuentra un viaje a través de la cultura y de la sociedad en torno al sentimiento de lo más próximo, la música cercana, el eco que permanece de aquello que un día vio Lázaro antes de servir al ciego. Dice Francisco Rico que “el paralelismo de las páginas iniciales y las páginas finales delimita nítidamente un espacio literario y por ello el pasado de Lázaro se tamiza en la novela con el cedazo de su presente”. Así, ¿cómo acabó aquella aventura del boceto emprendido?. Y nos cuenta Casillas: “Don Rafael Laínez escribió el poema, vacié en hormigón ese boceto y Pepe Núñez y yo lo cogimos un día y nos lo llevamos a una aceña del río para que Pepe le hiciera unas fotos. Cuando se publicó, la foto abría el poema. Esa escultura la amplié y en el año 74 la llevé a una exposición de Garci-grande donde, por cierto, la vendí. Fueron a verla Pablo Beltrán de Heredia que entonces era alcalde y Luis Cortés Vázquez y allí me encargaron la escultura. Esto fue en el mes de marzo y en el mes de septiembre, durante las fiestas, la escultura se inauguraba en el puente romano con una gran fiesta”.

Días después apareció en EL ADELANTO una carta abierta al escultor Agustín Casillas: “Mi admirado amigo, yo no he perdido nunca la fe de que tú seas capaz de realizar las bellas mentiras que yo sueño. Te acuerdas de mi poema ‘Yo he sido Lazarillo en Salamanca’. Y como yo soy intemporal y ando ya casi por las antesalas del mundo de los poetas y de los artistas, sin mandangas novedosas, me alegra saber que tu ciego y tu Lázaro de Tormes me esperan a la vera de mi jubilación oficial y de mi silencio oficioso. Tu maqueta preside el lugar más destacado de mi casa. Ya está, rumores y reflejos que tus paisanos saben comprender y que yo te animé con palabras líricas en una memorable exposición, de la que guardo el programa con todo cariño. Enhorabuena, Agustín.”. Firma Rafael Lainez Alcalá.

No sé si merecía la pena relatar la aventura pero en ella confiesa su final quien fuera catedrático de Literatura española de la Universidad de Salamanca y Premio nacional de Poesía: “Conmigo anduvo Lázaro en refugio/ de alguna Covachuela que es la gracia/ de un ayer que no ha muerto entre las ruinas./ Somos intemporales en esta Salamanca/ donde Fray Luis indica con su mano/ el valor de una íntima esperanza”. Hay un fragmento de hermosa esencia en este recuerdo que trasciende y que a sus noventa años no olvida el escultor Agustín Casillas.

viernes, 6 de mayo de 2011

Imborrable Katy Montes


Sucedió hace un mes y ayer Mercedes Riesco me da la noticia de la muerte de Catalina Montes, ‘Katy’. Nacida en Valladolid, (ella no percibía cuándo) era profesora emérita de la Universidad de Salamanca donde alumnos y quienes no lo fuimos conocimos en los años de transición la ternura en su palabra y la belleza de su conocimiento. En aquel tiempo de ajustes con la literatura algunas clases de Filología Inglesa se poblaban de espontáneos ajenos a la lengua de Sakespeare pero ávidos de indagar en los andamios de Virginia Wolf, Joyce, Faulkner, Hemingway y John Dos Passos. Las clases de los hermanos Coy, Antonio López, Román Álvarez y Catalina Montes eran lugar de encuentros de literaturas y amores comparados. Esta mujer que irradiaba humildad y sonrisa por los poros era especialista en Literatura Norteamericana e indagó los intersticios y las tripas, la amistad y la enemistad entre Hemingway y Dos Passos que le llevó a un mítico libro que explora la condición humana, materia en la que sin querer, aun sabiendo de ella, fue después una mujer de luz en la más terrible tenebrosidad. Antes, Hemingway, que había sido testigo de la decepción del radicalismo de Dos Passos en la guerra española, había trazado un cruel retrato de éste en el personaje de Richard Gordon en “Tener y no tener”. La causa del autor de “Manhattan Transfer” tenía su explicación cuando conoció el encubrimiento por los comunistas del vil asesinato de su amigo y traductor José Robles. Hemingway había ido a la guerra como aventurero y protegía infamias y no la veracidad. ¿Quién iba a decir a Catalina Montes que aquella razón de su libro sobre la ignominia en la guerra española pocos años después aparecería en su vida en torno a la verdad y la memoria ante otra ignominia?.
En la madrugada del 16 de noviembre de 1989, en la residencia de la UCA de San Salvador fueron vilmente asesinados los jesuitas españoles Ignacio Ellacuría, Ignacio Martín Baró, Segundo Montes, Amando López, Juan Ramón Moreno, el salvadoreño Joaquín López y López, el ama de llaves Julia Elba y su hija Celina Meredith Ramos. (Entre paréntesis, recientemente, Eloy Velasco, juez de la Audiencia Nacional de España, se declaró competente para investigar a 14 militares salvadoreños a los que imputa los delitos de asesinato terrorista y contra el derecho de gentes. Entre ellos hay cuatro ex generales entre los que destaca el que fue ministro de Defensa, Humberto Larios, y el jefe del estado mayor del Ejército, René Emilio Ponce, dos coroneles, tres tenientes, dos sargentos, un cabo y dos soldados. El ex presidente Alfredo Cristiani no será juzgado por un delito de encubrimiento, que no tiene 'persecución universal'). Fue cuando desde la amargura y esperanza, Catalina Montes encendió entonces la luz sobre las palabras, creó la ‘Fundación Segundo y Santiago Montes’ y emprendió una ingente labor humanitaria. En la ciudad que recibe el nombre de su hermano asesinado se levantan hoy seiscientas casas, existe la segunda Biblioteca más grande del país y se ha incorporado una ambulancia medicalizada que ha salvado numerosas vidas. ‘Katy’, sin perder de vista sus clases de Salamanca, centró en Valladolid la actividad tan colosal que fue perjudicando su salud pues nunca renunció a la fortaleza que alimentaba su trabajo devolviendo su sonrisa frente a las dificultades. Sin olvidar el eco de T.S. Eliot, hace apenas un mes asistió a una lectura poética de Ángel Fernández Benéitez y Tomás Sánchez Santiago.
Imborrable mujer, ‘Katy’.


sábado, 23 de abril de 2011

Llámese León Felipe


Abruma saber que el poeta León Felipe queda a buen recaudo y que su obra tiene más guardia pretoriana que la de Catulo. Lo escribo - comiendo una magdalena de Tábara, que recomiendo- tras leer la defensa numantina del director de ese ente castellanoleonés que vela de Burgos a México por la lengua castellana y cuyo presupuesto se nutre de ayuntamientos, diputaciones y, como no, de la Junta de Castilla y León. Es como el IPC del castellano, que no sabes qué sentido tiene existiendo el Cervantes. El asunto del legado de los poetas, pintores, escultores y músicos por estas y otras tierras también, no crean, es pastizal envenenado. Véase caso de las fundaciones ad hoc (como decía el que lo inventó, que para eso había sido seminarista) ya sea la de Rafael Alberti, la todopoderosa de don Camilo, el bueno y el malo, la de don Claudio Sánchez Albornoz o la de la baronesa Thyssen que ha preparado una por malagueñas. El caso de León Felipe ha podido quizás salvarse del agua aunque no sé si con una soga al cuello, no sé, ya digo, todo depende del peso específico y de la carga moral, cultural e intelectual con que se quiera rentabilizar. En este país el boato por las inauguraciones de exposiciones y museos dura lo que tarda en cortarse la cinta, tomarse el vino y salir pitando. Otra historia es el mantenimiento diario de lo que se expone, pues se inaugura sin saber que hay un día después, y otro más, si cabe y no se cierra. Y ahora ¿qué hacemos con esto?, suele oirse entre pasillos

Ya era hora de sacar de la catacumba a León Felipe, al menos para pronunciar sin miedo su nombre sonoro por el significado que tiene y que no se camufla aunque se quiera y por el significante que posee, la de una poesía crecida en la hondura de la tierra que nos atañe. Recuerdo el homenaje que se le hizo en 1978, cuando el miedo aún no había pasado, en el pueblo salmantino de Sequeros, donde creció unos años de su infancia y al que asistieron sus familiares desde Tábara. Enrique de Sena, director entonces de EL ADELANTO, leyó unas hermosísimas cuartillas situando el contexto de la realidad y el exilio, esa palabra que prevalece tanto frente a la ignorancia o la maledicencia de la verdad para averiguar el estado de las cosas sobre la memoria histórica en España. Recuperar el legado de un gran poeta, - enamorado platonicamente de Sara Montiel (¿y quién no?)- y acercarlo a los ciudadanos es un derecho incuestionable, venía a decir el legendario periodista. Hoy, aún llega a tiempo para no olvidar el peso de las palabras y por la actitud que suponen en la actualidad. Creo que fue hace diez años, cuando tuve la oportunidad de charlar con el escultor Hipólito Pérez Calvo en un bar de Tábara mientras esperaba que inaugurasen la brillante escultura del poeta que hay en la plaza confesándome los avatares por los que había pasado. En realidad, no hay obra que se precie de tener una aventura contra los elementos; crear en este país sigue siendo asunto para llorar, sobre todo porque si hoy pega uno una patada a un bote, en lugar de salir un genio al que pedir un deseo, resulta que nos encontramos ante una obra de arte.

Ya lo decía el poeta: cualquiera vale para enterrar a los muertos, menos un sepulturero.


martes, 19 de abril de 2011

Pagola, un teólogo silenciado

En estas fechas del tercer milenio según los romanos seguimos para bingo en cuanto concierne al pensamiento, la fe y las convicciones. Si los curas supieran, que lo saben, el papa Benedicto XVI ha descubierto a Jesús de Nazaret (Ediciones Encuentro, 2011), libro de obligado cumplimiento y no saben o ignoran los curas o tienen una venda más en los ojos y tapones en los oídos que la Iglesia tiene prohibido, por obligada decisión de la curia, el escrito por José Antonio Pagola ‘Jesús, una aproximación histórica’ (PPC, 2008) y cuya aventura acabó en la octava edición. Era un triunfo molesto. Primero fue el prelado de Tarazona quien se molestó porque el vulgo se acostumbrase a una lectura en la que Jesús abre una reflexión humana pero en lugar de perder la fe por su lectura, se gana en la palabra y en la reflexión. No estamos sólo ante una historia revelada a través de las fuentes hebreas, latinas, griegas y arameas sino ante un compromiso de esperanza. Tampoco se trata de una lectura histórica a secas, como así pretendía explotar la parafernalia del Vaticano sin haberlo leído, como suele suceder; más allá de estas consideraciones, el libro del teólogo José Antonio Pagola no se aparta nunca del Cristo de la fe. Es una investigación de casi diez años de trabajo, que pregunta “¿Quién fue Jesús?” y que uno tuvo la oportunidad de comprar antes de que fuera tarde en la librería del seminario de San Andrés de Zamora.

Revuelve que un teólogo siga silenciado, secuestrado su libro para dejar el escaparate de las novedades al obligado catecismo firmado por su santidad. Si al menos Benedicto XVI y la corte vaticana dedujeran que el secuestro tiene que ver con la razón, estaríamos ante un debate humano sobre la investigación, la documentación y no la hoguera. El secreto de este galileo fascinante que irritaba a unos y aotros, dos mil años después también, que curaba y bendecía a errabundos en tránsito hacia la nada y prostitutas, sentaba sobre una limpia parábola el peso del amor y no del odio. Pagola ha investigado las fuentes de los evangelios sinópticos, los apócrifos y detalla ese ‘documento Q’ que sirvió de base para casi todos ellos si exceptuamos el del amigo y evangelista Juan. Es una lectura histórica y como tal, ha molestado, pero tras ella, queda el fondo del abismo donde crece la fe en un Cristo resucitado y misericordioso, palabra extrañamente maldita. Si el libro de Pagola comienza con el interrogante citado, concluye con una respuesta: “Por toda la eternidad, Dios hará lo mismo que hacía su Hijo por los caminos de Galilea: enjugar las lágrimas de nuestros ojos y llenar nuestro corazón de dicha plena”. Hay lecturas que uno tendrá siempre, como la traducción del amigo Pollux Hernúñez de ‘Oliver Twist’, que nunca olvidará o como la traducción de José María Valverde de ‘Ulises’ y hay revelaciones de cuanto creímos perdido y que el libro del teólogo José Antonio Pagola despeja entre las luz y las palabras.

En abril del año en curso, recuerdo del día en que ni unos ni otros entendieron a Azaña o no lo quisieron entender. Así, parece increíble que un teólogo –hoy Papa- silencie a otro, cura de parroquia. Algo va mal en el seno, coseno, tangente y cotangente de la empresa católica. Y seguimos para bingo.

domingo, 10 de abril de 2011

El virus de Epstein Barr y no sólo las balas


Esta es una historia militar de la que tendrían que avergonzarse algunos cuantos galones –no todos son así- que han confundido la profesión, esquivan responsabilidades y cuyo valor se les supone desde una oficina donde todo el monte es orégano. Conocí a la teniente Raquel hace más de diez años en un cuartel de Salamanca. Adscrita al Mando de Ingenieros pertenece como enfermera al Cuerpo Militar de Sanidad. En aquel desvencijado acuartelamiento se recibían órdenes para intervenir en misiones humanitarias en medio mundo, desde Honduras a Pakistán, mientras mirábamos la vida por delante o en un hilo, siempre con el cine de fondo hasta que los títulos forman parte de la realidad, pues entonces lo que era futuro se ha hecho presente continuo sin saber que estamos en él y que aquella vida por delante está hoy en un hilo.

La teniente Raquel, con una inmensa capacidad para reconocer su trabajo que le llevó a perfeccionar el inglés además del italiano y el francés, se embarcó un día junto a sus compañeros nada menos que hacia una base en Afganistán. Allí no hay Rambos que valgan y la destinaron a la UCI en el hospital de campaña. Un día, realizando una extracción de sangre a un paisano afgano tuvo el infortunio de pincharse con la aguja que manipulaba. Consciente del riesgo que aquello podía implicar se sometió a los análisis que allí mismo le realizaron dando negativo el de SIDA como descartando lesión hepática alguna. En el reconocimiento postmisión que ella misma solicitó por indicación de su médico de cabecera, no lo detectaron porque esa serología no se pidió, fue un internista privado quien la pidió ante la sospecha sintomática de que lo había contraído en la misión. Y ahí empieza el despropósito, la vida en un hilo, desde que un diagnóstico fiable detalla el virus de Epstein Barr, más agresivo que una una mononucleosis en estado puro. Y a partir de aquí, sobreviene el Síndrome de Fatiga Crónica/Encefalitis, un Síndrome de Hipersensibilidad Química Múltiple, ambas en estado grave que la va consumiendo. No es una alergia, sino una respuesta inmunitaria brutal ante cualquier producto químico que absorba su organismo. La vida de Raquel, con el apoyo de un marido genial, pende desde entonces en el hilo de la realidad a través de una silla de ruedas, una mascarilla y un tesón inquebrantable que hace de ella un capitán al mando de la fuerza de voluntad pues Raquel se ocupa de coordinar una Asociación dedicada a enfermedades raras. ¿Qué lleva y dónde viaja el riesgo?. Puede ser que un militar caiga en una acción despiadada o sufra un accidente en un lugar recóndito. Desgraciadamente ello forma parte de lo asumido en una profesión que implica tanto. Ahora bien, no sólo matan las balas y hay otros riesgos que se ocultan y de ellos nada se quiere decir, pasan a ser material clasificado. A Raquel le ha costado Dios y ayuda y también rabia conseguir el acto de servicio, detalle por el cual su caso se considera un accidente laboral. Y en todo este asunto lo que de verdad indigna es precisamente que carne de tu carne te olvide o haga que de tu caso no se hable, se ignore, no se cuente o se sepa, pues si no se habla y se ignora, ni se cuenta, ni se sabe, no existe.

Pero, Raquel, hete aquí que ya veía uno la fuerza que sostenía a una gran mujer.

domingo, 27 de febrero de 2011

El tiempo y los Conway

“El tiempo y los Conway” de J.B.Priestley. Dirección y escenografía: Juan Carlos Pérez de la Fuente. Versión: Luis Alberto de Cuenca – Alicia Mariño


Reparto: Luis Martín, Nuria Gallardo, Alejandro Tous. Juan Díaz, Chusa Barbero, Débora Izaguirre y Ruth Salas. Teatro Principal. Zamora

viernes, 25 de febrero de 2011

El cartel de Ana Zaragozá: Zamora Semana Santa 2011

En un verbo, hemos pasado de la civilización de la palabra a la civilización de otro lenguaje y sin preguntar ahora qué clase de civilización deja de ser más humana resulta que un cartel sigue siendo un grito en la pared. Esta vieja definición se debe a alguien que pasaba por allí, cerca del Moulin-Rouge, mientras Tolusse-Lautrec dibujaba unas piernas en el escenario con apagando su melancolía en alcohol, como el pianista de Billy Joel. Se explica en la Facultad de Bellas Artes que el emblema fue antes que el cartel y claro, cómo no, fueron los griegos los que utilizaron una cabra para anunciar una lechería y el dibujo de Baco para recordar a los filósofos que tras el ágora había una taberna. Llegó la xilografía que para entonces supuso otra revolución como la de ahora y salió el que se considera primer cartel ilustrado e impreso – nada es por casualidad- que anunciaba “El Gran Perdón de Nuestra Señora de París”. No es mala expresión, la del grito en la pared, por cuanto si el medio es el mensaje y con la crisis del ladrillo no haya pared donde pegar uno -responsable la empresa anunciadora-, todo sea que el cartel de la Semana Santa de este año confirma este argumento. La obra de Ana Zaragozá con la imagen de La Soledad y una delgada línea de rojo sobre negro dramatiza regando una orquídea esperanzadora y emociona pues posee significante y significado. O sea, es un lenguaje, un grito.

No es un detalle al uso recordar que cada cual vea lo que quiera en un mensaje colectivo. La gramática de los sentimientos en ninguna página cuenta cómo tiene que comportarse la expresión pues de cada uno depende de lo que imprima su propia emoción, su inestimable conciencia y no hay notas que valgan para adecuar lo que uno tiene o no que sentir. Por tanto, permítaseme, que sin haber pasado esta semana por el gabinete en crisis de mi propio Freud, me refiera al impresionante cartel donde uno vislumbra el terrorismo machista, la violencia y crueldad sobre la mujer, ese eufemismo denominado violencia de género, la dureza de una realidad que asola sólo en este año, dos meses sin cerrar, once asesinatos de víctimas frente a la nada y la soledad absoluta que recoge precisamente el motivo de su creación. Así que tenemos el significante y el significado, las relaciones sintagmáticas y las paradigmáticas para recordar la génesis del lenguaje y nos encontramos, antes que nada con la fuerza de una dualidad que el cartel de Ana Zaragoza motiva: el signo y el símbolo. Veamos otro significante para el mismo significado: el de la rebelión de las mujeres frente al machismo de las cofradías y en el entreacto el papel del Obispo, a quienes la vergüenza y la estulticia no permiten aceptar una realidad indeleble como es el reconocimiento de la cofradía de las mujeres de La Soledad. Y queda en La Soledad misma una expresión en la oración ante la ausencia: “Oh tú, primera y extrañísima creación de su Amor” que Dámaso Alonso evocó.

Cumple esta hermosa obra la función social al que se refería un día Renau cuando diferenciaba entre cuadro y cartel según la reacción psicológica del público. Lo hermético de una espléndida imagen clama en el espíritu por devoción en unas gentes o meditación en otras, y trasciende un eco interior desde las señas de identidad como un grito en una pared.



domingo, 6 de febrero de 2011

Crítica de Teatro: El extraño viaje

Hermoso reto teatral



“El extraño viaje” (Basada en la película de Fernando Fernán Gómez)


Reparto: Victor Ullate, Juana Cordero, Guillermo Montesinos,


Juana Andueza, Ana Villa y Mar del Hoyo.


Escenografía: Anna Tusell e Ikerne Giménez. Iluminación: Felipe de Lima


Dirección: Gabriel Olivares



Decía Jean Cocteau que el espejo tenía que reflexionar antes de proyectar la imagen. Quien quiera ver en este espléndido asunto teatral el reflejo de la mítica película en que se basa y a partir de ahí sopesar la comparación es muy libre de hacerlo pero está perdido. No es el espejo proyectado sobre los géneros, porque el reclamo de lo que firmó Fernando Fernán Gómez está en la historia y este otro extraño viaje es una espléndida y aguda parodia no sólo de lo que motiva el enredo, el crimen y el desenlace sino una pirueta tras otra en torno al mismo teatro: el guiño al vodevil desde la mejor comedia española partido por dos, el humor y una brillante estética evocadora del esperpento. En este tiovivo dramático tienen mucho que ver varias cosas: una buena adaptación de una película memorable, una escenografía cuidadísima e innovadora, una magnífica interpretación y una hábil dirección de Gabriel Olivares que ha arriesgado la química de las emociones y que el público firma con su aprecio.

El reto era llevar una película al teatro cuando lo sensato es lo segundo, pasar “Las bicicletas”, “La gata” o “El tranvía” o ya no digamos la novela al cine, dado que el hecho narrativo apoya lo que venga después; pues no. Lo que aquí vemos tiene fuerza por la misma índole teatral en que se desarrolla, un espacio escénico móvil en torno a geometrías y luces y apagones donde unas siluetas de gatos, perros y mirones siguen el curso narrativo de los personajes. Tal originalidad hace que la comedia pase al comic demostrando que el blanco y negro no sólo el cine podía firmar. Hay guiños, pues el “Pasapoga” sobre Berlanga gravita en esencia y hay guiños al teatro de hondo calado, Mihura, entre tinieblas. A la acción falta quizás, un poco de ritmo, cuestión de rodaje. O, mejor dicho, representaciones, pues en “El extraño viaje” el espectador encontrará la emoción de palpar la hermosura del teatro, el factor humano de papeles que vibran por la credibilidad del oficio de quien los representa, momentos memorables como esa magnífica Juana Cordero asistiendo al pase de modelos de un granuja en manos de Victor Ullate que da buena talla o la vis espléndida de ese gran actor que es Willy Montesinos culpable además de adaptar con éxito este reto al que, sin duda, esperan los Max. Afortunado el público de Zamora pues recordará el estreno cuando del viaje se hable.

viernes, 21 de enero de 2011

Transición, mon amour

Días atrás, hablando con un viejo y admirado amigo, se nos pasó un largo rato pasando por la turmix de la memoria años atrás. Nos dimos, como se pueden imaginar, con la transición en las narices, o mejor dicho, de bruces, saltándonos el stop obligado por incertidumbres, tiempos inexactos, detalles inconsecuentes, obligados desbarajustes que tienen que ver con el paso de los días y de las noches, véase, por ejemplo, que entonces la transformación del realismo consistía literariamente en suscribir una historia o un discurso de manera que no hicieran falta comas o puntos ya fueran seguidos o aparte y por lo demás la aventura consistía en pasarse un libro a otro sin pensar que eso era una falta de respeto al autor del mismo o una casette grabada con aquella letra cómo era decía más o menos: “Te recuerdo muy bien en el Chelsea Hotel”. Y punto. La aventura pasó hace tiempo y no tienen ustedes por qué tragarse el aliento sin respirar para seguir leyendo si es que no lo han dejado cuando empezó a sonar la canción de Leonard Cohen. Puede que olvidemos algunas cosas, porque son perjudiciales o porque no interesa el lodo, de ahí el lodazal, y de aquella voluntad política en sanear el pasado con el presente de entonces se creyó que la profesión haría independiente económicamente a quien ejerciera el cargo público. Y hoy, hete aquí una nueva clase social que no es otra que la clase política. Hablar de ello, de este sentido de las cosas hoy, dicen que es demagogia. Supongo que lo dirán algunos demagogos experimentados en conocer este término, porque si no, no se puede entender que se tomen tan a mal sus señorías que el ciudadano pregunte por los emolumentos de quienes ejercen poder u oposición y en cuánto les queda a ellos eso de la endemoniada pensión.

La transición, además de grises llevó el negro luto encima, que nadie lo olvide. Luto por policías, guardias, militares, periodistas y políticos que ETA masacró cuando ETA se camuflaba en algunos discursos fatales y canallas de cierta izquierda como grupo revolucionario. Y hasta lo mismo sucedió con esa banda que sembró pánico y que se guardaba bajo una fantasma sigla del partido comunista reconstituido. Por cierto, uno de sus más famosos cuatreros se lo disputan hoy las tertulias de la ultraderecha. (Pero esa es otra paradoja de los tiempos: cómo la evolución sin querer Darwin ha dado con el cretinismo más feroz). Queda claro que hubo terror, si no, por qué no habría de escribir este recuerdo hacia Serafín Holgado de Antonio, un estudiante salmantino de Derecho que a las diez y media de la noche del 23 de enero de 1977 se encontraba junto a Ángel Rodríguez Leal en el despacho de los abogados laboralistas de CCOO: Enrique Valdevira Ibáñez, Luis Javier Benavides Orgaz y Francisco Javier Sauquillo. Todos resultaron muertos por disparos de terroristas fascistas que iban buscando a un sindicalista del transporte. Años después, la investigación demostró, por cierto, la intervención también en el atentado de Atocha de neofascistas italianos. “Pero entonces te fuiste, ¿no nena?, le diste la espalda a la gente. Te fuiste y ni una sola vez te oí decir; te necesito, no te necesito”.

Perdonen, aún Leonard Cohen no había escrito esta dura canción en el Chelsea Hotel pues Janis Joplin era feliz y no pensaba en el suicidio. Supongo que de la transición queda un poco esto también.

jueves, 20 de enero de 2011

Candilejas: Se cumplen cincuenta años de la muerte de Dashiell Hammett

Candilejas: Se cumplen cincuenta años de la muerte de Dashiell Hammett

VIEJOS ASUNTOS DE NOVELA NEGRA

Se cumplen cincuenta años de la muerte de Dashiell Hammett


En aquel tiempo, se dio el pistoletazo de salida de la Gran Depresión, ¿parecida en algo a esta otra de hoy?, no todo es así. Aquel año Charles Chaplin eleva a la categoría de arte cenar una suela de zapato, Alfonso XIII realiza su primer viaje oficial a Zamora en tren para visitar las obras del embalse del Esla y es también en 1929 cuando Dashiell Hammett abre la puerta de la novela negra al publicar una joya en bruto como “Cosecha Roja”. Eran tiempos en que Duke Ellington estiraba sus debiluchos brazos en las aceras, Mae West se posaba en las puertas de los urinarios y el barril de crudo más conocido era el wisky, que se perdía en galones. En plena ley seca saltaron a una fama bien distinta dos hechos memorables y antagónicos como dos parejas del mal y del bien. El terror de unos tipos se hacía ver desde Chicago entre Al Capone y Lucki Luciano y la razón de vivir llevó a otros dos, Bill Wilson y el doctor Bob, para fundar en la ciudad de Acron (Ohio), una esperanza universal desde la comunidad de ‘Alcohólicos Anónimos’. En aquella cruda realidad, Dashiell Hammett (Maryland, 1894 – Nueva York, 1961) dejó de ir a la escuela para trabajar tempranito como detective privado, lo que daría con sus huesos en el tuétano como fundador de un género inconfundible de luces y sombras en blanco y negro.

En realidad, aquella aventura novelesca se debe a un tal Edgar Allan Poe, que muchos años antes había sentenciado el camino con “Los crímenes de la calle Morgue”, “El barril del amontillado” o “La carta robada”. Hammett devoraba a Poe mientras se empapaba de vivir su reflejo en lo cotidiano hasta salir a la calle como un Ulises por entregas en las páginas de los periódicos. Mientras en España hacía furor “La novela semanal” y el folletín se las veía frente a Valle Inclán, que mataba a la novela para crear el esperpento, véase por ejemplo cómo cambió “El terno” por “Las galas del difunto”, en Nueva York las historias se pagaban a centavo la palabra y salían a la calle más de trescientos ‘pulps’ (novelitas baratas).



Con tales señales, Dashiell Hammett se aventura en los intestinos de la misma realidad e inicia un género dentro del género dando en el centro de la sociedad volcanizada con la novela mencionada a la que seguirían poco después “La maldición de los Dain”, “El agente de la continental”, “Ciudad de pesadilla”, “La llave de cristal”, “El hombre delgado” y la inimitable “El halcón maltés” que John Huston hizo memorable elevando a Humprey Bogart a la categoría de mito en la piel del detective Samuel Spade. Un personaje, por otra parte, denostado hoy por cuanto quebrantaría lo políticamente correcto: inmoral por fumar, luego dejaría de ser él mismo entonces por no hacerlo y enviado a las mazmorras de la hipocresía en que se funda la actualidad que vivimos.

A Dashiell Hammett le tocó también bailar una dura batalla en la que el alcohol sentenciaba su vida y un mundo tocado por el hampa, el fraude social, la corrupción política y la intriga contra las libertadas civiles. Se defendía así con la dignidad de su palabra y el amor por una gran mujer como la escritora Llilian Helman mientras desnudaba aquel paisaje maloliente. Sus detectives no son ni se parecen a Arsenio Lupin, Sherlok Holmes o el futuro seductor Philiphe Marlowe, tienen el alma entre nieblas y la sangre caliente y se acercan más a Sancho que a don Quijote, como reflejó brillantemente Luis Cernuda en unas páginas hermosas dedicadas a Dashiell Hammett tras su muerte: “En sus momentos mejores nos parece superior a otros escritores que pasan por estar destinados a sobrevivir a su tiempo, como por ejemplo Hemingway y hasta Faulkner, tan aburridos ambos en mi experiencia de lector –escribe Cernuda- , aun admitiendo la diferencia de valor que, a favor del segundo, hay entre él y Hemingway”.

Como recordaba Joseph T. Shaw, editor de ‘Black Mask’, la máscara negra que publicaba por entregas sus novelas y donde se dio a conocer Dashiell Hammett ponía de relieve el carácter y los problemas inherentes a la conducta humana en la solución de un crimen. Puede que esas mismas palabras, vistas desde un recorrido diferente, sedujeran la presencia de otro escritor que siempre estimó la obra del autor de “Cosecha roja”. Ante él, un día, compartiendo espacio de admiración se presentó Raymond Chandler. No hubo entre ellos, como falsamente se ha querido después impulsar, una mala relación, todo lo contrario. En la biografía que Frank MacShane realiza sobre el autor de “El sueño eterno”, se cuenta que “la admiración de Chandler por Hammett se basaba en dos características relacionadas con su trabajo. El tema y el lenguaje. Hammett –escribe Chandler- sacó el asesinato del búcaro de cristal y lo tiró al callejón. A diferencia de los relatos policiales ingleses, Hammett devolvió el asesinato a la gente que lo comete por alguna razón, no sólo por suministrar un cadáver”.



Reparar en la obra de este novelista no es caer en la pedantería, el absurdo, la superficialidad o el engaño, tan común en estas alturas. Hammett es un radiólogo de una sociedad y también de los interiores del ser humano desde el prisma del ojo que tiene los mismos defectos, siente las mismas recaídas y percibe los mismos instintos oyendo también los tambores de su conciencia. Y lo hace Hammett escribiendo en una geografía social en la que Chaplin confesó tras el éxito de ‘La quimera del oro’ lo siguiente: “Me hice rico interpretando a un pobre”. No suene extraño, por tanto, reconocer a cincuenta años de su muerte, que la voz del gran autor de la novela negra contemporánea surtiera de literatura a generaciones de escritores, cineastas y lectores que en sus páginas encuentran sentido y sensibilidad desde la cruda realidad misma. Manuel Vázquez Montalbán, genial y recordado, expresó su sentimiento por Hammett más allá de dibujar a Pepe Carvalho, dirigiendo en la denostada transición española la mítica revista “Gimlet” sobre novela negra. ¿Serían tiempos acertados o estos otros de ahora para percibir por qué tal género se hace merecedor ante la cruda realidad que nos acompaña?. Pregunta con trampa, quizás.
Por eso, acabemos mejor. Cuando en “El Halcón maltés” el policía pregunta a Samuel Spade de qué diablos está hecha la figura que dio lugar a los crímenes, el detective responde: “Del material con el que se forjan los sueños”. ¿Respuesta sin trampa?.

viernes, 14 de enero de 2011

Los intereses creados



Ingenuo de mí, he tenido la ocurrencia de preguntar a un confidente qué es un mercado. Salía del Malú, de dar cuenta de uno doble de churros para chocolate y marchando, cuando me asaltó la duda frente a la arquitectura férrea de las marquesinas en recobrar la crisis y hacerle esta pregunta, así asaltando su tiempo y conocimiento para que me explicara en base a qué estamos en manos de los mercados y no de los de abastos precisamente. Resulta que estos mercadillos salvajes que nos ocupan no tienen una sede sino cientos, y en la pescadería que brujulean no le dicen cosas así, del tipo “¿Le quito la cabeza?”. Sí, por favor, porque no me gusta cómo me mira esa corvina. No, aquí en estas latitudes se la quitan de un sopapo y no preguntan si quería sopa.

Nadie está a salvo, pues nadie nada tiene que ver en el juego sin guardar la ropa. Así, con esta impecable explicación, mi agente confidencial me informa que los mercados no están en ningún lado y que sin embargo yo mismo formo parte de ellos y es más, hasta puedo ser un especulador. Y digo yo que si yo mismo puedo serlo pues usted también, qué carajo. Y me sigue explicando este detective salvaje que los llamados especuladores son números y nombres, como el de la taquilla en la mili, vamos, y que abren y cierran según los intereses que obran con su consentimiento, ¿compran? pues compran; ¿venden?, pues venden; ¿esperan?, pues esperan y así hasta mañana a la misma hora. Intereses, intereses, intereses, he aquí el tinglado de la antigua farsa, decía don Jacinto antes de echarle un tiento a Leandro. De aquellos dos pícaros que alertaban del mundo más astuto que ellos queda la resaca de más de un siglo, de dos siglos, que fue escrito por el profeta Discépolo en su letra de tango ‘Cambalache’. No tiene precio sacudirse de encima lo que cuenta por cuanto nos toca tan cerca como una carga de profundidad en esa cosa poco apreciable llamada conciencia. Es verdad que, en cierto modo, si usted se pregunta qué culpa tiene de la crisis y de lo que pueda pasar y lo hace frente a un chocolate y una doble de churros puede aparecerse de pronto, en el pozo de la taza la explicación que tiene toda esta paradoja. Tantos años escuchando que Zamora acabaría siendo un buen destino para el turismo cultural, una soberana, despoblada pero honrada, ciudad de servicios, en el entorno de la comunidad autonómica que resulta que luego llegó el turno a Castilla y León para convertirse en un reclamo único del románico, la gastronomía y la tranquilidad en el ámbito de la geografía nacional. Cuando no han pasado tres telediarios resulta que España se ha convertido en un país de servicios y no de fabricación en el conjunto de la Unión Europea y no ha salido usted de la chocolatería y la propia Unión Europea levantada con los cuernos y no con el sentido común, resulta ser un continente de cambio, compra y paso a chicas en el orbe mundial en el que mandan los asiáticos. Pues bien, con todo, puede usted darse prisa en mojar el churro no siendo que cuando más rían los especuladores la deuda del mundo dependa ya de la galaxia de Ganímedes.
Ojalá no, dice mi confidente, pues “Mejor que crear afectos es crear intereses ”. (Acto II, escena IX). Amén.

sábado, 8 de enero de 2011

Panorama


El último día del año 1936 las zapatillas quemadas de Unamuno impregnaron de muerte un invierno cruel, al que siguieron otros de mayor cariz, mientras el falangista que lo había ido a visitar gritaba en el pasillo: “¡Yo no he sido! ¡Yo no lo he matado!”. Del relato del desaparecido Emilio Salcedo en ‘Vida de don Miguel” se desprende ese final angustioso de un Unamuno ¿encarcelado? en su propia casa tras la afrenta realizada a Millán Astray el doce de octubre en el Paraninfo universitario, donde tronaron para la historia las palabras “Venceréis pero no convenceréis”. Poco antes de morir Salcedo, tuve el atrevimiento de preguntarle sobre la posibilidad o la ficción acaso, de que Unamuno fuera envenenado. El periodista salmantino, afincado durante gran parte de su vida en Valladolid, fue tajante en su negativa, pero horas más tarde, al despedirnos, quizá con la ironía de lo que puede ser improbable me espetó: “Unamuno lleva la duda hasta en su muerte”. Pero, ¿y hoy?. ¿Qué papel tiene Unamuno en la trastienda de esa historia española donde el papel de los intelectuales ha sido relegado a una isla desierta?. No es difícil observar en la política española, tanto en el poder como en la oposición, la nula presencia de pensadores que ofrezcan detalle a la situación con más de cuatro millones de personas sin trabajo y un índice de pobreza que se acerca a la desnaturalización de la realidad. Veamos.
Un viejo amigo, alcalde de un noble pueblo y socialista desde que tenía uso de razón me confesaba en vísperas de nochevieja su decepción ante la geografía humana, social y económica que palpita. Lector de Cernuda, me aplicaba con indudable sinceridad que sentía la desolación de la quimera y que tal hecho le había llevado a pasar por tres estados diferentes cuando hablaba con los vecinos. En primer lugar, hace ya tiempo, echó mano de los argumentos proclamados en la ejecutiva: que la crisis no era para tanto, que eran los otros quienes estaban minando la credibilidad y la realidad, que la situación devenía de los efectos colaterales de carácter internacional, la herencia de Bush, la ostentosidad de multinacionales y que se trataba, como decía el presidente, de un efecto temporal pero no de una crisis en estado puro. Cuando la química hizo reacción resulta que el estado puro de la crisis le estalló en mitad de los argumentos y cuando apenas creía hacer frente a las réplicas no podía arrojar otras explicaciones que las que él mismo pedía a los representantes públicos que, por otra parte, trataban de evitarlo. Tras haber pasado los últimos meses en estado de derrota ante las cosas resulta que mi amigo se encuentra en la tercera fase, sin fuerza para esgrimir más que para impulsar el ánimo y la esperanza en los más débiles, quienes –me dice- no necesitan la presencia de un ídolo caído sobre su propia desazón sino la razón que imprima por vez primera un concepto de ilusión en la realidad misma.
Este amigo del que hablo me anunció mucho antes de las elecciones catalanas la debacle de quienes aun hoy todavía no la ven porque no la quieren ver. Acostumbrados muchos políticos socialistas, entre Madrid y Valladolid, a enrocarse en sí mismos, oyéndose entre ellos día y noche y cerrando la ventana a cualquier crítica y autocrítica, resulta que han dejado más que nunca ante los caballos a los alcaldes y concejales que no prejubilan su dignidad ante un panorama desolador.

lunes, 3 de enero de 2011

El futuro era esto


Hace unos días hice de intrépido guía para unos amigos cuando al acercarnos hasta Fermoselle decidieron los muy atrevidos lanzarse frente a la niebla espesa a traspasar los arribes y las arribes. Entiende uno el cambio de género cuando a un lado de la presa de Almendra el agua regurgita, asusta y amenaza con tanta fuerza que sientes los dominios de Moby Dick. Del otro lado del inmenso muro de hormigón, en el paisaje agreste se deja caer en el vacío un águila haciéndose ver como una avecilla minúscula en un inmenso dominio en el que sin embargo, prevalece. Nadie diría que entre tantos saltos de agua a otros más abajo, temibles y dolorosos humanamente en su construcción, entre Aldeadávila y Saucelle, el principio de Faraday sentenciara su capacidad para fabricar, exportar y vender energía a centroeuropa. Nadie por tanto puede explicarse ahora cómo es posible que la factura de la luz en Zamora y Salamanca sea incluso superior a la de cualquier otra geografía que no ha pasado esta ‘turmix’ de despoblación humana, social, cultural y económica.

No podías suponer, por tanto, que al final de la primera década del segundo milenio la capacidad de tu asombro fuera también reciclable, biodegradable y renovable. Según esta sorprendente averiguación a la que has llegado, resulta que el principio de Newton ha quedado obsoleto y desprestigiado, tiene la culpa de todo, es como la gran hipoteca basura de la historia de la ciencia, y antes que él, la culpa anduvo como alma en pena ante Pitágoras, Heráclito e incluso Parménides. Mozart, no te creas, tampoco se libra del desastre y la cosa amenaza a Galileo y a otros mitos que tienen que ver con la documentación que obra en tu cerebro. Tras la aparición del segundo vicepresidente del gobierno justificando la subida de las tarifas eléctricas “para que la ciudadanía tenga conocimiento del precio de las cosas” y después escuchar el posterior mensaje de un magnate de las empresas electrificadas justificando lo mismo y preparando el panorama para posteriores e inmediatas subidas, has de reconocer y reconoces que: uno, vivir es caro; dos, vivir no es para todos y tres; ‘¡Qué bello es vivir!’ sólo existe en el recuerdo que hace de la felicidad un sentimiento abstracto de incierta belleza en la cara de un hombre derrotado. Piensa que a James Stewart le pasa toda una crisis -¿casi como esta?- por delante de sus narices y un angelito del cielo lo salva del abismo. Mucho me temo que estos otros ángeles han sido ya prejubilados y ahora dedican sus esfuerzos al tiempo libre, con lo cual, ahí estás frente a la crisis económica, la crisis ideológica, la crisis emocional, la crisis informativa, la crisis personal, la crisis de los otros y la crisis por venir que viene a ser otra crisis en la que andas ya metido.
Así que el futuro era esto. Sí, algo intuías cuando te abrazaste en el cine a Kubrick y su odisea espacial tanto como a una novia de segundo grado; antes de que se fijaran en ti los del Sporting hasta olvidar tras la lesión cómo corrías la banda; antes incluso de pensar que el futuro estaba en cerrar los ojos una mañana de sol mientras te apoyas en el piedra frente al Duero y recuerdas aquel tema de Supertram que te llevó desde entonces a hoy. ¿Y qué es hoy?, me preguntas. El futuro, nena. Feliz año nuevo.